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Pablo siguió conduciendo, aún no entendía a dónde me llevaba, ni siquiera sabía con certeza si él sabía a dónde me llevaba. Lo único que sabía era que Tatiana ya estaba en la casa con Andy, que Laia estaba hablando raro con Pablo, y que yo seguía temblando en el asiento trasero.

De pronto, Laia volteó a mirarme, sonrió de forma extraña, una sonrisa deforme por una tristeza que luchaba por esconder.

—¿Qué pasa? —pregunté buscando la fuente de esa mueca. Eso era, una mueca.

—Querido… prométeme que vas a estar tranquilo.

—¿Qué?

Volvió a su asiento y Pablo se detuvo, en cuanto Laia se quitó de enmedio, pude ver el frente de la carretera, un auto destrozado, las placas que conocía de memoria, los vidrios rotos en el suelo, y las luces de dos patrullas y una ambulancia cegándome por completo. Había ruido, el llanto de una mujer que pronto se combinaría con el mío.

Pablo y Laia se bajaron del coche después de mí, mis piernas seguían dando pasos flojos y con miedo, mis pies se arrastraron hasta donde el auto estaba volcado, el otro auto parecía estar peor que el nuestro, aun así, todo daba miedo.

—No puede estar aquí —me dijo un oficial.

—Es mi esposo —dije apenas con un hilo de voz, mismo que salió con lágrimas de mis ojos, apenas señalé débilmente el auto volcado—, ¿dónde está?

—Fue trasladado al hospital de la ciudad.

—¿Está…? —No pude terminar la pregunta, mi garganta se cerró, mi cuerpo tembló peligrosamente, y mis ojos no me ayudaban, seguía llorando como si la noticia fuera inminente.

—Demasiado herido, pero sí, tenía signos vitales.

No me detuve a darle las gracias, mi cuerpo de repente tenía un poco de adrenalina. Pablo ya estaba arrancando el auto cuando volteé, y Laia parecía estar buscando la mejor ruta, Pablo manejó sin detenerse en los semáforos y yo le agradecí por eso. Estaría en deuda después.

En cuanto pude entrar al hospital, me planté en la recepción y dije su nombre, la enfermera me miró y buscó en su computadora, no tenía ningún registro.

—Acaban de traerlo, accidente de auto —explicó Laia.

—¿Quién es usted? —preguntó la enfermera como si tuviera la paciencia para darle cada uno de mis datos.

—Su esposo, maldita sea. ¡Dígame dónde está!

—Está en cirujía. Llegó muy mal y lo llevaron al quirófano, supongo que lo internarán en cuidados intensivos, pero vaya a la sala de espera, el doctor saldrá y le informará mejor.

Me quedé sin palabras, Tom en el quirófano, estaba en cirugía y no podía entrar a verlo. Laia me tomó del brazo y me arrastró con ella hasta un sillón, no había nadie, éramos los únicos.

No sentí mi cuerpo hasta pasado el tiempo, empecé a sentir frío, dolor en mis piernas y en mis dientes, me di cuenta que había apretado fuertemente mi mandíbula, también me sentí enojado, impotente y volví a llorar como si me acabaran de decir que no volvería a ver a Tom.

—¿Quieres que te traiga algo? Tal vez un té ayude —ofreció Laia.

—Sí, gracias.

Ella se levantó, le dijo algo a Pablo al oído y se fue. Pablo llegó de inmediato a mi lado.

—Todo va a salir bien, Tom es muy testarudo, no creo que quiera dejarte solo tan de repente.

—Tuvimos una discusión. No sé dónde estaba y no sé con quién fue, pero tú sí, ¿no?

—Familiares de Thomas Trüm…

—Soy yo, soy su esposo —interrumpí—. ¿Cómo está? ¿Está bien?

—Fuera de peligro, con muchos cortes y… con daños que esperemos sean temporales.

—¿De qué está hablando? ¿Qué clase de daños?

—Tiene varías vértebras dañadas, hicimos pruebas y no tiene movilidad en las piernas.

—¿Qué?

—Lo vamos a tener en la unidad de cuidados intensivos y estaremos observando su progreso.

—¿Puedo verlo?

—No. Debo ser muy, muy específico con usted en este caso, cualquier movimiento abrupto, será peligroso para el paciente. Le recomiendo que no lo toque. Si lo toca y él despierta, lo primero que querrá hacer es moverse.

—¿Y entonces? ¿Qué se supone que haga?

—Esperar. Deme un par de horas, por favor y veremos cómo reacciona a la cirugía, cautericé varias heridas internas y debe descansar. Cualquier duda estaré a sus órdenes.

—Gracias.

Volví a sentarme junto a Pablo, Laia regresó con un té y los dos me dijeron lo mismo, que estaría bien. Segundos después de ese bien, dos oficiales entraron, reconocí a uno. Los dos me miraron y no se detuvieron hasta llegar frente a mí.

—¿Podemos hablar? —dijo el que me había hablado estando en la carretera.

—Dígame —me levanté y avancé hasta donde ellos se detuvieron.

—Tenemos una orden para llevar a su esposo a un tribunal.

—¿Qué?

—Encontramos tres botellas de alcohol en el vehículo, ron, whisky y tequila, todas vacías.

—Lo que sabemos hasta ahora es que los dos vehículos se impactaron de frente —siguió el segundo oficial—, la otra víctima, estaba atrapada en el auto, un hombre casado y con familia, acaba de fallecer, así que, por favor, le pedimos busque un abogado y asista al tribunal, de lo contrario, podría ser considerado desacato e irá a la cárcel.

Vi como los dos oficiales se fueron luego de entregarme el citatorio correspondiente.

Este era, sin lugar a dudas y sin importar el pasado, el peor día de mi vida.

Seguí a los dos oficiales con la mirada, ambos se cruzaron con otro hombre justo al salir, lo diferente era que a este sujeto sí lo reconocí, era nuestro colega en el conservatorio, pero no tenía ni idea de qué era lo que hacía ahí con nosotros, en pocas palabras, cómo se había enterado.

—Hola, Bill. Vine en cuanto me enteré. ¿Cómo está?

—¿Quién te lo dijo?

—Eh… bueno es que… perdón, fue a mi casa y me contó que estaba preocupado… tomamos y ya sé, es mi culpa todo esto, no debí dejar que se fuera así.

—¿Estaba contigo?

—Sí, llegó como… loco, eran las dos de la madrugada y…

—No sabía que eran amigos.

—Nos cruzamos en los pasillos y a veces compartimos algunas clases. Hemos platicado algunas veces. ¿Cómo está?

—En observación.

—Ya veo. Lamento tanto esto. De verdad, si necesitas ayuda para algo, no dudes en decirme.

—Gracias.

—¿Te traigo algo de comer?

—No tengo hambre, acabo de recibir la noticia de que quizás Tom vaya preso después de esto.

—Bueno, conozco una abogada. Si quieres te paso su número.

—Bien, no hará mal tener una opción.

—Ten, llámala en cuanto puedas.

Esteban no paraba de ver sus tenis, parecía preocupado por sí mismo, y de buscar cualquier otra cosa para no hacer contacto visual conmigo. No se me hizo raro, pero sí que lo fue su explicación. Tom jamás había hablado de Esteban, de Pablo cada vez que podía y cada vez se hacía más estrecha su amistad con él, sin embargo, Esteban nunca había figurado en nuestras pláticas.

Pero el que pudiera saber un poco, sería Pablo. El problema era que debía hacer la pregunta correcta.

In die Nacht - Zurück zu dir... Zurück zu us [Parte 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora