XLVII

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Durante los días que pasaron en la cabaña, el chico, a pesar de su comportamiento errático y su estado mental deteriorado, intentaba mantener una rutina que se volvía cada vez más angustiante y obsesiva

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Durante los días que pasaron en la cabaña, el chico, a pesar de su comportamiento errático y su estado mental deteriorado, intentaba mantener una rutina que se volvía cada vez más angustiante y obsesiva.

Cada mañana, llegaba con una expresión agotada, sus ojos reflejando una desesperación mezclada con un amor retorcido que parecía no tener fin. La puerta se abría con un chirrido desgarrador, y él entraba con una bandeja de comida que consistía en algo simple y a menudo insípido, como un paquete de galletas y un té casi helado. Su rostro mostraba signos de cansancio y frustración, pero en su mirada había una especie de ternura torcida.

—Buenos días, mi amor —decía con una voz que pretendía ser suave mientras dejaba la bandeja en el suelo, evitando mirarme directamente a los ojos. —Te he traído el desayuno. Tienes que comer algo, ¿sí?

Al principio, intenté comer lo que me ofrecía, pero la comida era tan escasa y poco apetitosa que pronto me sentí incapaz de tragarla. El estómago vacío y la debilidad que sentía hicieron que cada bocado fuera casi imposible de soportar. Cada vez que intentaba comer, mi cuerpo parecía rechazar el alimento, y el chico empezaba a perder la paciencia.

—Cariño, por favor, no me hagas esto más difícil —suplicaba con una mezcla de ternura y desesperación. —Sabes que te quiero, ¿verdad? No quiero que te hagas daño. No puedo soportar verte así.

Sus palabras eran contradictorias, cargadas de una necesidad desesperada de ser comprendido y amado, a la vez que me culpaba por mi sufrimiento. A medida que mi debilidad se intensificaba, el chico empezaba a mostrar signos de frustración y ansiedad. Sus visitas se volvían más irregulares, y la comida que me traía se hacía más escasa.

En un intento por hacer el encierro más soportable, el chico decidió llevarme un colchón. Era viejo y desgastado, con manchas visibles en la superficie. Lo arrojó al suelo con un ruido sordo, luego se quedó mirándolo unos segundos antes de volver su mirada hacia mí.

—Aquí tienes, mi vida —dijo con una sonrisa extraña, como si esperara que este gesto borrara todo el dolor. —Al menos tendrás algo más en lo que descansar. Quiero que estés cómoda, ¿entiendes? Quiero cuidarte.

A pesar del colchón, el entorno seguía siendo hostil e incómodo. El frío de la habitación y la falta de calor contribuían a la sensación constante de desamparo. El chico parecía estar luchando con sus propios demonios, y su comportamiento se volvía cada vez más errático a medida que pasaban los días.

Una de las cosas que se mantenía en su rutina diaria era el breve período que me permitía salir de la habitación. Cada día, me daba entre uno y dos minutos para ir al baño, que estaba al final del pasillo. La prisa con la que me apresuraba a usar el baño solo añadía más estrés a mi ya debilitado estado físico. No había tiempo para tomar un respiro, y el proceso era una carrera contra el reloj.

—¡Date prisa, amor! —gritaba desde la puerta mientras me apresuraba a hacer lo que podía. —Sabes que no quiero presionarte, pero... no podemos arriesgarnos, ¿de acuerdo?

REPUTATION -MICHAENGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora