Utahime Iori no conocía al príncipe Satoru Gojo, heredero al trono en Japón. Ella había vivido toda su vida en Reino Unido. A pesar de tener ascendencia japonesa por parte de su padre, no conocía nada del país, excepto lo poco que él le había contad...
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Cuando Satoru y Utahime regresaron a la fiesta, el ambiente seguía siendo igual de vibrante. La fogata brillaba intensamente, llenando el aire con destellos dorados que parecían bailar junto con los invitados. La música tradicional escocesa resonaba con alegría, acompañando los pasos de aquellos que aún seguían disfrutando en la pista de baile. Ambos caminaron hasta una pequeña banca cercana al fuego, buscando un momento de respiro después de todo lo que había sucedido. Sentados uno junto al otro, observaban cómo los invitados reían, bailaban y conversaban. Utahime, con una sonrisa ligera, contemplaba cómo las parejas en la pista giraban y se movían con energía al ritmo de la música. Sus ojos brillaban, reflejando la luz cálida de la fogata, y Satoru, al notarlo, no pudo evitar quedarse mirando fijamente.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó de repente Satoru, inclinándose un poco hacia ella, su tono amable y sincero.
Utahime se giró hacia él, sorprendida. Su corazón se enterneció al ver la expresión ligeramente nerviosa en el rostro de Satoru, quien claramente quería hacerla feliz, incluso si eso significaba volver a enfrentar sus torpes pasos en la danza escocesa. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios.
—Claro que sí —respondió con dulzura, tomando su mano con firmeza. —Pero esta vez, ¡nada de pisarme los pies!
Satoru rió entre dientes. —Haré lo posible, pero no prometo milagros.
Ambos se levantaron y caminaron hacia la pista, atrayendo algunas miradas de los familiares y amigos cercanos. La música comenzó a animarse de nuevo, marcando un compás alegre, y Utahime tomó la iniciativa, enseñándole a Satoru los pasos básicos mientras este trataba de seguirla con entusiasmo. Aunque por la tarde habían bailado juntos, no estaba del todo seguro de cómo moverse, pero eso no le impidió intentarlo. Mientras los demás bailaban alrededor, ellos parecían estar en su propio pequeño mundo. Los pasos de Satoru, aunque algo descoordinados al principio, se volvían más seguros con el tiempo, y la risa de Utahime parecía contagiarlo. Con cada giro, él la sostenía con más firmeza, y con cada paso errático, ella le dirigía una mirada comprensiva que lo animaba a continuar. Finalmente, la música comenzó a desacelerarse, marcando el final de la canción. Utahime y Satoru quedaron frente a frente, tomados de las manos. Ambos respiraban con dificultad, pero sus rostros irradiaban alegría.
—Eres todo un bailarín profesional, ¿sabías? —bromeó Utahime, entre risas.
—Sí, claro —replicó él, devolviéndole la sonrisa con una mirada traviesa. —Aunque creo que no tendré un futuro en esto.
Ella negó con la cabeza, divertida, y apretó suavemente su mano. —Lo hiciste muy bien... gracias por intentarlo.
La noche continuó entre música, risas y el resplandor de la fogata que iluminaba las sonrisas de los presentes. La familia de Utahime y Satoru no ocultaba la alegría que les daba verlos compartir momentos tan significativos. Los primos de Utahime seguían bromeando y liderando pequeños bailes, mientras que el abuelo de Utahime mantenía a todos encantados con sus historias y su buena disposición. Con el paso de las horas, la energía comenzó a calmarse. Las llamas de la fogata se volvían brasas y el ambiente se llenó de una sensación de cierre y satisfacción. Los invitados comenzaron a despedirse, abrazando cálidamente a los anfitriones y llevándose recuerdos imborrables de la celebración.