XVI

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Capítulo 16: El comienzo perdido

Despertar fue como emerger de un sueño interminable, pero en lugar de alivio, lo que encontré fue una extraña sensación de vacío. Los sonidos familiares de una casa tranquila me rodeaban: el tic-tac suave del reloj en la pared, el susurro del viento colándose por una ventana entreabierta, y las voces apagadas de personas que, aunque estaban cerca, sentía como si pertenecieran a otro mundo. Mi mundo no era este, o al menos, no lo recordaba.

Abrí los ojos lentamente, y lo primero que vi fue un techo blanco, un techo que no reconocía. Todo se veía normal, pero se sentía desorientado. Me giré ligeramente en la cama y vi a alguien sentado cerca. Era un joven, no mucho mayor que yo, con el cabello ligeramente despeinado, como si no hubiera dormido en días. Sus ojos, grandes y oscuros, estaban fijos en mí con una mezcla de preocupación y... ¿alivio? No entendía quién era ni por qué parecía tan angustiado, pero antes de poder decir algo, él rompió el silencio.

—Elisa... —su voz era suave, casi un susurro—. ¿Cómo te sientes? Nos tenías muy preocupados.

Lo miré confundida. Mi mente estaba en blanco, y no podía reconocerlo. Sin embargo, había algo en su tono que me hizo sentir que estaba a salvo. Mi instinto fue retirar mi mano cuando la suya, cálida y firme, intentó tomarla.

—¿Quién eres? —pregunté, la duda tiñendo cada palabra mientras mis ojos escudriñaban su rostro en busca de respuestas.

El joven pareció desconcertado por mi reacción, como si no esperara esa pregunta. El silencio que siguió fue tan espeso que casi podía oír los engranajes de su mente intentando procesar lo que acababa de escuchar.

—Soy Ken —respondió tras una pausa, tragando saliva—. Hemos estado juntos... por mucho tiempo.

Pero sus palabras no lograron despertarme ningún recuerdo. Todo seguía siendo un enigma. Me incorporé un poco más en la cama, sintiendo una leve punzada de dolor en el cuerpo, como si hubiera estado durmiendo durante días, quizás semanas. Mi mente seguía atrapada en ese extraño vacío, y aunque mi corazón latía rápidamente, no lograba recordar por qué o cómo había llegado hasta aquí.

—¿Dónde estoy? —pregunté, mi voz más firme esta vez. La habitación parecía acogedora, pero no familiar. Algo dentro de mí decía que no era mi hogar.

—Estás en tu casa, Elisa —respondió Ken, intentando calmarme—. Aquí estás a salvo.

Mis ojos recorrieron la habitación de nuevo, buscando algo, cualquier cosa que me conectara a lo que él decía. Pero todo seguía pareciendo lejano, ajeno. No, no era mi casa. Había algo en lo profundo de mi ser que me lo gritaba.

—No... esto no es mi casa. Mi hermana vive aquí, no yo. ¿Dónde está Sarah? ¡Sarah! —la urgencia en mi voz me sorprendió, como si la mención de su nombre hubiera desatado una oleada de emociones reprimidas. Intenté levantarme de la cama, pero mi cuerpo se sentía débil, como si estuviera hecho de plomo.

Ken se apresuró a sujetarme con delicadeza por los brazos, intentando evitar que me hiciera daño. Sentí su toque firme pero amable, mientras me obligaba a sentarme de nuevo.

—Por favor, perdóname... —susurró, sus palabras llenas de una tristeza palpable—. Sarah murió... hace cuatro años.

Mis oídos zumbaron. El mundo a mi alrededor se detuvo por completo. No podía ser verdad. Sarah no estaba muerta. Ella me lo había dicho... me había prometido que celebraríamos su cumpleaños en nuestro restaurante favorito. Eso fue ayer... o al menos, así lo recordaba.

—No, eso no puede ser —dije entre dientes, la incredulidad transformándose en desesperación—. Sarah me dijo que celebraríamos su cumpleaños. Me lo dijo ayer, no hace cuatro años.

Vi los ojos de Ken oscurecerse con el peso de la verdad que sabía que no podía evitar. Él respiró hondo, casi como si también le doliera contarme lo que ya parecía haber dicho muchas veces en su mente.

—Te juro que es la verdad, Elisa. No puedo mentirte... No a ti —murmuró, sus ojos fijos en los míos, como si intentara traspasar mi confusión con la pura fuerza de su sinceridad.

Mi corazón latía con fuerza, y sentí cómo el calor de las lágrimas empezaba a arder en mis ojos. La incredulidad dio paso a una tristeza profunda, a un vacío que no tenía fin. Me dejé caer hacia atrás, sin fuerzas, dejando que las lágrimas rodaran por mis mejillas sin hacer el esfuerzo de detenerlas.

Ken me observaba en silencio, y en algún lugar en mi interior, su presencia me resultaba reconfortante, aunque no lograra recordar por qué. De algún modo, sabía que no estaba sola, aunque me sintiera completamente perdida. Sin saber por qué, cuando él se acercó y me envolvió en un abrazo, no lo rechacé. Me dejé llevar por ese consuelo, como si una parte de mí recordara haber confiado en él alguna vez.

Me quedé así, entre sus brazos, sintiendo la pesadez del dolor y la confusión mezclarse. Pero también sentí una ligera chispa de algo más: una chispa de esperanza. No sabía quién era exactamente Ken en mi vida pasada, pero en este presente desordenado, él era el único que parecía tener las respuestas que tanto necesitaba.

Y aunque no lo recordara, en ese momento supe que dependía de él para desentrañar el misterio de mi propia existencia perdida. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a descubrir quién había sido y, más importante aún, quién era ahora.

—Gracias por estar aquí, Ken —dije finalmente, rompiendo el silencio, aunque mi voz era apenas un susurro ahogado por el agotamiento emocional.

—Siempre estaré aquí, Elisa —respondió él, y en su voz encontré una promesa que, a pesar de no recordar, sentía que podía confiar.

Nos quedamos en silencio un rato más, mientras intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar. El mundo había cambiado mientras yo estaba en algún lugar oscuro de mi mente, pero tal vez, con Ken a mi lado, podría encontrar el camino de vuelta.

Soledad de Tinta Gris | Ken Sato/ ULTRAMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora