Max entró al gran salón de reuniones de la manada de panteras, donde ya estaban congregados Lewis, George, Alonso, Charles, Carlos, Valtteri, Angela, Yuki, y Pierre, entre otros líderes y figuras importantes de la comunidad. Había una atmósfera de seriedad, y la luz que entraba por las grandes ventanas del salón hacía brillar los ojos atentos de los cambiaformas, que observaban cada movimiento de sus compañeros, pendientes de cada palabra. Max, con sus hombros anchos y su porte imponente de alfa, se sintió en su elemento mientras analizaba a sus nuevos socios.
Lewis comenzó la reunión explicando los detalles del proyecto de comercio entre ambas manadas. La visión era simple pero ambiciosa: una ruta directa que conectara el territorio de los leones con el de las panteras, permitiendo el paso de bienes y reduciendo las horas de viaje que actualmente necesitaban atravesar para el intercambio. Max, interesado y con su instinto de liderazgo activo, planteó algunos ajustes, sugiriendo puntos de seguridad y estaciones de descanso que también podrían funcionar como puntos de control para supervisar la ruta.
—¿Qué productos crees que intercambiaríamos con más frecuencia? —preguntó Alonso, siempre pragmático y con sus cejas arqueadas en señal de interés.
—La manada de leones tiene en abundancia cueros y pieles —respondió Max con una voz firme—. Podemos ofrecer objetos de caza, así como medicina herbaria que nuestros curanderos producen. Además, artesanías de madera y objetos decorativos son altamente valorados en nuestra región.
Charles asintió, pensando en las oportunidades para mejorar la calidad de vida de la manada.
—Nosotros, en cambio, podríamos ofrecer herramientas de metal, algunas de las armas que nuestros herreros producen, y también ciertos medicamentos que obtenemos de la ciudad humana —agregó Lewis, sin perder de vista a cada uno de los asistentes.
El acuerdo de la construcción de la carretera se pactó sin demasiados inconvenientes. Los detalles específicos fueron registrados, y se fijaron las fechas en que ambos grupos comenzarían a trabajar en sus respectivos extremos de la ruta. El ambiente de camaradería era evidente, y aunque Max se mostraba seguro de sí mismo, una pequeña parte de él estaba inquieta, pensando en el próximo encuentro con Sergio, el omega que cada vez se volvía más imposible de olvidar.
---
Al finalizar la reunión, Lewis los invitó a su hogar para almorzar. Los demás miembros de la manada aceptaron encantados, y pronto se encontraron dirigiéndose hacia la imponente casa del alfa de las panteras. Max observó cómo la manada se movía con naturalidad, bromeando y riendo entre ellos mientras se dirigían a la casa. A pesar de su propia naturaleza reservada, el ambiente cálido le hizo relajarse un poco.
Al entrar en la casa, Max fue recibido por una visión que lo dejó momentáneamente sin aliento. Sergio estaba en la entrada, con una gran sonrisa y una elegancia casual que parecía innata. Vestía una camisa de lino blanca que caía suavemente sobre su torso, con un escote lo suficientemente profundo como para mostrar la delicada curva de su clavícula y un atisbo de su pecho. Max intentó apartar la vista, pero sus ojos regresaban una y otra vez a aquella visión, a los rizos oscuros de Sergio, al brillo en su piel, y a la facilidad con la que sonreía al ver llegar a los visitantes.
El almuerzo estaba listo y los miembros de la manada se acomodaron, ocupando sus asientos alrededor de la larga mesa. La comida era abundante, llena de platos de diferentes culturas y especias que llenaban el aire con un aroma delicioso. Sergio se movía entre los presentes, sirviendo platos y asegurándose de que todos estuvieran bien atendidos. No era un omega que buscara atención de manera obvia, pero había algo en su presencia que irradiaba calidez y hospitalidad.
Max trataba de concentrarse en la comida y en la conversación, pero era imposible ignorar a Sergio. Al escucharlo reír o hacer algún comentario, Max sentía una punzada de celos y algo más profundo que le hacía hervir la sangre. Para él, el omega parecía un imán imposible de ignorar, y el alfa dentro de él luchaba por mantener la compostura. A mitad del almuerzo, escuchó a varios llamarlo cariñosamente "Checo", y la curiosidad lo venció.
