Capítulo Siete

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En este momento daría todo lo que fuera porque pudiese convertirme en humo y desaparecer. Simplemente evaporarme al saber que Elizabeth Holkham acaba de presenciar semejante barbarie.

Los músculos brazos de su padre me sueltan como si quemara y veo sus ojos mirar a su hija salir corriendo. Yo con el corazón en la boca lo veo caminar tras ella despotricando y me quedo completamente sola con la respiración vuelta un desastre y todo el escote de mi vestido de la misma forma.

Si sigue así no me quedara nada en el armario que pueda usar. Intento cubrirme con la cabeza atolondrada por lo que acaba de suceder. Ya ni siquiera logro coordinar las ideas. Solo me dejo caer en la cama mirando un punto fijo en madera de la habitación, con las manos tratando de unir la tela del corpiño.

¿Por qué demonios me dejo hacer esas cosas?

Me veo los pechos y noto las marcas de los chupetones y los pezones al rojo vivo, casi parece abominable cuando me deja de tal forma. El dolor que me provocaba al prenderse de mi piel como un ser primitivo, aún hace hormiguear dolorosamente mis poros.

—¿Milady? —escucho la voz de Jazmine atrás.

—Búscame un nuevo vestido necesito salir de estas paredes —ordeno y me importa poco que mi tono en este momento sea mordaz.

Ella callada lo hace y me ayuda a poner un corsé esta vez junto a un vestido de color verde pastel. Todo mi armario está lleno del último grito de moda, siempre ha sido así. Y aunque antes detestaba cubrirme el escote, ahora no me queda más remedio que hacerlo. Abrocho los botones que llegan hasta el cuello evitando que vean las macabras marcas que mi esposo dejó en mí. Pongo unos guantes que casi llegan a mis codos y una papalina que cubra mis cabellos castaños.

Me miro en el espejo y otra vez sigo sin verme. No hay brillo, no hay chispa, no hay nada que me recuerde a lo que era antes de que me ofrecieran a él como una oveja expiatoria.

Suspiro.

—Si desea mi opinión...

Llevo los ojos a mi doncella y ella sigue hablando:

—Es usted hermosa milady.

Le sonrío aunque en realidad si a sonreír se le pudiese llamar elevar las comisuras levemente.

—¿Es siempre así?

Pestañea sin entender mi pregunta.

—¿Las relaciones maritales son tan desgraciadas para las mujeres? —inquiero más concisa.

Y ella vuelve sus labios una fina línea y noto que se demora en contestar.

—No, la verdad es que no. Se puede disfrutar demasiado de ella, depende del hombre...

Y vuelvo la mirada a mi cuello. Sonrío con nostalgia al pensar que al final esta es su forma de vengarse de mí por algo que no sé qué hice o qué pasó entre él y mis padres. Por eso es que me humilla, me azota, me ata, me amordaza y me trata de esta forma.

Con otro hombre quizás todo hubiese sido diferente. Con alguien que me amara como el rey Hadid a Jac, como el príncipe Jairus a Gabi. Mis ojos se empañan reconociendo que nunca voy siquiera a rozar ese tipo de relación ni sentimientos.

Por años traté de llamar la atención. Por años me gustaba que me viesen, que me atendiesen como nadie en mi familia hacía. Trataba de hacerme ver en los grupos, de bailar con tantos caballeros como fuese posible, trataba de sentirme reconocida por los demás.

Fui una niña solitaria. Encerrada en el cuarto de juegos con la simple compañía de mi institutriz, ni siquiera tomaba ninguna comida con mis padres. Mi madre iba a verme solo en las noches, dejándome casi todo el tiempo con mi nodriza.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora