OBSESIÓN

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MAFIN

~OBSESIÓN~

El sonido del pomo de la puerta girando sobresaltó a ambas que se envararon al unísono separándose la una de la otra. Marta recuperó la carpetilla que había dejado en el estante y comenzó a hojear los documentos mientras Fina alineaba los frascos que ya había colocado antes. Cuando Carmen entró, las dos parloteaban sin parar.

—Doña Marta —empezó Carmen a decir.

—Entonces —la interrumpió—, ¿el pedido del nuevo perfume ha llegado bien de la fábrica, no?

—Sí, sí. Perfecto, doña Marta. Listo para la presentación. Si le parece bien, usaremos uno para las pruebas en tienda —sugirió Fina.

—Claro, como siempre.

—Doña Marta —insistió Carmen.

—Dime.

—Es su padre. Ha llamado a la tienda para pedirle que vaya al despacho.

—¿A su despacho?

—Sí, eso ha dicho.

—Gracias. —Se volvió hacia Fina que levantó la mirada del suelo un segundo con timidez—. Os dejo trabajando.

Marta salió como una exhalación del almacén, luchando contra esa parte de su cuerpo que le pedía quedarse junto a Fina más tiempo.

En cuanto cruzó el umbral de la puerta, se apoyó sobre la pared de la tienda para recuperar el aliento. ¿Qué demonios había pasado allí dentro? Era como si una fuerza imparable la hubiera llevado a colisionar con Fina sin medir las consecuencias. Llevaba días que no se la quitaba de la cabeza y se había sorprendido a sí misma buscando cualquier excusa para ir a la tienda. Se aferró con fuerza a la carpetilla tratando de encontrar el momento exacto en el que Fina se había convertido en una obsesión para ella.

«Esta fragancia la he creado pensando en ti. Tú eres mi inspiración».

¿Cómo se había atrevido a soltarle aquello? Era una auténtica insensatez. Ella, doña Marta de la Reina, la mujer de hielo, la inquebrantable, se había expuesto por completo delante de una empleada. Ella, que llevaba toda su vida aprendiendo a controlar sus emociones había bajado la guardia de manera intolerable. Su posición como mujer y como una de la Reina la obligaban a ello. Como miembro de esta familia debía controlarse, jamás dejarse llevar por sus impulsos, mantenerse calmada y correcta; como mujer, había aprendido que sus emociones la hacían parecer vulnerable de cara al resto de hombres de su familia que llevaban la empresa. Le había costado mucho llegar hasta donde estaba, conseguir que la considerasen como una más en la junta directiva y que sus opiniones contasen en la toma de decisiones. Había sido una lucha agotadora convencer a su hermano Jesús y a su padre de que estaba preparada para tener el control de las tiendas, tanto las de Toledo como las de Madrid; que le cedieran su gerencia. Todo lo había conseguido con un esfuerzo titánico y más de una vez se había tenido que comer las lágrimas de frustración cuando se veía ninguneada. Porque sí, había llegado muy lejos, más que ninguna mujer de su familia dentro de la empresa —era la primera de la Reina que ostentaba un puesto de poder—, pero todavía detectaba cierto recelo en ellos, como si su puesto allí fuese temporal, como si todos la estuvieran dejando jugar a ser jefa hasta que la vida la colocase de nuevo en el lugar que le corresponde: en casa con su marido y con hijos. Con hijos... Ahora mismo ni se lo planteaba. Amaba demasiado lo que hacía como para tirarlo todo por la borda. Y su matrimonio... hacía tiempo que trataba de achicar el agua para impedir que se hundiera. Había querido a Jaime, o eso pensaba, pero la distancia... ¿cuántos meses llevaba fuera, en alta mar, enrolado en cualquier buque como médico? Muchos. Hacía semanas que no hablaban. La última vez que pudieron mantener una conversación decente lo había notado extraño, distante, como si su cabeza anduviera perdida en otro lugar.

MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora