14

58 16 1
                                    

Me toma de la mano y caminamos por la orilla de la carretera. Los carros pasan muy cerca y me sobresalto, Jairon se las arregla para que me sienta segura.

—Nunca he estado por aquí —confieso.

—En realidad la mayoría de la gente rica no conoce este lugar —cruzamos un pequeño puente— La realeza no visita la pobreza. 

—Es una mierda eso de clases sociales y tal —digo en voz baja, pero me escucha.

—Sube y disfruta. 

—Ni loca.

—Venga, será divertido —insiste con la alocada idea de que me suba en el borde del puente. Es un poco ancho.

—Si me caigo puedo morir.  

—Eso no va a ocurrir —dice— Yo no te soltaría.

Muerdo mi labio y el niñero me ayuda a subir, sin soltar mi mano. Empiezo a caminar, está alto, abajo solo hay piedras y agua. 

—¿Cómo te sientes? —pregunta.

—Jodidamente bien, dueña del mundo.

—Eso eres, la dueña de tu propio mundo y de todo lo que reflejan tus ojos. 
Dios.

¿Qué coño pasa con este chico? 

Es la perfección atrapada en el cuerpo de un hombre.

Llego al final del puente, Jairon rueda sus brazos en la parte baja de mi espalda y comienza a darme vueltas hasta soltarme entre risas en el suelo. 

—Mi mundo está jodido —resoplo con cansancio.

—Bueno, te vienes al mío —me vuelve a tomar de la mano— Te mostraré. Puedes hasta quedarte.

Después del puente había como una arboleda, junto a un sendero de escaleras viejas que se alejaba de la carretera. Seguimos por ese camino, llegamos a una fogata junto al río.

Había mucha gente. Chicas y chicos. 

Todos saludaron a Jairon con besos y abrazos. 

—Estás perdido —dijo uno y se dieron golpes, en juego.

Otro le pasó un brazo por los hombros:

—¿Ella quien es? —me señaló. Sentí pena.

—Jairon tiene novia —dijeron en coro.

Las mejillas del niñero ardían, desde aquí podía ver lo sonrojado que estaba.

—Es mi niñero —intenté defendernos para qué nos dejaran en paz.

—Dios, te follas a tu niñero.

—Paren ya —Jairon alzó la voz— Soy solo el niñero y nos llevamos bien. Punto. Nadie se folla a nadie.

—Claro, claro —se burlaron— y nosotros nos chupamos el dedo.

—No voy a seguir con lo mismo —puso los ojos en blanco— Llevo tiempo sin venir.

—Tienes razón, te extrañábamos mucho —se abrazan nuevamente.

Uno de los chicos, el más alto de todos me ofrece un vaso plástico de color rojo. Lo tomo y le regalo una medida sonrisa. Jairon hace lo mismo. 

—Ella es Rebeca, trabajo para su familia —me presenta y se da un largo trago— Esto está apagado.

—Me ofendes —el moreno pone música de una grabadora, que estaba sobre la piedra. 

—¿Es nueva? —Jairon pregunta. Supongo que se refiere a la canción, yo tampoco la he escuchado. 

—La grabé hace unos días —dice orgulloso— ¿A qué es buena?

Erróneos ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora