Capítulo Cuatro

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Coordinar ideas me estaba costando demasiado. Sentía el cuero impactar contra la piel y todo dentro de mí ardía, era como si fuese material combustible lanzado una y otra vez a una hoguera.

Mis pechos están duros pues se erizaban debido a los azotes y cada vez sentía un hambre arrolladora. Lo vi ladear una sonrisa mirando directamente lo que había hecho con mis tetas.

Su cuerpo desnudo me ponía en peor estado, era como si algo dentro de mí supiese que él puede darme lo que necesito ahora mismo.

Mis mejillas están húmedas y no sé en qué momento había llorado, quizás de dolor, quizá de placer, solo sé que mi corazón latía fuerte viendo cómo él se acercaba a mí lentamente.

La boca se me secó con su cercanía y el roce de nuestros cuerpos. Lo estaba haciendo a propósito, él quería hacerme perder la cabeza torturándome de esta forma. Mirándonos directamente a los ojos, veo que saca su lengua y ya que mis pechos quedan a la altura de su cabeza, pues estoy en un escalón y suspendida atada de manos, los empieza a lamer.

Pasa la lengua de forma tortuosa por la punta de mis pechos y jadeo blanqueando los ojos por el cúmulo de sensaciones que otra vez recorren mis poros.

Traza círculos sobre mis pezones duros y no hago más que retorcerme ofreciéndoselos, pero él solo sigue haciéndolo suavemente, sigue rozándome con su lengua y yo quiero que me muerda, que los chupe. ¡Condenación Natasha, eres la peor ramera de todas! 

Su mano baja por mis caderas y toca mis nalgas apretándome contra su torso duro. Arqueo mi espalda como defensa a los estragos de su lengua en mi piel.

—Te lo dije muñeca, las de tu tipo son las peores, una vez les muestras este mundo y no tienen cuando parar —su voz sonaba llena de soberbia.

Y eso me dejó un mal sabor dentro, pero no podía hacer nada. Algo más fuerte había tomado posesión de mí y exigía algo, exigía algo con ansias y ahinco.

—Por favor —comencé a suplicar al ver que no se movía, solo seguía lamiendo débilmente mis pechos enloqueciéndome con cada segundo que pasaba.

Escucho su risa cargada de burla.

—¿Fue un ruego lo que escuché? Creí haber entendido antes que jamás rogarías a un animal como yo...

Se separa dando dos pasos atrás y creo que desfalleceré percibiendo esto que me consume por dentro. Los sentidos los tengo aturdidos y el pulso demasiado acelerado, ni hablar del sudor que corre por mi cuerpo.

—Pero no tengo ganas de follarte. Pensé que iba a ser más interesante, que ibas a resistirte más. Pero mírate, totalmente dispuesta a que te folle a mi antojo.

Mi interior se contrae porque sino me libero de estas sensaciones creo que estallaré en mil pedazos.

—Eres linda, pero no me gustan las niñas. Me gustan las mujeres, hembras experimentadas que puedan volverme loco. Si follo contigo es porque no tengo remedio, cuanto más rápido quedes preñada mucho mejor.

Se me queda viendo y no sé porque mis ojos se llenan de lágrimas al oírle decir eso. ¿Preñada? ¿Soy una yegua de cría?

Es insufrible.

Es una bestia de la peor calaña.

Un adefesio.

Un...

Se acerca y zafa un nudo al lado izquierdo del hierro que me tiene colgada. Mis manos caen por inercia abajo y como si no tuviese fuerza, caigo de rodillas al suelo.

Con la humillación latente en mi cuerpo y aún sintiéndome abrumada, lo fulmino desde mi lugar. Se agacha ante mí y toma el nudo en mis muñecas y lo zafa.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora