EROSIÓN

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MAFIN

~EROSIÓN~

Marta llevaba un rato observando cómo Fina empujaba con el tenedor la comida de su plato, con la mejilla apoyada en la mano. Se había propuesto animarla y recuperar lo que habían compartido en el tren, pero Fina estaba seria. Muy seria. Demasiado seria. Tampoco ponía mucho de su parte.

El ambiente distendido del que habían disfrutado durante todo el viaje se había esfumado de un plumazo y Marta no conseguía ni remontarlo ni entender cuál había sido el detonante en este cambio de actitud en la dependienta.

Intentaba averiguar si había dicho o hecho algo que la hubiera incomodado. «Tal y como estás últimamente, eres muy capaz de haberte dejado llevar sin ser consciente de ello», se recriminó. Pero no. Por más que revisaba una y otra vez lo dicho y hecho, no encontraba nada fuera de lugar. Nada que pudiera delatar sus sentimientos hacia ella. Nada que hubiera sobrepasado un límite no permitido.

«Habla en confianza, de verdad».

« Hagamos una cosa. Durante tres días y dos noches, olvidemos que soy tu jefa».

«Necesito tu sinceridad más absoluta».

Marta apretó los labios al recordar sus propias palabras. «Querías cercanía y, desesperada, la buscaste con ese estúpido juego», se reprochó. Sí, de forma inconsciente había intentado que las palabras suplieran a los gestos prohibidos y que las miradas necesarias para conversar sustituyeran todas las caricias que no podía darle. Lo había retorcido todo para disfrutar de la complicidad de Fina, porque ese viaje, en otras circunstancias, en otra vida, habría sido completamente diferente. Ese viaje habría sido la escapada de dos amantes. Y ella... se habría ido directa a la habitación sin comer, porque de lo único de lo que tenía ganas era de Fina. Sin embargo, las circunstancias eran las que eran y Marta no tenía más vida que esta.

«Si no ha pasado nada extraordinario, el motivo de su cambio has tenido que ser tú», se dijo. Sí. Le había pedido sinceridad aunque sabía que eso suponía exponerse. Porque ese juego suyo tenía doble filo. Y aunque habían charlado y su conversación era muy estimulante, Marta había bajado la guardia. Era lo correcto, no podía pedirle que ella se abriera sin recibir nada a cambio. Y en ese dar y recibir, en el que Marta hacía tiempo que no se sentía tan cómoda, había olvidado que cada cosa que los demás saben de ella puede ser usado como arma para hacerle daño.

Para muestra, un botón.

Porque cada vez estaba más segura de que no era algo de lo que había dicho en concreto lo que le había molestado sino que esa parte de ella que por fin había mostrado, lo que ella era en realidad, le disgustaba. Y eso era doloroso porque lo que más deseaba en esos momentos era gustarle a Fina. Ya no a nivel romántico —que también, puestas a pedir...—, sino como persona.

«Escúchate, suenas desesperada», se recriminó. Acto seguido, cogió la copa de vino y le dio un buen trago. Agarró la servilleta de tela y se la llevó a los labios apretando con fuerza. Se avergonzaba de sentirse así. Fina la volvía vulnerable y no era un lugar en el que estuviera a gusto.

«Hazte a la idea. Le repugnas», se dijo con la mayor crueldad posible. «Perteneces a una élite que ella desprecia. Representas lo que Fina detesta de la sociedad».

La observó. Hubiera deseado tanto que no fuera así...

«Le repugnas», se repitió al notar de nuevo la debilidad. «No te ha mirado en toda la comida. Está aquí por obligación, pero desearía estar en otro sitio, está claro. En cualquier lugar, pero sin ti».

Cuando la voz aparecía en su cabeza, se volvía imparable, argumentaba sin pruebas fehacientes, pero sus palabras acababan haciendo calado dentro de Marta con fuerza. La erosionaban nublándole la razón y ella se aferraba a cada herida que producían para escalar de nuevo a una cima en la que sentirse segura, aunque esta fuera fría y árida. Cualquier cosa antes que sentirse tan frágil.

MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora