Noche 3: Tiempo de Pascuas (parte 4)

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El hombre no solo ha sido creado a imagen de Dios; también quiere convertirse en Dios.
– Soren Kierkegaard


...Retomando lo acontecido...


Samael permaneció inmóvil, paralizado por lo que acababa de ocurrir. Los últimos eventos seguían repitiéndose en su mente, como si su cerebro intentara encontrar una manera de entender lo que, por naturaleza, era incomprensible.

La imagen de la niña, el miedo desgarrador en sus ojos hinchados por el llanto, y los fríos brazos mecánicos de Charlie que la envolvían como si fuera un juguete a su merced. El eco de su propia voz, gritando para que Charlie la dejara en paz, resonaba en sus oídos. La impotencia era como una ola aplastante, sofocante.

"Elya murió por menos que un cobarde", las palabras de ella resonaron en su mente, como un cuchillo que se clavaba cada vez más profundo. Elya. Solo escuchar su nombre evocaba una espiral de recuerdos dolorosos, emociones que Samael había intentado enterrar en lo más profundo de su ser, pero que ahora salían a la superficie sin misericordia.

¿Cómo sabía Charlie sobre Elya?, ¿Qué estaba intentando conseguir al mencionar su nombre?. Él sintió cómo la rabia se enroscaba en su pecho como una serpiente venenosa.

Sin embargo, no era momento para perderse en pensamientos ni en recuerdos. El bosque frente a él parecía respirar, el ambiente estaba cargado de una tensión densa y opresiva. Las sombras entre los árboles parecían moverse de manera sutil, casi imperceptible, como si lo estuvieran observando, acechando.

Y ahí, en medio de todo, estaba la risa de Charlie, resonando a su alrededor, recordándole que todo esto no era más que un juego sádico para ella.

- Deja de jugar conmigo...-, murmuró Samael con los dientes apretados, sintiendo la frustración hervir en su interior.

Pero sabía que no podía dejarse consumir por la ira. Sabia que ella tenía la ventaja, y su única oportunidad era mantener la cabeza fría.

Las reglas estaban claras, al menos en parte: seis objetos repartidos por el bosque, y él tenía que reunirlos antes de que el tiempo se agotara. Aunque el panorama era aterrador, al menos había un camino, un objetivo.

Respiró hondo, intentando calmarse. Un paso a la vez, se dijo a sí mismo, enfocándose en la misión. Primero debía encontrar esos objetos. Miró su mano y notó las escopetas que Charlie le había dado. Sentía su peso, pero algo en ese acto de empuñarlas lo tranquilizaba, aunque solo fuera un poco.

Miró a su alrededor. El bosque se extendía en todas direcciones, sus caminos escondidos bajo un manto de oscuridad. No había pistas claras, no había señales que le indicaran por dónde empezar.

Tendría que depender de su instinto y sus sentidos, y saber que en cualquier momento, Charlie podría aparecer de nuevo, jugando con él, retorciendo su mente.

Cada paso que daba parecía reverberar en la atmósfera sofocante del bosque. Era como si el lugar respondiera a su presencia, como si él fuera una intrusión en un ecosistema de pesadillas.

Las hojas secas crujían bajo sus botas, resonando como si anunciara su llegada a todo lo que acechaba en las sombras.

De vez en cuando, sus ojos captaban pequeños movimientos en los bordes de su visión. ¿Animatrónicos acechando? O quizás solo su imaginación, producto de la tensión y el miedo.

Pero sabía que no podía bajar la guardia; este lugar estaba diseñado para quebrarlo, y esa coneja no escatimaría en usar cada recurso para hacerlo dudar, para jugar con su mente.

FNAF/FNIA: [El Infierno en la Tierra: Una historia que ya fue contada...]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora