Utahime Iori no conocía al príncipe Satoru Gojo, heredero al trono en Japón. Ella había vivido toda su vida en Reino Unido. A pesar de tener ascendencia japonesa por parte de su padre, no conocía nada del país, excepto lo poco que él le había contad...
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La camioneta se detuvo frente a una imponente residencia de estilo victoriano, rodeada de extensos jardines verdes que parecían nunca acabar. La casa, con su fachada de ladrillos rojizos y ventanas grandes, irradiaba el aire señorial típico de una vieja familia inglesa. Satoru, sentado entre Utahime y su hermano Alexander, miró por la ventana, impresionado por el lugar.
Cuando el vehículo finalmente se detuvo, los pasajeros comenzaron a bajar, Utahime salió primero, sonriendo al ver a su abuelo esperándolos en la entrada principal. George Maxwell, un hombre de avanzada edad, con el cabello completamente blanco y una postura ligeramente encorvada, emanaba dignidad. Llevaba una chaqueta de tweed y una bufanda oscura, que lo hacía parecer la viva imagen de un caballero inglés de antaño.
—¡Ah, finalmente han llegado! —dijo el anciano con voz firme, pero cálida, mientras extendía los brazos para recibir a su nieta. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y orgullo al ver a su familia reunida.—Ya todos están adentro, solo faltaban ustedes.
A su lado, la señora Lenay Maxwell, una mujer que parecía una versión más alta y delgada de su hermana Madeline, sonrió amablemente a Utahime.
—Es bueno verlos —dijo Lenay sonriendo.—Los demás han estado preguntando por ustedes.
Utahime saludó a su tía con una ligera inclinación de cabeza antes de girarse hacia Satoru.
—Abuelo, tía Lenay —dijo, llamando su atención. —Quiero presentarles a Satoru Gojo.
Satoru, que había estado observando respetuosamente, dio un paso al frente. Con una ligera inclinación de cabeza y una sonrisa cordial, extendió la mano hacia George.
—Es un honor conocerlo, señor Maxwell —dijo Satoru con su voz habitual, suave pero segura escondía cualquier rastro de nerviosismo. La forma en que se comportaba elegante pero sin pretensiones, lo hacían parecer en sintonía con el ambiente de la familia Maxwell.
George le estrechó la mano con más fuerza de la que Satoru había anticipado para alguien de su edad. El anciano lo miró de pies a cabeza, evaluándolo por un segundo antes de sonreír con satisfacción.
—El placer es mío, muchacho —dijo George con una leve sonrisa que arrugó más su rostro.— Cualquier amigo de mi nieta es bienvenido aquí.
Lenay asintió con la misma amabilidad.
—Bienvenido, Satoru, nos alegra tenerte aquí —añadió con un tono suave y cálido.
—Gracias —respondió Satoru, manteniendo su sonrisa educada. Notó cómo el ambiente se relajaba con cada saludo y cada gesto amigable que intercambiaban.