MAFIN
~ACUSACIÓN~
«Marta».
Era la primera vez que pronunciaba su nombre así. Al hacerlo y sentir el cálido tacto de la mano de Marta en la suya, la piel del brazo se le erizó. Agradeció no haberse quitado aún la chaqueta por culpa del aire acondicionado del vagón, demasiado fuerte para su gusto. Así no delataba el poco control que tenía sobre su cuerpo cuando estaba cerca de ella.
—Bien. Hechas las presentaciones oficiales, ¿qué era lo que ibas a decir antes?
Fina soltó una pequeña carcajada.
—Así que todo esto de ayudarla... ayudarte en el viaje—se corrigió— y tutearnos era tan solo una estrategia para sonsacarme, ¿no?
Marta sonrió y Fina pensó que estaría el día diciendo estupideces si con ello conseguía ver esa sonrisa más a menudo.
—Me has pillado —bromeó Marta. Después cruzó las manos y las apoyó sobre la carpeta con los informes que había dejado sobre la mesita plegable que tenía frente a ella—. Ahora en serio. Me interesa saber tu opinión.
Fina inspiró y después dejó salir el aire casi en un suspiro con una sonrisa dibujada en la boca que no podía evitar.
—¿Tan grave es? —preguntó Marta con cierta preocupación.
—Para nada. No se... no te preocupes. Me va a resultar difícil esto de tutearnos, ¿eh?
Marta apoyó la barbilla sobre su mano y se quedó mirándola. Era preciosa y parecía... tan relajada. No era la misma mujer que solía estar en la tienda y, aunque durante estos meses atrás parecía haber derribado algún tipo de barrera generando esa confianza que había surgido entre las dos, jamás la había visto así. Y le encantaba. Le encantaba esta versión no tan formal de Marta de la Reina.
—Me has preguntado si estaba contenta en la colonia. —Marta asintió—. Lo estoy, pero es cierto que todo este rollo de convivencia que hay en la fábrica me parece un poco obsoleto. Que es muy práctico, no digo que no, porque vives al lado de tu puesto de trabajo y eso ahorra mucho tiempo, pero es cierto que al final... —Fina se encogió de hombros tratando de buscar las palabras adecuadas.
—Nunca desconectas del todo —Marta terminó la frase por ella.
—Sí. Aunque a veces hacemos alguna escapada a Toledo o a Torrijos... la mayor parte de las veces acabamos en la cantina o en alguna de las zonas comunes de la fábrica. Siempre viendo las mismas caras. Y las amistades...
—La verdad es que visto así, suena todo un poco endogámico.
Fina soltó una carcajada.
—Sí, un poco. La gente se acaba enamorando de... —se interrumpió sin saber muy bien cómo terminar.
—Se acaba enamorando de... —repitió Marta.
—De quien tiene cerca. Piensa en todas las parejas que se han casado dentro de la fábrica.
—¡También se han divorciado unas cuantas! —Marta se rio al decirlo.
—Imagina la situación: tenerse que ver las caras de todos modos cada día.
—Pero también se crean vínculos que en otros trabajos no se consiguen. Formamos una gran familia —el tono de Marta había cambiado y se había puesto un poco seria, imprimiendo peso a la frase.
A Fina le resultó entrañable su punto de vista porque sabía que era sincera y de verdad los veía así, como una extensión de su familia. Ella había sido testigo de cómo a Marta le gustaba cuidar la confianza de sus trabajadores en la empresa, hacerlos parte de ella. Lo que no era capaz de ver su jefa es que esperaba una implicación emocional por su parte en algo que para muchos era simplemente trabajo, un modo de subsistir. No era una forma de vida como les sucedía a ella y a sus hermanos. Marta no veía que el vínculo que tenía ella con la empresa nacía de un lugar diferente del que lo hacía para sus empleados. Aunque eso no significaba que no se esforzasen en hacerlo lo mejor posible. El dinero formaba parte de esa relación y no viajaba de manera equitativa en las dos direcciones. A final de año, solo eran los de la Reina los que se llevaban los beneficios, resultado del trabajo de todos.
—Aunque es cierto que tener el alojamiento asegurado facilita mucho las cosas —continuó Fina, buscando el lado positivo—. Antes de presentarme a este puesto, estuve mirando otras ofertas y, muchas de ellas, tuve que desecharlas porque me resultaba imposible encontrar un piso a un precio asequible para vivir. Los alquileres que piden son un abuso. Y eso en caso de encontrarlo para largas estancias. Con todo el tema de los pisos turísticos, tener un techo asegurado se está convirtiendo en una auténtica proeza.
—No lo sabía.
A Fina le chocó esa respuesta. ¿De verdad no lo sabía? ¿Tan alejada vivía de la realidad?
—Nunca hago uso de alojamientos turísticos cuando viajo —aclaró Marta—. Siempre voy a hoteles y jamás he vivido de alquiler.
—¿Nunca?
Marta negó.
—Llevo toda mi vida en la casa familiar, salvo un par de años que estuve viviendo con mi marido en su piso en Vigo. Y ése era de su propiedad. —Se la quedó mirando y le sonrió—. Me alegro de que mi colonia endogámica facilite las cosas —añadió bromeando.
—Pero no soluciona el problema.
En cuanto dijo la frase fue consciente del tono cortante que había usado. No lo pretendía, pero de algún modo, le había molestado la forma en que había dado esa última respuesta, quitándole hierro a un asunto que para ella era de capital importancia.
La expresión en el rostro de Marta cambió. Su sonrisa desapareció y su frente se frunció del mismo modo que lo hacía cuando se enojaba con alguien en la fábrica.
—No, puede que no lo solucione, pero al menos no colaboro en ese tipo de mercado. De todos modos, tampoco es responsabilidad mía. Yo no tengo la culpa —terminó, cruzándose de brazos.
¿Hasta qué punto esa afirmación era cierta? Fina quería creerla, pero le costaba hacerlo. Se preguntaba si los de la Reina no serían un gran tenedor con múltiples propiedades con las que hacer negocio.
—¿Me vas a decir que los de la Reina solo tenéis la casa familiar? —le preguntó y de nuevo su tono fue cortante.
—No entiendo por qué me atacas de esta manera.
—Eso no responde a mi pregunta.
Fina alzó las cejas con cierta satisfacción, sintiendo que la ponía contra las cuerdas, haciéndola consciente de algo en lo que no había reparado hasta ese momento. De algún modo, abrirle los ojos a la realidad del mundo le satisfacía.
—Sí, tenemos varias casas.
—Lo sabía.
—Pero son nuestras y no las alquilamos —respondió triunfante—. Nuestro negocio son los perfumes, no quitarle el techo a la gente.
Fina apretó los labios, arrepentida por el cariz que había tomado la conversación. No quería molestarla. Se había dejado llevar de nuevo por sus prejuicios metiendo a Marta en el mismo saco de los especuladores. Entendía que se enfadase con ella. ¿Cómo no hacerlo? Pero, ¿qué había pretendido? ¿Quedar por encima? ¿Por qué? ¿Qué trataba de demostrar?
Marta le había tendido la mano en confianza y ella...Ella en confianza era así, sin mucho filtro y sincera. Sabía que se acabaría arrepintiendo de aceptar el juego que le había propuesto su jefa. Algo así sólo podía acabar mal.
—No soy como piensas, Fina.
—Lo siento —dijo—. Lo siento mucho. No sé... No sé por qué...
No encontraba las palabras.
—No lo sientas —la cortó Marta con una sonrisa de nuevo dibujada en los labios. Esta vez fue Fina la que frunció el ceño sin comprender su reacción—. Hacía mucho tiempo que no mantenía un debate tan intenso con nadie. Y me refiero a debates interesantes, no las absurdas discusiones con mi hermano Jesús. —Se echó sobre el respaldo de su asiento mirando hacia el techo suspirando—. Es revitalizante. —Desde ahí, volvió la cabeza hacia ella—. Y tú, Fina Valero, ya lo intuía, pero cada día me lo confirmas: eres una mujer de principios férreos. Intensa —añadió alzando una ceja—. Me gusta.
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MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHES
FanfictionFanfic de Marta y Fina de la serie Sueños de libertad. Slow burn. Historia hilada por partes. Los fragmentos son consecutivos y forman parte de la misma historia. Marta de la Reina es la gerente de las tiendas de Perfumerías de la Reina, la gran emp...