POSICIÓN

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MAFIN

~POSICIÓN~

—Soy una melancólica de los oficios, no lo puedo evitar.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Fina mientras cogían las maletas para dirigirse a la puerta del vagón y bajar al andén.

—¿No tienes la sensación de que ya no hay profesiones como tal?

—¿Me lo dices o me lo cuentas? Llevo toda mi vida laboral danzando de un sitio a otro siendo de todo y a la vez...

—No siendo nada —terminó Marta.

—Sí.

—Me gusta pensar que en la fábrica sí que hay oficios, que es algo que cuidamos. Una persona puede entrar de aprendiz, especializarse y llegar a hacer carrera. Permanecer lo máximo posible trabajando allí y no sentir la necesidad de marcharse.

Al pisar el andén, Marta miró en ambas direcciones buscando las escaleras mecánicas.

—Que se acaben jubi... —Al volverse se topó con la mirada de Fina—. ¿Qué?

—Amas la fábrica, ¿verdad?

La pregunta sonó a afirmación rotunda en su boca y sintió como si hubiera mirado a través de ella. Eso le hizo sentir vulnerable.

—Es el negocio familiar —respondió de forma esquiva.

—No. No me refiero a ese tipo de amor, por defecto e incondicional, que se entrega a la familia. Me refiero a que sientes pasión por lo que haces.

—Me gusta hacer bien mi trabajo, sí.

—No es sólo hacerlo bien. Has creado un vínculo que cuidas al detalle. Por eso te empeñas en que los trabajadores se sientan parte de la familia, porque tú estás tratando de crear un hogar.

No estaba segura de cómo gestionar los sentimientos que Fina estaba despertando en ella durante el viaje. El hecho de que fuera capaz de ver con tanta claridad aspectos de ella misma, que no creía tan expuestos ni evidentes, la contrariaba.

Tras la conversación que habían tenido en el tren, se le había instalado una sensación agridulce dentro: Fina le parecía una mujer muy interesante y con cada minuto que pasaba a su lado aún más —sus conversaciones eran enriquecedoras—, pero se había dado cuenta de que la opinión que tenía de ella la colocaba en un lugar al que no deseaba pertenecer. Le disgustaba que la etiquetara de esa manera porque suponía asumir que compartía ciertos principios con esa élite de la que, era consciente, ella formaba parte, lo quisiera o no. Y no era cierto. Ese choque de principios era uno de los principales motivos por los que colisionaba con su familia en todas y cada una de las decisiones que se tomaban, lo que hacía que su día a día fuera una lucha constante. No quería que la viera a través de ese prisma, deseaba borrar esa imagen horrible, pero le aterraba que supiera cómo era en realidad. No estaba acostumbrada. Tan sólo con Jaime se había permitido ser ella misma. Había sido el único lugar seguro que había encontrado en su vida.

Sí, ella veía la fábrica como un hogar, pero jamás lo habría confesado en voz alta y, menos, delante de su hermano Jesús y su padre. La habrían tachado de romántica e ilusa. Sólo serviría para desacreditarla.

Ella era diferente. Sí. Lo era. No podía ser como ellos.

Para su hermano, quien trabaja para él era tan sólo un número. Una cuestión de balance: cuánto produces, cuánto gasto supones. Marta incluía en esa ecuación también lo humano y el bienestar. Tenía claro que Jesús y ella estaban en polos opuestos.

En cuanto a su padre... quizá compartía con Marta el concepto de hogar, aunque de una manera un tanto retorcida porque, las personas que trabajaban allí, no eran iguales a él y nunca lo serían, lo que los colocaba en un lugar inferior y, por tanto, de subordinación. Es cierto que los cuidaba, sí, pero desde una posición superior a la que debían obediencia.

MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora