XVII

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Bill y Andy salieron de la tienda con una bolsa de regalo mediana, no pude ver más detalles porque enjugué de inmediato el par de lágrimas que alcanzaron a salir de mis ojos, mismos que escocieron y tuve que tallar con el dorso de mi mano para que el ardor se fuera.

Subieron al auto, Andy atrás y Bill a mi lado. Seguí con el camino y aunque Bill trató de ignorar mi expresión, supe y entendí que él lo también lo comprendió al instante.

—Vamos a quedarnos, pero quiero que te comportes. Recuerda que eres un invitado —le dijo viéndolo por el retrovisor.

—Ya sé, papá —contestó haciendo una mueca.

—Bien. ¿Va a ir el niño que te molesta?

—No, nadie lo quiere.

Los dejé que hablaran. Pretendí escucharlos, volteaba a ver el retrovisor cada vez que Andy contestaba, asentía de vez en cuando, pero por dentro, mi mente aún trataba de encontrar algún código oculto para que, al descifrarlo, me dijera que me la habia creido, que todo era una estúpida broma y que estaba en un programa de camara escondida.

Pedí exactamente eso, cada palabra tal cuál. Dos horas después, el mensaje era el mismo. Sin códigos ni mensajes secretos, sin bromas ocultas. Estaban por dar las cinco y aún no podía decirle que había problemas en la disquera. Y ni siquiera la discusión de Martín y de Octavio acerca del porqué sus hijos no merecían la contestación de Miss Grace en la clase de química. 

Todos los papás estabamos reunidos en el jardín, sentados alrededor de una mesa y las mamás, incluyendo a Bill, estaban en otra mesa.

Me levanté y entré a la casa, decidido a hablarle a Bill con una seña para que entrara conmigo. Claramente no pude hacerlo en el momento, en lugar de dirigirme a la cocina y hablarle desde ahí, entré hasta la sala. Salí de la casa después de un momento, en el coche dejaba los cigarrillos. No fumaba como antes, pero aún se me antojaba alguno de vez en cuando. Fui a buscarlo, los encontré en la guantera, la cajita seguía igual, solo le faltaban los dos que fumé en el cumpleaños nueve de Andy, hace ya casi siete meses.

Entré al auto y con la ventanilla abajo, encendí el tercer cigarro de la cajetilla. Entonces vi salir a Bill, lo vi soltar un suspiro al aire, traía en su mano una cerveza, y pronto se encaminó hacía el coche. De pronto no sabía si estaba temblando porque estaba en problemas, o porque me gustaba demasiado mi esposo.

Tal vez eran las dos en una mezcla horrenda.

—Hola —saludó entrando al auto.

—Hola.

—Imagino que tienes que ir a hacer algo con respecto a «no es nada, confía en mí». ¿Me equivoco?

—A veces no sé si existan palabras para decirte cuánto me importas y cuánto es que estoy enamorado de ti.

—Vaya, gracias y a la vez… ¿Sabes? Desde ayer no dejo de pensar en que si debería preocuparme. Es decir, dices que confíe en ti, pero… ¿en serio no hay forma de que me digas qué es lo que está mal? ¿Qué es lo que está pasando? ¿O tienes miedo de cómo actúe?

—Tengo miedo de lo que puedan hacernos.

—¿Hacernos? ¿Quiénes?

—No puedo decírtelo.

—¿No puedes o no quieres?

—La primera y mucho de lo segundo.

—¿Confío en ti?

—Por favor. Sé que te es difícil, pero te lo suplico. Créeme.

—Te creo, sé que si lo dices es por algo, pero, Tom, estoy sufriendo. En la noche viste nuestras fotos…

In die Nacht - Zurück zu dir... Zurück zu us [Parte 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora