XV

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El despertar de Elisa

Habían pasado ya dos semanas desde aquel fatídico día en que Elisa quedó inconsciente tras la batalla. En todo ese tiempo, no había un solo instante en que no me sintiera angustiado. Estar a su lado, aunque solo fuera observando su cuerpo en reposo, era lo único que me mantenía tranquilo. Durante las noches, cuando el silencio era abrumador, me sentaba junto a su cama, esperando cualquier señal de que despertara, algún indicio de que volvería a ser ella.

Mi padre seguía analizando el rayo que la había dejado en este estado, pero no habíamos llegado a ninguna conclusión concreta. Sabíamos que algo había interferido con su energía, pero no logramos entender exactamente qué. El profesor, su creador, había utilizado una tecnología que desafiaba lo que conocíamos. Elisa, quien había sido capaz de absorber energía antes, había sido lastimada de una forma que ni siquiera podíamos explicar.

La desesperación empezaba a colarse en mi mente. Cada día que pasaba sin que ella despertara, mi ansiedad crecía. Pero por más que me preocupara, siempre mantenía la esperanza. Elisa era fuerte, mucho más de lo que cualquier persona común podría imaginar.

Finalmente, después de una semana más de espera, ocurrió lo que tanto había anhelado. Era una mañana tranquila cuando escuché un pequeño suspiro proveniente de su cama. Mis ojos se abrieron de golpe, y me incliné hacia adelante, esperando ver algún movimiento. Su rostro, que hasta ese momento había estado inmóvil, mostró una leve contracción, como si estuviera luchando por despertar.

Mi corazón comenzó a latir a un ritmo desbocado. Finalmente estaba despertando.

—Elisa —susurré, apenas creyendo lo que veía. Tomé su mano con delicadeza, con el temor de que cualquier movimiento brusco pudiera romper ese momento tan frágil—. ¿Cómo te sientes? Nos tenías muy preocupados.

Sin embargo, su reacción no fue la que esperaba. Apenas abrió los ojos, retiró su mano de la mía con rapidez, como si mi toque le hubiera causado un malestar inesperado. Me quedé paralizado, incapaz de comprender lo que sucedía. Su mirada... No era la mirada de alguien que acaba de despertar después de un largo sueño. Era una mirada confusa, llena de miedo.

—¿Quién eres? —me preguntó, con una voz temblorosa y una expresión de pánico en sus ojos. Mi mente quedó en blanco por unos instantes. ¿Cómo era posible que no me recordara?

Mi garganta se cerró, pero antes de que pudiera responder, mi padre entró en la habitación, alertado por el ruido. Él se quedó en silencio, observando la escena desde la puerta.

—¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde estoy? —Elisa continuaba con su voz temblorosa, sus ojos llenos de confusión. Miraba a su alrededor, buscando algo familiar, pero no parecía encontrar nada. Su cuerpo temblaba, y eso me desgarraba el alma. No podía soportar verla así.

Intenté acercarme de nuevo, tratando de transmitirle calma.

—Estás en tu casa, Elisa. Estás a salvo, todo está bien —dije, mi voz tratando de ser lo más tranquilizadora posible. Pero mis palabras no lograron lo que esperaba. En lugar de calmarse, sus ojos se agrandaron más, como si lo que decía no tuviera sentido para ella.

—No... esta es la casa de mi familia. Aquí vive mi hermana... No yo. ¿Dónde está Sarah? ¡Sarah! —Gritó el nombre de su hermana mientras intentaba levantarse de la cama de golpe. La tomé suavemente de los brazos para evitar que se lastimara, su cuerpo seguía débil después de tanto tiempo en estado de reposo.

Mi mente corría a mil por hora, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicarle lo que había sucedido, pero todo lo que decía parecía tan distante de su realidad que temía empeorar la situación.

—Por favor, perdóname —susurré, esperando que mis palabras lograran calmarla. Y por un momento, pareció que lo hicieron. Elisa se detuvo, y sus ojos me miraron llenos de incertidumbre.

—Tu hermana... Sarah —comencé, sintiendo cómo las palabras se atragantaban en mi garganta—. Sarah murió hace cuatro años. Ella... tuvo cáncer. El usar su poder de Astrogirl aceleró la enfermedad, y no pudo resistirlo. Lo siento tanto, Elisa. Ella murió hace cuatro años.

Sus ojos, que antes estaban llenos de confusión, ahora se llenaron de algo peor: puro dolor. Lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, y negó con la cabeza, incapaz de procesar lo que le estaba diciendo.

—No... no, no puede ser. Ella me dijo que celebraríamos su cumpleaños en nuestro restaurante favorito. Me lo dijo ayer —su voz se quebró, y su mirada se perdió en algún punto distante, como si su mente no pudiera comprender la realidad de lo que estaba escuchando.

Elisa se derrumbó sobre la cama, dejando que las lágrimas fluyeran sin control. Verla así me rompió el corazón. Quería decirle algo más, algo que pudiera aliviar su dolor, pero no había nada que pudiera cambiar lo que ella acababa de recordar. Sabía que la verdad era lo correcto, pero el precio de esa verdad era demasiado alto.

Sin pensarlo dos veces, me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos. Por suerte, esta vez no me rechazó. Apoyó su cabeza en mi pecho mientras sollozaba, sus lágrimas empapando mi camisa. No dije nada más, solo la abracé, permitiéndole llorar, deseando que mi presencia pudiera darle algún tipo de consuelo en medio de su tormento.

Los minutos pasaron, y sus sollozos comenzaron a disminuir lentamente, pero no dejaba de temblar. Nunca la había visto tan vulnerable, tan rota. Me dolía profundamente saber que no había forma de aliviar su sufrimiento. Lo único que podía hacer era estar allí para ella, como siempre lo había estado.

—Lo siento tanto, Elisa —susurré una vez más, inclinando mi cabeza hacia la suya—. Ojalá pudiera cambiar todo esto, pero no puedo. Solo quiero que sepas que no estás sola. Estoy aquí para ti, y no me iré a ningún lado.

Elisa no dijo nada. Simplemente se aferró a mí con más fuerza, como si mi abrazo fuera el único ancla que la mantenía conectada a la realidad en ese momento. Y si eso era lo que necesitaba, entonces me quedaría a su lado todo el tiempo que hiciera falta.

El silencio llenó la habitación, un silencio denso y cargado de dolor. Sabía que, aunque el tiempo aliviaría algo de su sufrimiento, esta herida emocional no sanaría pronto. Pero no importaba cuánto tiempo tomara, yo estaría allí, a su lado, hasta que ella pudiera enfrentar la realidad de su pasado y seguir adelante.

Soledad de Tinta Gris | Ken Sato/ ULTRAMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora