Capítulo Seis

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Al llegar a la edificación Minsteracres Hall donde Henry vivía. Sucedió lo mismo. Seguí en sus brazos hasta entrar a la casa. No me reparo en ningún momento pero sus fornidas manos no me soltaron tampoco. Subió conmigo en brazos hasta la habitación que me habían designado como la nueva marquesa de Lodge y tras ponerme sobre la cama, intenté hablar con él, pero no me dejó hacerlo, porque al instante giró su espalda y salió dando un portazo sonoro a la puerta.

Paso saliva mirándome las manos. El corazón sigue latiéndome y mi piel hormiguea pues mi cabeza sigue en mí antes, flotando sobre sus músculos y mi cuerpo se acalora con ello. Me golpeo mentalmente no una, sino tres veces porque lo que debo hacer es mantenerme alejada de un monstruo como él. Uno que no le importó que llevara horas colgando de las muñecas, uno que no le importó dejarme como un perro moribundo completamente vulnerable.

Observo mis muñecas y contengo las lágrimas. Tengo la piel magullada y roja. La veo levemente rasgada como con hilillos con sangre seca que toco y me duele. Definitivamente eso es lo que soy para él, una basura. Una yegua de cría que solo sirve para engendrar herederos.

Inspiro hondo porque cada vez que me digo que debo ser fuerte y no seguir llorando, no lo consigo. Siguen sucediendo más y más desastres en mi vida.

Dos toques en la puerta me hacen elevar la vista y sobrar la nariz.

—¿Milady?

—Adelante Jazmine —digo y mi doncella entra con una bandeja en sus manos.

Su rostro está cargado de preocupación y casi corre a la cama donde estoy.

—¡Oh Dios mío! —murmura mirándome a los ojos y luego mira mis manos.

Pone la bandeja en la cama y toma mis manos.

—Luce pálida milady. Luce demacrada. ¿Por qué os secuestraron? ¿Sabe quién fue?

Y pestañeo escuchando sus preguntas. ¿Secuestro?

—Debe estar atolondrada aún. Lord Lodge me pidió que viniese a curar sus heridas. Mandó a buscar un doctor, debe estar al llegar. Espero que no le haya hecho nada ese bandido, aún no sé cómo pudo entrar sin ser visto por nadie —dice sin parar ni un segundo y trago grueso.

No opino nada. Toma un pote diminuto y comienza a aplicar un bálsamo sobre mis heridas y arrugo las cejas al sentir que arde.

—¿De verdad no recuerda nada señora? Su excelencia parecía perder la cabeza en algún momento esos días, si llega a verlo...

No sé qué decir sobre nada. Estuve dos días fuera, al parecer eso fue lo que él dijo a todos y no pienso decir lo contrario. Con respecto a lo otro también me abstengo de comentar, pero no puedo evitar sentir un cosquilleo al oírle decir eso de él en mi ausencia.

Los pasos se comienzan a escuchar en el pasillo y de pronto la puerta se abre y la figura masculina y grande de Henry entra seguida de un sujeto bajo, calvo y un poco regordete podría decir.

Mi esposo se cruza de brazos situándose frente a la cama y el médico deja su maleta sobre la misma. Jazmine se pone de pie y tras él lanzarle una mirada mordaz, sale fuera cerrando la puerta.

—¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? —inquiere el hombre.

—Despertó hace solo unas horas —le responde Henry en tono áspero y posa sus lobunos ojos en mí.

Bajo la mirada por inercia.

—Veamos... —murmura el doctor y toma mi pulso.

El silencio llena el lugar hasta que los ojos del hombre me miran.

Su elegida por sacrificio IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora