Capítulo 8

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Satoru regresó a la residencia en el auto con Yaga, quien no había pronunciado una palabra durante el trayecto. La noche había sido un respiro, algo que no esperaba en su nueva vida en el extranjero. Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, la atmósfera cambió inmediatamente. Yaga, había estado siguiendo discretamente su salida con Utahime, se acerco a él con los brazos cruzados y una expresión neutral que Satoru conocía demasiado bien. 

—Bienvenido de vuelta a casa, su alteza —comentó Yaga con un tono de voz calmado, pero Satoru notó el ligero reproche escondido en sus palabras.

—Yaga, no tienes que seguirme a todas partes —dijo Satoru, tratando de mantener la situación ligera mientras dejaba sus cosas a un lado. —Soy perfectamente capaz de cuidarme solo, como puedes ver.

Yaga se acercó, siguiendo a Satoru mientras se quitaba la chaqueta.

—No es cuestión de si puede hacerlo solo, su alteza —respondió Yaga con paciencia. —Por órdenes de sus padres, mi deber es estar con usted en todo momento. Si le ocurre algo, la carga de sus acciones caerá sobre mí. Esta vez, lo dejé ir solo porque lo pidió, pero no debe acostumbrarse, podría meterse en problemas, y eso es algo que no podemos permitir.

Satoru sintió cómo la irritación comenzaba a burbujear en su interior. No con Yaga, porque él solo estaba haciendo su trabajo, sino consigo mismo y con las restricciones que lo rodeaban. Ser un príncipe significaba que cada movimiento estaba bajo un escrutinio constante, y aunque había crecido acostumbrado a ese nivel de control, hoy había sido diferente. Hoy había sentido un atisbo de libertad, aunque solo fuera por unas horas.

—Entiendo, Yaga —dijo Satoru, esforzándose por mantener su tono calmado mientras evitaba el contacto visual. —Pero estaba en un lugar seguro, con alguien de confianza, no tienes que preocuparte todo el tiempo.

—No es mi preocupación lo que importa, su alteza —Yaga insistió, sin dejarse influenciar por el intento de desviar el tema. —Son las órdenes de sus padres, mi responsabilidad es protegerlo y garantizar que esté a salvo en todo momento.

—Sí, ya lo sé —Satoru suspiró, pasando una mano por su cabello blanco, sintiendo una mezcla de frustración y resignación. ¿Cuántas veces había tenido esta conversación, de una forma u otra? El deber, las responsabilidades, las órdenes de sus padres... siempre había algo que lo mantenía atado, recordándole quién era y qué esperaban de él.

Yaga lo observó con una mirada comprensiva, aunque manteniendo su postura firme. Sabía lo difícil que podía ser para Satoru, pero también conocía la importancia de seguir las reglas establecidas por la corona.

—Lo siento si me excedí —añadió Yaga finalmente, con un tono más suave. —Pero recuerde que estamos en un país extranjero. Las cosas pueden ser impredecibles, y estoy aquí para asegurarme de que nada le ocurra.

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