Capítulo 9

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Oscuro...

Vacío...

Silencio...

Eso era lo que había a su alrededor. Como si sus sentidos hubieran sido apagados por una fuerza invisible, y ahora se encontraba en una especie de limbo que le impedía ver en dónde estaba.

Fué cuando una luz blanca hizo acto de presencia frente a ella, una luz tan radiante que la dejó ciega en seguida. Intentó cubrir sus ojos con su brazo, pero se dió cuenta que estaban atados por lianas de colores verdosos.

La luz la iluminó por completo, transportándola a un nuevo lugar. Un lugar que sus ojos reconocieron de inmediato.

Estaba en ese bosque.

En el bosque donde todo acabó para la tejón cuándo apenas tenía cinco años.

Estaba atada a un tronco de madera como ese día, con un montón de leña bajo sus pies en busca de demostrarle cuál era su destino, su cruel destino. Elevó su mirada, en busca de alguien que la ayudara y le explicara que rayos le estaba pasando. Y los vió ahí, ahí estaban ellos... Aquéllos que le quitaron una parte esencial de su vida y apagaron la llama de la inocencia de la jóven tejón.

— ¿A quién estás buscando Sticks? — Murmuró una voz femenina, que se escuchaba fría y sin sentimientos. Aquélla voz que sus oídos reconocieron de inmediato.

Sus ojos se fijaron en la figura de una tejón que tenía un gran parecido con Sticks, con la diferencia que esta tenía ojos amarillos de color brillante y un enorme cabello largo que llegaba hasta sus rodillas. Sus ojos transmitían asco, asco por la tejón, aquella pequeña que no hizo nada más que intentar sobrevivir por los abusos de su propia madre.

Su madre.

Bajo su mirada que juzgaba a la chica, Sticks se volvió a sentir como la misma niña de cinco años. Aquella que le arrebataron todo lo que tenía solo por una estúpida creencia de su aldea.

— Serás castigada Sticks... — Continuó. Aquélla voz por alguna razón rebotaba en todo el sitio, haciendo que la niña la escuchara con claridad en esos momentos, sin poder salvarse de sus horribles y lastimeros insultos —. Cómo hija del demonio que eres, mereces el castigo de arder en el infierno con ellos.

— ¡YO NO HICE NADA! — Gritó con todas sus fuerzas, su voz se rasgaba con las lágrimas que comenzaron a salir y a rodar por sus mejillas — ¡ESTÁN EQUIVOCADOS! ¡YO NO LOS MATÉ!

— ¡¿Se atreve a llamarnos mentirosos?! — Gritó un aldeano que no tenía rostro. Era como si lo único que importaba era el rostro fúnebre de su propia madre —. ¡Bruja!

— ¡Ella es hija de los demonios!

— ¡Insultó nuestro legado!

— ¡Ella robó nuestras comidas! ¡Es una ladrona! ¡Una bruja! — Gritó una mujer de su propia especie. Ninguno de ellos tenía rostro.

Su madre mostró una sonrisa cínica, una sonrisa vacía que no tenía ni la más mínima pizca de remordimiento por el estado de su propia hija. La pequeña que solamente había pedido la paz para sobrevivir. Aquella que solamente había nacido en un lugar equivocado con nuevas y peculiares habilidades.

Aquella que señalaban como un demonio.

Sólo porque su madre odiaba a su padre.

— Por favor... Yo no hice nada... Deben creerme... — Suplicó con la voz rota, las lágrimas corrían sin detenerse por sus mejillas, bañando sus labios con aquél líquido salado.

Su madre se acercó a ella, para tomarla con fuerza de sus mejillas, apretándola con sus manos.

La miró con odio, sus ojos amarillos desplegaban un asco incesante por su hija no deseada. Apretó sus mejillas con fuerza, sacándole un quejido por el dolor de sus mandíbulas jóvenes. Sus lágrimas bañaron los dedos de la tejón adulta.

— Nadie nunca te creerá, Sticks — Escupió con desprecio, apretando más sus mejillas—. Eres un insulto para este mundo, eres un demonio, una maldición que nació en este pueblo por castigo de tú padre. Yo cometí el error de no apuñalarme a mi misma para que tú no nacieras — Sus palabras eran para herirla, hacerle entender que era una carga para ella, una carga para su propia madre que debía quererle incondicionalmente como debía haber sido —. No importa lo mucho que hagas, lo mucho que te esfuerces. Siempre todos te odiarán en el fondo y se quejarán de tí. Eres una carga. Una estúpida maldición. Nadie nunca te querrá de verdad, solamente desearán algo de tí para ello. Nada de lo que hagan por tí, es a cambio de algo querida. No olvides esto...

Empujó su pequeño y esquelético rostro a un lado, golpeando el costado de su cabeza contra el tronco. La mujer se levantó de la tejón, para arrebatarle una antorcha que tenía uno de los aldeanos sin rostro que había a su lado.

— Eres una maldición. Por eso arderás en el infierno.

Y lanzó la antorcha a sus pies, comenzando a quemar la leña bajo la tejón de cinco años de nombre Sticks. La iban a quemar viva.

Soltó un último grito, un grito que Sticks no escuchó. El grito que mostraba su miedo, pidiéndole ayuda a la única persona que le apoyó y le quiso de verdad.

Sticks lloraba.

Sticks gritaba.

Sticks suplicaba.

Pero Sticks no escuchaba.

Todo se volvió oscuro.

𝐈𝐧 𝐘𝐨𝐮𝐫 𝐄𝐲𝐞𝐬 || Shadsticks AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora