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Capítulo 10: Regreso a Casa

Me desperté antes que Ken esa mañana, lo que no era una sorpresa, dado lo agotador que había sido el día anterior para él. La emoción del campeonato y la celebración posterior lo habían dejado exhausto, así que dejé que descansara mientras me levantaba y me preparaba para lo que estaba por venir. Sin embargo, el día no estaba destinado a comenzar tranquilo, ya que el profesor Hayao llegó temprano, como lo había prometido, con noticias que podrían cambiarlo todo.

Lo recibí en la sala de estar, tratando de sacudir la sensación de inquietud que me había acompañado desde la noche anterior. Había algo en el aire, algo que me decía que lo que estaba a punto de escuchar no sería fácil de asimilar.

"Elisa," comenzó el profesor, con su voz grave y calmada. "He descifrado lo que necesitamos hacer para estabilizar tu forma como Astrogirl."

Mi corazón dio un vuelco. "¿Qué descubriste?"

"El rayo del científico Jonnathan es la clave," explicó. "Necesitamos que te dispare de nuevo mientras estás transformada en Astrogirl."

Sus palabras me cayeron como una losa. La idea de enfrentar a Jonnathan otra vez me llenaba de un miedo indescriptible. Ese hombre había sido una de las mayores amenazas que había enfrentado, un científico loco obsesionado con el poder de los monstruos, dispuesto a todo por capturarlos y usarlos para sus propios fines. Su rayo, el mismo que había causado mi problema, ahora era la única solución.

"¿Pero cómo...?" mi voz tembló mientras trataba de procesar lo que me estaba diciendo. "Él está en prisión. Lo capturé esa noche y lo entregué a las autoridades."

"Lo sé," respondió el profesor Hayao, asintiendo con seriedad. "Pero necesitamos liberarlo por unos instantes para que pueda disparar el rayo de nuevo y recuperar tu estabilidad como Astrogirl."

La idea me estremeció. La sola imagen de Jonnathan libre, aunque fuera solo por un momento, me llenaba de terror. Las memorias de nuestra batalla, de sus frías palabras y su risa maniaca, aún estaban frescas en mi mente.

"¿Liberarlo?" Mis manos comenzaron a temblar, y las apreté contra mi regazo para disimularlo. "Eso es... eso es muy peligroso. ¿Qué pasa si vuelve a hacerme daño? ¿Qué pasa si logra escapar?"

El profesor intentó tranquilizarme, pero sus palabras se perdieron en el torbellino de miedo que se desataba dentro de mí. Entonces, sentí la presencia de Ken detrás de mí. Me giré para verlo entrar en la sala, su rostro mostrando la preocupación que ya me esperaba.

"Escuché la conversación," dijo Ken, su tono firme y protector. "No te preocupes, Elisa. Yo estaré allí. Seré Ultraman, y no permitiré que te haga daño ni que escape. Estaremos juntos en esto."

Aunque sus palabras me ofrecieron un cierto grado de calma, la idea seguía pareciéndome extrema. No solo por el peligro que implicaba liberar a Jonnathan, sino también por lo que significaba regresar a casa. Vancouver. Mi hogar. Mi responsabilidad como Astrogirl. El peso de todo aquello que había dejado atrás.

Mientras pensaba en todo esto, mi mente empezó a desmoronarse. Volver a casa significaba enfrentar una realidad que había estado evitando desde que llegué a Tokio. Mi semblante cambió, y supe que Ken lo había notado. Mis facciones se tornaron tristes, como si una nube oscura se hubiera posado sobre mí. No podía evitar recordar cómo había sido mi vida antes de llegar aquí, antes de conocer a Ken y experimentar una chispa de normalidad, una chispa de algo parecido a la felicidad.

"Elisa..." Ken murmuró, acercándose un poco más. Su preocupación era palpable. "No estás sola en esto."

Asentí, pero no pude evitar sentirme sola. Mi vida en Vancouver había sido una constante lucha, no solo contra monstruos, sino contra la soledad. Y ahora, regresar significaba enfrentar esa soledad una vez más.

Esa misma tarde tomamos un vuelo en el jet privado de Ken hacia Vancouver. El viaje fue relativamente corto, pero se sintió eterno. Me quedé en silencio casi todo el tiempo, sumida en mis pensamientos. Ken intentó hablar conmigo un par de veces, pero mis respuestas fueron breves y mecánicas. Mi mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. Recordaba cada esquina de mi ciudad, cada rincón que había defendido como Astrogirl, y el vacío que había dejado en mi vida personal.

Al llegar, rentamos un auto y conduje hacia mi casa. Era una pequeña mansión, no porque fuera lujosa, sino porque era lo único que quedaba de mi familia. Entré con Ken y el profesor, llevándolos a las habitaciones disponibles. De alguna manera, el proceso de mostrarles mi hogar me hizo sentir aún más consciente de la tristeza que impregnaba cada rincón de la casa.

Después de acomodarlos, dejé mi maleta en mi habitación y me dirigí a la cocina en busca de un vaso de agua. Necesitaba algo para calmar mis nervios, para darme un momento de paz en medio de la tormenta que estaba por venir. Pero la paz era un bien escaso en mi vida últimamente.

Pocos minutos después, Ken apareció en la cocina. Se apoyó en la encimera y me observó en silencio por un momento, como si estuviera evaluando si debía decir algo.

"Había olvidado lo gris que era este lugar," comenté finalmente, mi voz resonando en el eco de la cocina vacía.

"¿Estás bien?" Ken preguntó, con una voz suave y preocupada. "No has dicho casi nada durante el viaje."

"Estoy... como he estado estos últimos años," respondí, con un tono de resignación. Mi casa era un reflejo de mi estado emocional: vacía, fría, sin vida. No había cuadros en las paredes, ni decoraciones que alegraran el ambiente. Todo estaba organizado de manera funcional, pero sin alma, como si la vida se hubiera esfumado junto con la alegría.

Ken se acercó un poco más, estudiando mi expresión. "No tienes que enfrentarlo sola, Elisa," dijo con determinación. "Estoy aquí contigo."

Sus palabras, aunque reconfortantes, no podían cambiar el hecho de que este era mi hogar, mi vida. Una vida que me había dejado vacía, sola, y ahora me pedía que enfrentara el mayor desafío hasta ahora: arriesgarlo todo por la posibilidad de recuperar mi poder y, tal vez, algo de la estabilidad que había perdido. Pero más allá de eso, era una confrontación con mi propio destino, uno que había tratado de evadir desde la muerte de mi hermana.

El solo hecho de estar de vuelta aquí, en esta casa que había compartido algún día con mi familia y luego con mi hermana, traía consigo un torrente de emociones difíciles de contener. Sabía que tenía que ser fuerte, que debía afrontar lo que venía. Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era sostener el vaso de agua en mis manos y esperar a que la tormenta que se avecinaba no me destrozara por completo.

Soledad de Tinta Gris | Ken Sato/ ULTRAMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora