XVIII

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Llegué a casa de Dana y Martín, aún había música, podía imaginar a todos en el patio de atrás, los niños jugando y saltando y corriendo y riendo. Podía imaginar a los papás tratando de ganar algún absurdo concurso inventado por ellos mismos, y a las mamás, tratando de averiguar algún chisme nuevo de las mamás nuevas que aún no se integran a nuestro grupo, así como de las que ya no están. Me quedé un rato más en el coche, pero él salió. Volvió a verme desde su posición y no hice nada, solamente nos contemplamos el uno al otro, el tiempo se detuvo, me prometí no romperme otra vez, lo logré por un momento. Prometí hacer a un lado todo lo que pasó, lo logré.

—¿Cómo te fue? —preguntó cuando se acercó al auto, asomándose desde la ventanilla del copiloto. Su lugar de casi siempre.

—Vamos  a casa, quiero acostarme y que me abraces —dije con la garganta apretada y doliéndome.

—Bien. Voy por Andy.

—Si quiere quedarse a hacer pijamada, sería genial.

—¿Ya nos estorba nuestro hijo? —preguntó sonriendo, en forma de juego.

—Sí, ya no sabemos cómo quitarlo de nuestros planes. Déjalo y huyamos.

—Cállate, fuiste demasiado lejos —terminó cediendo.

—Ve por él.

—Dame un minuto.

Bill regresó a la casa con un intento de seguir caminando rápidamente, salió con Andy minutos después, él venía alegre con un plato desechable y otro encima, seguramente sería pastel o una hamburguesa; Bill traía una bolsita de plástico con un grupo de chicos de alguna de las tantas bandas de pop de Corea.

—¿En dónde estabas, papá? —preguntó Andy en cuanto abrió la puerta de atrás y se sentó.

—Papá fue al estudio en la disquera, hubo problemas que solo él pudo solucionar.

—Ah. ¿Y por qué vamos a casa si dijimos que nos podíamos quedarnos hasta tarde?

—Le dije a tu papá que si querías quedarte a una pijama podías hacerlo.

—Sofi va a salir mañana temprano de viaje con sus papás. No hay opción de pijamada.

—Lo siento, cariño —agregó Bill—. Ya será otra ocasión.

—Sí, está bien.

Nadie volvió a hablar durante el camino, conduje tan rápido como pude, sin olvidar que las calles me pedían ir a una velocidad de sesenta kilómetros por hora, y algunas otras a veinte, aun así, no bajé más la velocidad.

Al llegar a casa, dejé que Andy saliera del auto, detuve a Bill tocando su pierna junto a mí y él dejó de moverse en un intento por salir del auto.

—Dime —empezó, buscando mi mirada. Cuando la encontró, me prometí no derramar una sola lágrima. De algún modo, lo logré.

—Dime que… que todo estará bien, que jamás te alejarás de mí y que me amas.

—Te lo digo prácticamente todos los días.

—Dímelo, por favor.

—Tom, todo estará bien, jamás me alejaré de ti, prácticamente me llevas en la sangre, aunque quisiera dejarte no podríamos hacerlo por completo.

—No bromees.

—No es una broma, recuerda que estás en mis venas, y que siempre estaremos juntos, no solo en la noche. ¿Recuerdas eso?

—No sabes lo mucho que me gustó esa canción.

—Es nuestra, solamente.

Para entonces, parecíamos los dos niños de cuatro y luego seis y luego ocho años, sentados en el medio de nuestras camas, en la misma habitación, compartiendo nuestros libros de matemáticas e historia porque Bill era bueno para las fechas y yo para los números y las fórmulas. Los dos sentados frente a frente, con las piernas cruzadas, sonreí porque a pesar de la incomodidad, estábamos sentados de igual manera, en el auto, frente a frente y con las piernas cruzadas, acordándome de esos tiempos.

In die Nacht - Zurück zu dir... Zurück zu us [Parte 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora