La Corte Celestial

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17-09-21

Federico García Aponte

I

La perfección es una ilusa acompañante de la infelicidad. A duras penas se arrastra a la luz al final del túnel, teniendo tres caminos diferentes para elegir. Federico sabía que podía ofrecerle su amistad por las buenas a Florencia, sin embargo y como todos los seres humanos hacemos hasta el infinito, porfiamos hasta más no poder la situación que en un principio no se escapa de nuestras manos... Porque queremos hacernos los ciegos de que el agua no va a correr como cascada ni río libre.

Florencia podría ser algo antipática, podría ser molesta, algo infantil y melancólica, pero mala persona y mala amiga nunca lo sería... La pequeña enanita de los bosques salió corriendo a la dirección de la escuela y solicitó ayuda de inmediato. La malvada madrastra de Blancanieves no lo podía creer, la pequeña viviendo en colonias muy alejadas, Se preocupaba por un plebeyo que a duras penas estaba gateando y luchando por su vida; sin embargo no le hizo caso... Varias personas se encontraban frente a la parada de autobús, le hablaban al muchachito para que no perdiera la consciencia, una joven mujer le quitó la camisa para que pudiera respirar mejor y al verlo sintió mucha pena, la ayuda venía demasiado lento, parecia que la ambulancia se había familiarizado esa mañana con las tortugas de Oriente.

En la calle principal del barrio, un grupo de personas chismosas se reúne alrededor del pobre moribundo. Sus voces llenan el aire, hablando entre sí acerca del niño, sus rumores pasan de boca en boca como si fuera un juego de pasapalabra. Ellos hacen preguntas, dudan y alimentan las especulaciones. ¿Dónde está su familia? ¿Quién le ha hecho esto al niño? ¿Podría haber sido el vecino? ¿O acaso fue un extraño? ¿Por qué nadie ha hecho nada para ayudar al niño?

Mientras la multitud de chismosos se agolpa alrededor de él, el niño yace en el suelo, demasiado débil para siquiera levantar la cabeza. Sus labios están resecos y sus ojos hundidos en las órbitas. El niño se retuerce en su sufrimiento, cada vez más desesperado por una ayuda que no llega.

—Hijo, ¿Dónde te duele?

—Aquí — y señalaba una esquina inferior de su abdomen.

—¿Podría ser una indigestión? — se preguntaba un anciano.

—¡No, hombre! — interrumpió un joven abogado — es solo un cólico.

—Para mí que pueden ser los riñones — opinó una señorita de labios rojos.

—Seguramente le duele el Páncreas — dijo en voz baja la pequeña Florencia.

—Allí no queda el páncreas, Idiota — interrumpió un compañero de clases — allí se encuentran los intestinos, la barriga y el bazo.

—¿Eres diabético, hijo? — preguntó un señor con barba.

—¡No lo sé! — jadeó Federico.

—¡Silencio! — dijo una paramédico.

Y todos los transeúntes se dispersaron e hicieron silencio.

Cuando la ambulancia llega a la escena, es casi como si se moviera en cámara lenta, casi cómo si fuera una gigantesca tortuga de metal. Se adentra en el tumulto lentamente, con un sentimiento de gravedad y reserva. El olor a hidrocarburos se mezcla con el hedor de la angustia y la desesperación de la gente que mira.

Rosas Rojas, Mi Alma EnteraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora