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Capítulo 2: Un Despertar Doloroso

Desperté con una punzada de dolor en cada músculo de mi cuerpo. Mis párpados se sentían pesados, como si llevaran siglos cerrados. Al abrir los ojos, noté que estaba recostada en un sofá sorprendentemente cómodo. Una manta suave y cálida me cubría, brindándome un pequeño consuelo frente al dolor. Me incorporé lentamente, observando mi entorno con curiosidad. La habitación era amplia y lujosa, con muebles elegantes y detalles decorativos que exudaban sofisticación. Desde una ventana abierta, las aves cantaban suavemente, su melodía era casi relajante. Por un momento, me sentí en paz, aunque el dolor me recordaba la realidad.

La tranquilidad de la habitación se rompió cuando Ken entró, llevando una bandeja con comida. Me miró con una sonrisa amable.

—Te traje el almuerzo, debes tener mucha hambre. —dijo, colocando la bandeja en una mesita junto al sofá—. Esto te ayudará a recobrar tus fuerzas.

Lo observé atentamente mientras colocaba la bandeja. Mi cuerpo todavía dolía, pero el aroma de la comida era tentador, haciendo que mi estómago rugiera en respuesta.

—Mi padre dijo que regresará en la tarde para darte un diagnóstico más detallado —añadió, tomando asiento en una silla cercana. Nos quedamos en silencio por unos segundos, con el sonido de los pájaros siendo la única interrupción.

Finalmente, el hambre pudo más que mi dolor. Tomé la bandeja y comencé a comer. No estaba acostumbrada a la comida oriental, pero tenía un sabor delicioso, mucho más de lo que esperaba. Mientras comía, Ken me observaba con una mezcla de curiosidad y compasión.

—Lamento si no te he agradado desde el principio —dijo Ken de repente, rompiendo el silencio.

Levanté la vista, sorprendida por su sinceridad.

—No es que no me hayas agradado —respondí después de tragar un bocado—. Simplemente no estoy acostumbrada a estar rodeada de gente. Normalmente, estoy sola.

Ken asintió lentamente, como si entendiera completamente lo que estaba diciendo.

—Eso lo entiendo muy bien —dijo en voz baja—. Sé cómo puede ser este trabajo. Tener que mantener nuestra identidad oculta puede llevarnos por un camino bastante solitario.

Sus palabras resonaron conmigo más de lo que quería admitir. Volvimos a quedarnos en silencio por unos momentos, el sonido de los pájaros llenando nuevamente el espacio entre nosotros. Después de unos segundos, Ken tomó el control remoto y encendió la televisión. En la pantalla aparecieron videos de mí misma, de Astrogirl, luchando contra monstruos y salvando la ciudad. Observé las imágenes con una mezcla de orgullo y tristeza.

—He estado viendo algunos videos sobre ti —comentó Ken, mientras las imágenes de mis batallas continuaban en la pantalla—. Vancouver tiene a Astrogirl, una verdadera protectora.

Miré fijamente las imágenes en la televisión. Cada golpe que daba, cada monstruo que derrotaba, todo se sentía tan distante ahora.

—Astrogirl es todo lo que tengo ahora —dije en voz baja, apenas más fuerte que un susurro. Mi confesión quedó flotando en el aire, llenando el silencio de la habitación con un peso que ninguno de los dos supo cómo manejar al principio.

Ken me observó con una mirada compasiva, como si entendiera el peso de mis palabras.

—Entiendo lo que dices —respondió suavemente—. A veces, parece que nuestros poderes, nuestras responsabilidades, nos consumen. Pero eso no significa que tengas que cargar con todo esto sola.

Sentí una punzada en el pecho ante sus palabras. Había pasado tanto tiempo manteniendo mi distancia de los demás, enfocándome solo en mi deber como Astrogirl, que había olvidado lo que era compartir una conexión genuina con otra persona. Pero aquí estaba Ken, alguien que parecía entender ese aislamiento, tratando de llegar a mí.

—Cuando te sientas mejor —continuó Ken, rompiendo mi trance de pensamientos—, ¿qué te parece si tomamos algo de aire fresco? Podría mostrarte la ciudad.

Lo miré, considerando su propuesta. No estaba segura de querer compañía, pero también sabía que necesitaba despejar mi mente.

—Está bien —respondí con una pequeña sonrisa, intentando no parecer demasiado cerrada. Seguí comiendo tranquilamente, permitiendo que el sabor de la comida calmara un poco mi ansiedad.

Ken asintió y se levantó de su asiento, dándome espacio para terminar mi comida en paz.

—Voy a dejarte sola para que termines de comer y descanses un poco más. Si necesitas algo, estaré cerca.

Asentí, agradecida por su consideración, y lo observé salir de la habitación. Una vez que se fue, me permití relajarme un poco más en el sofá. La comida había sido reconfortante, pero aún sentía el peso del cansancio y el dolor en mi cuerpo. Me recosté nuevamente, cerrando los ojos por un momento, dejando que la brisa suave que entraba por la ventana acariciara mi piel.

Mientras descansaba, mis pensamientos volvieron a lo que había sucedido. Mis poderes fallando, mi desesperación por respuestas, y ahora aquí, en Japón, buscando ayuda de alguien que apenas conocía. Sentía que estaba en un punto de inflexión, y no estaba segura de cuál sería el próximo paso.

El sonido de los pájaros afuera era suave y constante, como una especie de canción que acompañaba mis pensamientos. Aunque me sentía perdida y vulnerable, había algo en este lugar, algo en la compañía de Ken y el profesor Sato, que me daba una pequeña chispa de esperanza. Tal vez aquí, en este país lejano, encontraría las respuestas que tanto necesitaba.

Suspiré y me acurruqué más en el sofá, permitiéndome uno momento mas de descanso, solo quería esto, poder descansar y no estar en estrés constante por Vancouver.

Soledad de Tinta Gris | Ken Sato/ ULTRAMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora