Capítulo Trece

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Sus manos me tocan sin decoro por todas partes y me siento suspender en ese limbo al que él siempre logra someterme.

Y cómo si algo me recordaba todo de pronto me separo con toda la piel y los labios hormigueándome por la lejanía.

Vuelve a acércaseme y fácilmente puedo ver el deseo plasmado en sus pupilas a pesar de la oscuridad. Puedo sentirlo también bajo mi vestido jugando con el hilo entre mi dignidad y mi lujuria.

No.

No iba a dejar que me hiciera polvo, estaba vuelta pedazos, pero esos pedazos podían seguir consumiéndose y no. Al parecer él disfrutaba de esto pero yo no.

Lo aparté de mí y me senté en el asiento del frente. Di dos toques en la cabeza del carruaje y el cochero lo echó andar.

Volví la vista a él. Lucía demasiado apuesto para mí estado acalorado. Sus ojos me miraban como si en cualquier momento quisiera devorarme entera, y debo haber perdido toda la cordura cuando siento las sensaciones envolverme después de lo que me hizo.

Paso saliva mirándolo.

—No vas a volver a tocarme —declaro en el tono más seguro posible.

Eso no parece gustarle, pero tampoco dice nada al respecto.

—¿Me dirás qué hacer? —espeta en tono áspero.

Y así es él. Un bruto, un salvaje, ser primitivo que tiene encima demasiada oscuridad. Y al paso que va me dejará a mí sin ver la luz tampoco.

—Te diré que hacer con respecto a mí —contraataco y me sorprendo yo misma de mi tono firme.

Él se deja caer en el espaldar en una pose que demuestra relajación, como si estuviese disfrutando grandemente de verme tan envalentona.

—Tienes votos que cumplir —zanja serio.

Me quedo viendo sus labios, sus ojos y todo su porte tan masculino que me hace poner nerviosa.

—Tú tienes esos mismos votos y te has limpiado con ellos.

Se soba la sien izquierda cerrando los ojos. Noto que está tratando de controlarse por lo que me remuevo en el asiento. Miro el tramo que falta para llegar a la mansión. Necesito salir de aquí.

—Yo quiero tocarte muñeca, quiero...

—¿Darme con un látigo? ¿Hacer que grite de dolor sintiendo mi piel abrirse? ¿Eso quieres?

Parpadea apretando la mandíbula.

—Porque yo no. No quiero seguir siendo tratada así. Yo soy tu esposa, no un animal, ni ninguna de esas mujeres a las que antes humillabas de esa forma —le grito histérica.

Él se queda pensando.

—¿Quién te dijo eso? —demanda saber y me encojo en el asiento por el tono amenazante que usa.

Miro la edificación a varios metros ya que estamos subiendo por la escalinata.

«Que acabe de llegar»

Me veo suplicar en mi interior una y otra vez.

—¿Quién te dijo eso Natasha? —me ladra otra vez más airado que antes.

Y mi respiración sube y baja. Tengo miedo. Lo veo cada vez más enfurecido y no quiero estar a solas con él. No...

El coche para y como un lince abro la puerta y salgo rápidamente fuera. Casi corro dentro de la mansión escuchando sus pasos firmes a mis espaldas. Pero no paro, sigo y sigo ahora subiendo por las escaleras. Quizás si me meto en otra habitación...

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora