Capítulo Veintitrés

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Henry

La tenía preparada para mí. Estaba amordazada y atada sobre su cabeza completamente desnuda. Adiestrar a esa mujer a cambio de la información que deseaba. Sabía que él estaba presenciándolo todo desde otro lado de la habitación, sin embargo, no era la primera vez que tenía público a la hora de tomar una fusta en mis manos.

No había mujer en el mundo que se resistiera a mí. Había tenido bajo mi dominio cientos de ellas. Solo las adiestraba, a la mayoría jamás llegué a poseerlas, solo cogía con las que en verdad me la ponían dura. Eso era bastante trabajoso para ellas, pero a la última hora del día alguien habitaba mi cama siempre.

Hasta que me casé con la castaña que había mandado mis ideales al fondo del Támesis. Los primeros días luego de que sucediese el escándalo había ido al club, había sometido a varias mujeres y ninguna consiguió excitarme. Lo que más me gustaba de lo que hacía era verlas rendidas ante mí, dispuestas a lo que les ofrecía con la confianza a ciegas en mi dominio. Pero Natasha llegó a revolcarlo todo y eso me fastidió y frustró más aún. Intenté coger con dos pero fue por gusto, no conseguí llegar a meterla. En esas mujeres que no conocía la veía a ella, oía sus gemidos desde otras bocas y percibía su cuerpo en otra piel. Era fastidioso y me enfurecía sentirme así.

Así que no volví más al club. Pero ahora ver a otra mujer dispuesta a recibir mi sadismo, no hizo más que hacerme comprobar que estaba perdido. Y mi perdición sólo tenía un nombre. Porque la piel tornándose rojiza de esa mujer desconocida atada frente a mí, no me hizo pasar saliva. Los gemidos suyos no me enloquecieron al punto de querer arrasar con todo y terminar ahogado y hundido en su calor, mucho menos su delgado cuerpo me la hizo agitar.

Nada. Esa mujer no provocó una pizca de nada sobre mí. Pero debía hacerlo. Alfred quería que le mostrara cómo era el sadomasoquismo y lo hice. Azote las veces precisas, toqué las veces necesarias en los puntos y lugares correspondientes y por último la hice correrse estruendosamente solo con mis palabras.

Mire sus pechos voluptuosos muy cerca de mí y me forcé a hacerlo. Me enfurecía verme tan inmune a ella. ¡Condenación! ¡La estaba dando placer a una mujer hermosa y mi cuerpo no reaccionaba a ella!

Lamí su teta solo para comprobar que de verdad Natasha había vuelto añicos toda mi vida pasada. Y sí, nada sentí cuando gimoteó bajo mi lengua.

Nada.

Unas pisadas fuertes me sacaron del trance en el que estaba y vi sus cabellos sueltos correr lejos. Mi cuerpo se contrae estrepitosamente y mi pecho se apretó al sopesar que ella estaba presenciando esto.

¿Desde cuándo había estado ahí?

Miro a su tío y bramo:

—Pagarás por esto —le advierto para luego salir corriendo tras mi esposa.

Me llevaba un largo tramo cosa que me hizo dar cuenta de lo veloz que era. Veía el camino por donde corría y cada vez mi pecho se apretaba.

«Si cae sobre esas piedras...

—¡Natasha deténte! —le grito.

Agilizo mis pies acelerando mis pasos hasta que la veo mirando fijo al acantilado. Apresuro más mis pisadas y cuando ya voy llegado a ella, salta y con el corazón en la boca, la cojo de las caderas y la jalo a mis brazos con tanto miedo que creo que el corazón me saldrá por la boca de latir tan fuerte.

Sus piernas se vuelven gelatina y la sostengo aún más fuerte cuando todo su cuerpo se desploma sobre el mío.

—Natasha... —la llamo una y otra vez palmeando sus mejillas.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora