Henry
Estaba iracundo. Más con ella que conmigo mismo. Otra vez había logrado hacer tambalear mis defensas. Con solo dos palabras había vuelto a caer bajo su hechizo. Sin duda estar cerca de ella me atolondraba los sentidos y no iba a permitirme volver a caer.
¡Demonios!
Mi verga palpita en mis pantalones porque su olor sigue en mi nariz. Su piel suave aún la siento en mis labios y sus gemidos llenando mis oídos. Natasha es mi talón de Aquiles y eso lo tenía más que claro. Por tanto la estaba evitando a toda costa.
Me había rebajado a un nivel decadente. Llegar al club era un martirio cada vez que sentía los ojos de los demás en mí. Los primeros días me vi envuelto en peleas con varios sujetos que sé creyeron con la libertad de bromear con el asunto. Sin embargo luego de eso, con solo una mirada todos a mi alrededor se intimidaban.
Estaba hasta el cuello con todo.
Mi esposa había sido tocada por otro. Ella lo había permitido. Ella había ido en contra de mi palabra y había hecho que estuviésemos envueltos en esto.
A la cucaracha de Jason no lo había visto más. Adrede había ido a los sitios que él frecuentaba. No podía llegar a su casa y meterme a la fuerza para abofetearlo como mis puños cosquilleaban por hacerlo, porque estaba escondido como la zarrapastrosa rata que era.
Sabía que Natasha era tan ingenua como para que él usara eso a su favor. Natasha no tenía nada que ver con Anne en ese sentido. Y eso me enfurecía más, me hacía arder en llamas por matarlo con mis propias manos.
¿Qué peor humillación para un hombre que el que todos hayan presenciado cómo su mujer le pone los cuernos?
La cólera me cegaba en sobremanera. Quería matarlos a todos, a Jason, a ella, a la sociedad. Estaba tan rabioso que todo se me volvía negro cada vez que pensaba en eso.
Verla después de meses fue un puto calvario. Estaba radiante. Su rostro brilló al verme ante ella. Su cuerpo había cambiado y me tenía como un desquiciado. Se lo pedí con premura. No aguanté las malditas ganas de verla desnuda, lo necesitaba. Y ella no se opuso. Recordar cada segundo en que su piel se descubría más y más me hizo poner dolorosamente duro. Su cuerpo ya no estaba delgado como antes. Sus pechos habían crecido demasiado y sus caderas se habían anchado solo para enterrarme una milla más, en la puta agonía en la que comencé a vivir desde que sucedió el escándalo.
No lo pude evitar. Era pedirle que se tocara o tocarla yo mismo. Y tuve que luchar con todo mi autodominio para no devorarla entera en ese sofá mientras metía sus dedos en su pequeña entrada. Estaba a punto de reventar con cada gemido suyo, estaba a punto de mandar la mierda mi orgullo sólo por poseerla nuevamente, pero antes de que eso pasara y de que me arrepintiera luego de hacer lo que mi verga exigía, me largué con su imagen desnuda taladrándome los sesos.
«Te amo»
Con eso sí que fue suficiente para que olvidara todo. Dos palabras que me hicieron nublar el raciocinio en cuestión de nada y acabé entre sus piernas y devorando sus deliciosas tetas. Hubiese ido a por más, hubiese terminado hundido en su calor sino hubiese sido por sus manos sobre mí.
Eso fue como un puto aterrizaje contra la realidad. Todo había sido su culpa. Ella me había vuelto el hazmerreír de todo Londres, me había denigrado de la única forma que jamás imaginé, y única forma también que solo podría alejarme de ella.
Le había dado todo. Había pedido disculpas por primera vez en mi puta vida. Había hecho el amor por primera vez, no solo una, dos veces tuve sexo de manera convencional. Había ido a pasear, había planeado una cita romántica, habíamos dormido abrazados. ¡Condenación! ¡Le había dado todo de mí!
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Su elegida por sacrificio III
RomanceNatasha Wilkinson veía su futuro más que claro, casarse con alguno de sus atractivos partidos que ansiaban desposarla. Vivir cómodamente y disfrutar de los beneficios de ser la esposa de algún caballero con algún título nobiliario de antaño. Quien...