Capítulo Cinco

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Abro los ojos tan grandes cuando otra vez veo sus macabras intenciones. Este hombre tenía algo obsesivo con las cuerdas, las mordazas y los azotes. Porque ya me encontraba atada nuevamente con las manos sobre mi cabeza y mi vestido vuelto un desastre en la parte de mi escote.

Había descubierto que él se sentía excitado con mis pechos, quizás era porque resultaba tedioso en estas condiciones quitar el vestido completamente, pero ahora mimo tenía todo mi torso desnudo.

El sudor perlaba mi cuerpo a pesar de que fuera estaba la temperatura fría. Veo cómo toma en sus manos algo extraño y se acerca a mí dando pasos hasta casi rozar mi anatomía, lo que hace que inspire profundamente y me contraiga entera.

«Estás enferma Natasha, ni siquiera te ha tocado»

Sus manos toman con brusquedad mi mentón y eso hace que abra los ojos con el corazón latiéndome desenfrenadamente. Su proximidad me hace erizar los vellos de todo el cuerpo y siento cómo mis pechos en específico se endurecen por el deseo.

Viéndolo tan cerca inevitablemente hace que me relama los labios. Su barba, su cicatriz y sus tan oscuros e inexpresivos ojos provocaban que me quede completamente embelesada viéndole.

—Las niñas inocentes no se meten con los hombres como yo, no cuando su castidad llega al techo —gruñe y su tono es áspero, más mi cabeza me hace pensar que es porque también está sufriendo los mismos estragos que yo.

Y con su otra mano mete eso que trae, en mi boca. Es algo como cuero, es macizo y gordo, mis dientes pueden morderlo. Noto que hace un nudo tras mi cabeza dejándome al final amordazada.

Da dos pasos atrás y esta vez toma en sus manos una cinta de seda, un pedazo de ella y con eso tapa mis ojos.

Empiezo a retorcerme atada sobre mi cabeza dándome cuenta de que es en vano. Las sensaciones se arremolinan dentro de mí porque lo siento ahí, siento su aroma, su cuerpo y su presencia en cada poro de mi piel.

Mi cuerpo está expectante. La saliva se me acumula en la boca donde tengo eso que no me deja chillar o gritar por auxilio.

«¿Quería gritar auxilio?»

Y me azota.

Mi espalda se arquea casi instintivamente y un jadeo sale de mis cuerdas vocales. Mi piel arde en sobremanera, pero un calor se extiende cada vez más por toda ella, contrarrestando el dolor con placer.

Estaba maniatada. Cegada y amordazada.

Y mi interior ansía más. Mis hormonas burbujean dentro de mí porque no puedo verlo, solo lo escucho dar pasos certeros. Oigo sus gruñidos y los movimientos de sus manos.

Y otra vez me retuerzo al recibir otro azote sobre mis pechos y esta vez sí gimo en todo sentido de la palabra, aunque fuese acallado por la mordaza.

¡Dios me asista!

Su cuerpo otra vez roza el mío e intento moverme, pegarme, ansío su toque, no el toque del objeto con el que sea que me estuviese violentando.

Pero su mano va a mi pelo y me jala hasta que casi puedo rozar su barba, siento su aliento en mi oído y casi me veo arder en llamas.

Un hambre me tiene abrumada. Una necesidad concisa aclama en mi cuerpo una y otra vez, con cada segundo que pasa en esta posición.

—Te advertí mantenerte alejado de mí. Te dije que yo era quien acudiría a ti, por tu bien muñeca, esto es solo un atisbo de todo el dolor que puedo infringirte. No... —susurra muy, muy cerca de mi oído—, tientes a... —vuelve a murmurar con su voz ronca—, tu suerte.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora