Capítulo 10: ''Jacob.''

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(...)

Jacob se dirigió a la torre de astronomía, buscando un momento de paz en medio de todo lo que había sucedido hace apenas unas horas. Se sentó en el balcón, dejando que la brisa nocturna acariciara su rostro mientras contemplaba las estrellas. La luna, casi llena, brillaba intensamente en el cielo. Para muchos, ese era un recordatorio de la maldición que pesaba sobre los hombres lobo, pero para Jacob, la luna era simplemente un faro en la noche.

Jacob no era un hombre lobo común. A diferencia de los licántropos que dependían de la luna llena para transformarse en bestias incontrolables, él era diferente. En su mundo, existían dos tipos de hombres lobo. Los licántropos tradicionales, aquellos que se transformaban bajo la luz de la luna llena sin tener control sobre su forma, y los lobos como él, que eran conocidos como "cambiantes".

Los cambiantes, como Jacob, poseían una conexión innata con su lado animal, permitiéndoles transformarse en lobos a voluntad, sin necesidad de la influencia lunar. Este don les daba control absoluto sobre sus habilidades, haciendo que la transformación fuera un acto voluntario y consciente. Además, en lugar de ser esclavos de su naturaleza, los cambiantes podían vivir en armonía con su lobo interior, aprovechando sus sentidos agudizados, fuerza sobrehumana y velocidad en cualquier momento que lo desearan.

Pero Jacob no era solo un cambiante. A diferencia de muchos de su especie, él también era un mago, un ser con habilidades mágicas que se extendían más allá de las capacidades físicas de un lobo. Esta dualidad lo convertía en algo único: un lobo-mago. Compartía lo mejor de ambos mundos; la astucia y la fuerza de un lobo combinadas con la sabiduría y el poder de un mago.

Ser un lobo-mago no solo significaba poder conjurar hechizos y transformarse en lobo a voluntad. También implicaba un equilibrio delicado entre su lado humano y su lado animal. Cuando Jacob estaba en su forma humana, podía acceder a la magia como cualquier otro mago, utilizando su varita para canalizar poderosos encantamientos. Pero en su forma de lobo, esa magia fluía a través de él de manera natural, sin necesidad de una varita. La magia se convertía en parte de su ser, intensificando sus instintos y permitiéndole realizar hazañas imposibles para un lobo común o un mago tradicional.

Jacob había aprendido a controlar este equilibrio a lo largo de los años. Sabía cuándo dejar que el lobo tomara el control y cuándo confiar en la sabiduría de su lado humano. Esta fusión de magia y naturaleza lo hacía un aliado formidable, alguien que podía enfrentarse a cualquier desafío, ya fuera en un duelo de magia o en una batalla cuerpo a cuerpo.

Mientras contemplaba la luna, Jacob reflexionó sobre su vida. Pero, a pesar de esa armadura acorazada había algo de lo que no era capaz de controlar ni ignorar; La imprimación.

La imprimación, ese vínculo tan poderoso y absoluto, era tanto una bendición como una maldición para los cambiantes. Y para Jacob, se había convertido en una prisión.

La imprimación era el fenómeno más profundo que podía experimentar un cambiante. Cuando un lobo imprimaba en alguien, su vida ya no le pertenecía. Sus deseos, sus sueños, incluso su voluntad, se alineaban completamente con la persona en la que se había imprimado. La imprimación no era solo amor; era devoción, una entrega total e inquebrantable hacia el otro. Para Jacob, la imprimación significaba que aquel amor se convertía en el centro de su universo, en la razón de su existencia.

Pero ese amor, era alguien que no pensó de quién se hubiese imprimado.

Desde el momento en que sus ojos se encontraron con los de Ginny, sintió el tirón inconfundible de la imprimación. No fue inmediato, pero se fue intensificando con el tiempo, haciéndose más y más fuerte, hasta que cada fibra de su ser clamaba por ella. Pero había un problema: Ginny muy extrovertida, no teniendo un amor concreto en su vida. Y Jacob sabía que no era el único en su vida, y eso lo destrozaba por dentro.

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