Capítulo Dieciocho

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El horror nubla cada uno de mis sentidos cuando siento su boca contra la mía y sus manos aprisionándome contra su cuerpo. Forcejeo chillando entre sus fornidos brazos pero no me suelta y intenta meterme la lengua cuando levanto mi rodilla y doy una patada en su miembro masculino.

Me suelta al instante y aúlla de dolor curvando su cuerpo. Mi corazón late desenfrenado y cuando miro a mi alrededor me doy cuenta de que mi vida va a cambiar a partir de hoy, toda o más bien, una gran parte de la sociedad está presenciando lo que ha pasado.

Nos miran atónitos, sus ojos casi salen de sus órbitas y yo me voy encogiendo cada vez más. Mi cuerpo no logra moverme y mucho menos mi lengua para articular una sola palabra.

—Son amantes... —murmuran a lo lejos.

—Él es amigo de su esposo y ella tiene un amorío con los dos... —susurran otras voces.

—Que conducta más inmoral y libertina, Dios se apiade de la humanidad —cuchichean otros.

Y yo atino a correr lejos de ahí. Mi mente no logra sopesar nada. En estos momentos no logro ver la magnitud de lo que acaba de pasar. Llego hasta el carruaje y prendo el camino de regreso a la mansión con el corazón latiéndome en la garganta.

Mis manos no dejan de moverse nerviosas sobre mi vestido mientras me mantengo mirando un punto fijo del amueblado carruaje.

Me besó.

Me besó frente a todos.

Lo hizo a propósito.

Mis ojos se llenan de lágrimas.

—¿Qué sucede milady? —pregunta Jazmine que le había ordenado quedarse en el coche.

Rompo a llorar ahora sí pensándome en los miles de escenarios que pueden ocurrir a continuación. Acabo de destruirlo todo.



Subí a una habitación cualquiera y me encerré con llave. Me forcé a dormir hasta que abro los ojos sobresaltada en el colchón. Mi pecho sube y baja y otra vez sollozo al recordar lo que pasó frente a todos.

Unos toques en la puerta me hacen meter un brinco en el colchón. Limpio mis mejillas con el pulso a millón.

—Muñeca, ¿por qué estás encerrada? —pregunta la voz de Henry.

Y mi interior se oprime. Por su tono estoy segura de que no sabe nada. Pero solo es cuestión de tiempo.

—Natasha... —habla al otro lado de la puerta.

Y lloro con más fuerza pensando en su reacción. No me creerá si le digo que yo no tuve nada que ver. Todo lo que habíamos avanzando irá al punto cero, a los días en que me gritaba y me maltrataba.

—Ábreme la puerta muñeca, estoy preocupado —añade y por su tono lo noto en verdad.

Pero no puedo. Solo quiero morirme. Dejar que la tierra me succione. Escucho cómo abren el llavín desde fuera y me hago un ovillo en la cama. No puedo mirarlo. No tengo cara para hacerlo.

Rompí todo, acabé con todo.

Escucho sus pasos pero no me atrevo a levantar la vista. Sus manos me acarician los cabellos y me susurra:

—No tenía que beber ayer, pero no encontré otra forma de lidiar con ello. Lo siento...

Y me rompo más. La primera vez que me pide disculpas, que se abre aún más conmigo. Me toman de la cintura y me pega a su pecho besando después mi coronilla.

—Si dije o hice algo que no debía, yo lo siento esposa...

Su calor. Su olor. Sus caricias todo hace que me siga rompiendo aún más. Niego frenéticamente mientras lloro de forma descontrolada.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora