i. El extraño muchacho.

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Todas las adicciones acaban mal. Dicen que no superas tu adicción hasta que tocas fondo, pero, ¿cómo sabes cuándo lo has tocado? Porque por mucho que algo te duela, a veces dejarlo duele aún mas. La verdad es dura, la verdad es incómoda, y a veces... la verdad.

Empezaba a despertarme después de todo lo que me había sucedido. Las fuertes luces blancas de aquella habitación molestaban a mis ojos. Me incorporé un poco en la cama y miré a mi alrededor. Mis padres estaban tumbados en el sofá... hacía mucho que no les veía así. Intenté levantarme para ir al baño y lavarme la cara, pero estaba cansada y casi no podía moverme.

Estaba empezando a marearme el olor de aquel hospital. Ya llevaba dos días ingresada, no podía soportarlo ni un minuto más.

—Señorita Sheppherd —miré a la puerta para ver al médico que estuvo muy pendiente de mí, el Dr. Herbert—.  Tengo buenas noticias para ti.

—Dígamelas, por favor —pedí nerviosa por si era lo que yo más deseaba oír.

—Dentro de una hora te darán el alta —contestó sonriendo y yo le devolví la sonrisa—. Pero ahora que veo que tus padres están dormidos, me gustaría hablar contigo.

—No lo volveré a hacer... créame —agaché la cabeza decepcionada.

—Quisiera estar completamente seguro —el Dr. Herbert me dio una tarjeta y yo la acepté—. Es una gran profesional, verás como te sentirás mejor.

—¿Quiere que asista al psicólogo? —pregunté mirándole a los ojos.

—Nora... —él sonrió y acarició mi rostro—. Aún eres joven y tienes una vida por delante. No te arruines por tonterías.

Se retiró y yo me quedé mirando la tarjeta. Venía el nombre de una mujer: Lena Bell. Ese nombre yo ya lo conocía de sobra, arrugué la tarjeta y la tiré debajo de la cama.

—La directora ahora también es psicóloga —gruñí y al final sacando fuerzas me levanté.

Mi ropa estaba en un armario, me puse unos pantalones vaqueros y una camiseta de mangas largas para tapar las marcas de mis brazos, me calcé con las converse y me recogí el pelo. A la media hora mis padres se levantaron y ni siquiera se miraron, solo se acercaron a mí con esas miradas de pena que aún no habían decidido cambiar por una algo más cómoda para mí.

—Hija mía —se acercó mi madre, Isabelle Sheppherd, y acarició mi rostro—. ¿Cómo estás?

—Bien —forcé una falsa sonrisa—. El Dr. Herbert me ha dicho que dentro de poco me dan el alta.

—Me alegra saberlo —sonrió mi padre, John Sheppherd, y yo cambié de rumbo la mirada.

—Estuve dos días encerrada entre cuatro paredes —dije molesta y luego intenté calmarme—. Mañana volveré al instituto.

—¿Estás segura? —preguntó mi madre.

Antes de poder contestarle llamaron a la puerta. Quien tocó, abrió y se adentró en la habitación. Era el Dr. Herbert que volvió con aquella sonrisa y algunos papeles.

—Nora —se acercó y les dio los papeles a mis padres—. Ya veo que estás lista para salir.

—Tengo muchas ganas de irme —contesté sin mirarle.

—Entonces adelante —me dijo y luego vi como estrechaba la mano con mi padre—. Ya se pueden ir.

Fui la primera en abandonar la habitación de aquel hospital. Aquel olor ya se estaba pegando en mi piel y si seguía respirando un poco más, me moriría. Solo pensar que había estado encerrada durante dos largos y condenados días me hacía perder la poca paciencia que tenía.

adiction » h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora