ILUSIÓN

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MAFIN

~ILUSIÓN~

Fina se quedó ensimismada mirando hacia la puerta por la que había salido doña Marta del almacén.

«Tú eres mi inspiración».

Sí, eso era lo que acababa de susurrarle doña Marta, casi rozándola con sus labios en el cuello.

«Tú eres mi inspiración».

No se lo había imaginado. No había sido una de sus fantasías. Había ocurrido de verdad. Hacía tan solo unos minutos sus cuerpos habían estado a apenas unos centímetros. Había percibido la cálida respiración de doña Marta sobre su piel, el roce de sus dedos acariciándola. «Pero ¿qué estás diciendo, Fina? Estaba apartándote el pelo. Solo eso», se dijo, pero sin quererlo, una sonrisa se dibujó en sus labios, porque en el fondo albergaba la esperanza de que fuera más. Mucho más.

«Tú eres mi inspiración».

¿Ella? ¿Desde cuándo? Esa era la pregunta. ¿Desde cuándo doña Marta había empezado a verla de un modo diferente a una empleada? Porque ¿qué otra cosa podían significar sus palabras y sobre todo sus acciones?

—Fina. ¡Fina!

Carmen la golpeó en el brazo sacándola de golpe de su ensoñación.

—¿Qué? —preguntó Fina parpadeando varias veces, volviéndose hacia las cajas para continuar desembalando los productos.

—¿Me estás escuchando?

—Que sí, Carmen, que sí.

—¿Que sí me estás escuchando o que sí estás de acuerdo con lo que te he dicho?

—Que sí te estoy escuchando —refunfuñó Fina que lo único que deseaba era perderse en el recuerdo de lo que acababa de suceder.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? —le preguntó volviendo la mirada hacia la puerta y sonriendo de nuevo.

—¿Cómo que entonces qué? ¿Que si sí o que si no?

—¿A qué, Carmen, a qué? —insistió con desgana volviéndose hacia su compañera, obligándose a estar en el presente.

—A lo que acabo de decirte.

—Pues no lo sé, Carmen. ¿Qué quieres que te diga?

—Pues tu opinión, que para eso te estoy preguntando.

Fina fue consciente en ese momento de que su amiga se sentía apurada por lo que fuera el motivo de su consulta. Esa consulta a la que ella no había prestado la más mínima atención.

—¡Ay, Carmen! Lo siento mucho.

—Que no me estabas escuchando, ¿no?

—No —le confirmó Fina sintiéndose un poco culpable.

—No creas que me sorprende. En seguida se te nota en la mirada cuando estás en Babia. ¿Se puede saber qué es lo que te pasa? Desde que he entrado en el almacén te has comportado de manera muy extraña. ¿No te habrá soltado alguna bordería doña Marta? Muy capaz la veo de volver a las andadas.

—No, no, que va.

No. Hacía tiempo que doña Marta había rebajado el tono con el que le hablaba. Un tono que empezó a ser cortante de la noche a la mañana. Doña Marta había visto cómo Esther, su antigua novia, la besaba en el almacén. Fue testigo del beso agridulce que marcó el final de su historia con ella. Una historia interrumpida por el tiempo y que, a pesar del empeño de ambas, fue imposible retomar. Sus caminos se habían separado y ella... Ella había comenzado a sentir cosas por doña Marta.

Desde entonces, todo lo que hacía Fina parecía molestarle. Hasta que un día Fina quiso aclarar las cosas. La situación se estaba haciendo insostenible y cada día se le hacía más cuesta arriba acudir a la tienda por temor a disgustar a doña Marta por cualquier nimiedad sin justificación.

—Mire, doña Marta —le dijo sin miramientos una mañana en la que estaba sola cuando la mujer llegó—. Quisiera hablar con usted.

—Tú dirás.

Doña Marta estaba a la defensiva con ella desde primera hora y Fina no era capaz de comprender el motivo.

—No sé qué es lo que he hecho, pero creo que no merezco el trato que me está dando en las últimas semanas. Hago todo lo que me pide, me esfuerzo al máximo y, sin embargo, usted siempre encuentra pegas y se dirige de muy malas formas a mí. Merezco un respeto. Y si hay algo que le molesta de mí, dígamelo a las claras y acabemos con esta situación cuanto antes.

Doña Marta no le dio ninguna explicación, pero sí se disculpó. Se disculpó de manera sincera y, desde entonces, su actitud había cambiado radicalmente respecto a ella. Fina supuso que saber que ella era lesbiana quizá la incomodó de alguna manera y que esa había sido su manera de expresarlo.

Sea como fuera, parecía algo superado. «Y con creces, por lo que se ve», se dijo Fina en ese momento, sonriendo al volver a pensar en lo que había ocurrido y un escalofrío la atravesó de pies a cabeza al sentir el recuerdo de los pequeños roces sobre su piel.

—¿Se puede saber qué es lo que te pasa? —le preguntó Carmen con los brazos en jarras frente a ella.

Fina la miró a los ojos y se acercó a ella cogiéndole las manos.

—¡Ay, Carmen! Que creo que me he vuelto a enamorar.

Carmen sonrió, borrando la preocupación de su rostro.

—¡Pero eso eso es maravilloso! Ya sabía yo que Esther acabaría pasando a la historia. El tiempo todo lo cura —le dijo sosteniéndole la cara entre sus manos y desde esa misma posición, Fina añadió:

—Creo que me he enamorado de doña Marta.

Carmen bajó los brazos de golpe y la sonrisa se borró de su cara.

—Pero criatura, de todas las mujeres que hay en la colonia te tienes que ir a enamorar de la que es un imposible.

Fina se encogió de hombros. Imposible, imposible...

—El amor es así.


MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora