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“Y qué le voy a hacer (qué) si no te puedo ver (no)”

Mi corazón acelerado y mis manos temblando eran algo que ya no podía controlar a medida que avanzabamos detrás de la enfermera que nos llevaría a la habitación de mi madre. No sabía como iba a reaccionar cuando nos viera, cuando me viera, o si siquiera iba a reaccionar. No sabía si nos iba a reconocer o si se preguntaría porque su enfermera le llevaba a unos extraños a visitarla, y he de admitir que esa idea me daba miedo.

Una vez frente a la puerta me tuve que recordar a mi mismo que todo estaría bien y que afrontaria cualquier reacción o suceso como todo un adulto. Además, no estaba solo, Elizabeth estaba conmigo, como una buena amiga, y eso era todo lo que necesitaba.

—Buenos días señora Demon, tiene visitas.

Mi madre, con su cabello entre amarillo y canoso recogido torpemente con una pinza, vestida con un vestido naranja y parada frente a la ventana arreglando sus pocas plantas volteó a vernos lentamente y con un desinterés qué desapareció en cuánto nos miró. Sus ojos brillaron, tal vez por lágrimas, y nos dió una sonrisa que tenía años sin ver. La extrañaba.

—¿Meliodas? ¿Elizabeth? —Me acerqué a ella lentamente y le di un abrazo suave, pero con tanto cariño que pude sentir las lágrimas empezar a formarse cuando mi madre me regreso el abrazo. Tenía el mismo olor a tierra y lavanda qué solía tener cuando era niño después de que había pasado la tarde arreglando su jardín— Oh, hijo, tenía tiempo sin verte... ¿Cuánto? No lo recuerdo, tal vez uno o dos meses, y has crecido mucho en ese tiempo. No sabes cuánto te extrañé.

La primera lágrima cayó. Su situación mental hizo que no se diera cuenta de que en realidad son diez años, y por un lado agradezco eso, tal vez así le duela menos.

—Yo también te extrañé mucho... Te traje un regalo —La solté con cuidado, limpié mi mejilla y volteé hacia Elizabeth qué tenía la maceta con los girasoles en sus manos. Vi como mi mamá se emocionaba y los tomaba en sus manos, y supe que tomé la elección correcta al comprarlos.

—¡Oh, girasoles! Son mis favoritos... Y justo los que necesitaba —Mamá comenzó a murmurar cosas mientras ponía los girasoles en su ventana, nada de lo que decía tenía sentido, hasta que lo nombró a él—. A mi esposo le van a encantar.

—¿A tú... Esposo? ¿De qué hablas?

—Sí, mi esposo... Él murió hace poco, pero le he tejido una bufanda para llevársela a su tumba la próxima semana. Podré ponerle un girasol, sé que a él le encantaría. ¿Sabes? Tengo dos hermosos hijos con él, pero ambos se han ido a la universidad... —Ella se detuvo a verme un momento— El mayor se parece mucho a ti.

Algo dentro de mí se rompió cuando noté que ya había olvidado, otra vez, que yo era su hijo, pero tuve que recordarme que era normal, la demencia la hace tener problemas con la memoria. Elizabeth puso su mano en mi hombro y suspiré, giré la cabeza y noté en la cama una bufanda mal hecha, seguro era la que le llevaría a papá. Miré más hacia el fondo y noté tres cajas una encima de la otra en un rincón y en una de ellas sobresalia lo que parecía ser algo que ella seguro habría tejido también.

Tal vez, ella olvida seguido que ya no está en Liones y no puede llevarle nada a la tumba de papá.

Tal vez, ella le hace una bufanda nueva cada semana.

506 - MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora