ACLARACIÓN

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MAFIN

~ACLARACIÓN~

¿No conocerla? Ni en un millón de años cambiaría el tener a Marta en su vida. ¿Marta? ¿Doña Marta? Ya no sabía cómo actuar. La tenía completamente confundida. Pero Fina había sabido entrever a través de las palabras de su jefa, la fragilidad que se escondía detrás. Con el tiempo había aprendido a interpretar sus gestos y sabía cuándo había algo que le importaba oculto bajo esa aparente indiferencia con la que lo decía. Aunque a veces... a veces la máscara que se ponía era impenetrable y en esos momentos era cuando Fina se sentía más perdida.

Detestaba cuando Marta comportaba así, anulandotoda escucha. Pero, gracias a la verborrea que se adueñaba de ella, Fina había visto, por fin, qué era lo que le mordía por dentro a su jefa. Sus preguntas en el tren la habían incomodado, pero lo habían hecho de un modo que no era el que esperaba Fina. Ella quería provocarle un choque cerebral para que reflexionara. En ningún momento su intención había sido demostrarle su desprecio. Eso jamás. ¿Desprecio por ella? Imposible.

Y quizá sí tenía razón en algo: el prejuicio de clase lo tenía ella, solo que el tiempo verbal en el que había enunciado la frase era incorrecto. El prejuicio de clase lo había tenido al principio. Antes siquiera de conocerla. Pero Marta le había demostrado día tras días lo equivocada que estaba, al menos respecto a ella. Su familia era otra historia.

Y en este viaje... en este viaje le estaba permitiendo ver mucho más de su mundo interior y eso le estaba encantando, tanto, que en ese preciso momento tuvo que contener las ganas de levantarse de la mesa, ir directa hacia ella y besarla. Porque, aunque testaruda y arisca, en esos instantes Marta era la mujer más frágil del mundo y Fina lo único que deseaba era abrazarla y darle cobijo. ¿Que no le caía en gracia? «Ay, Marta, qué equivocada estás. Si tú supieras».

—Por supuesto que no. Doña Marta, yo la admiro muchísimo. No sabe usted cuánto. Para mí es un ejemplo a seguir. Y tiene razón, he tenido prejuicio de clase, pero usted, desde el primer momento en que nos vimos, me ha enseñado una lección muy valiosa.

—¿Cuál?

—Que hay esperanza si en el mundo hay más personas como Marta de la Reina.

A Marta se le escapó una risa nerviosa que a Fina le resultó encantadora, y más aún ser testigo de cómo trataba de ocultar las lágrimas.

—Discúlpame, Fina. Yo... Yo también te he prejuzgado. No debería... Yo...

¿Doña Marta quedándose sin palabras? Fina sintió que se derretía por dentro: era tan bonita en su fragilidad...

—No se preocupe. Está todo bien.

Fina extendió la mano sobre el mantel en un intento por acercarse a ella, ofreciéndosela. Un modo de sellar la paz y acabar con este malentendido. Marta desvió la mirada hacia allí un momento y, después, regresó a sus ojos apoyando, no sin cierto recelo, su mano sobre la de Fina.

La dependienta contuvo el aliento al sentir el contacto de su piel.

—Gracias, Fina.

—No tiene por qué darlas, doña Marta.

—¡Ay, no! Por favor, para yo con el doña Marta y el usted. Ya está. Lo hemos aclarado, no volvamos a levantar esa barrera.

Fina se la quedó mirando.

—Eso es lo último que querría.

Los ojos azules de Marta parecieron anclarse en los suyos y Fina se olvidó del tiempo. Observó con detenimiento la expresión de su rostro, ahora relajada, libre de toda la tensión que se había apoderado de ella minutos antes. Fina se sintió feliz por haber hecho que desapareciera. Lo último que deseaba durante ese viaje era discutir con Marta. Quería aprovechar cada instante. No solo para aprender de ella sino porque la amaba y no sabía cuándo iba a volver a tener la oportunidad de compartir tanto tiempo, así, con ella.

«Yo, con estar a su lado, me conformaría».

—¿Retiro ya los platos?

No fue consciente del rato que llevaba perdida en su mirada hasta que la camarera habló. Marta saltó como un resorte, como si acabara de recibir una bofetada, y apartó su mano de la de Fina.

—Sí, por favor —respondió su jefa y acto seguido estiró un poco la tela del mantel—. Estaba delicioso.

Fina detectó cierta incomodidad en ella y se preguntó si se habría excedido con el gesto. «Tienes que controlarte o lo echarás todo a perder», se dijo mientras fingía una sonrisa y le entregaba ella misma su plato a la camarera.

—Bueno, ¿y cuál es el plan para esta tarde? —le preguntó Fina, tratando de suavizar de nuevo el ambiente.

Marta pareció relajarse y Fina se anotó el tanto: hablar de trabajo era una buena herramienta para liberar la tensión. Marta sacó un plano de su agenda y se lo mostró.

—Las tiendas que tenemos que visitar están aquí, aquí y aquí —dijo señalando simultáneamente las calles—. Esta tarde podríamos coger el metro para llegar a las de esta zona. No hay mucho que ver por allí, así que no te estarías perdiendo nada. Ahorraríamos tiempo en el traslado y terminaríamos antes.

Fina la observaba hablar sin poder evitar que asomara una sonrisa a sus labios. Le encantaba cuando adoptaba esa actitud tan profesional.

—Y mañana iremos caminando a las de las otras dos zonas. Nos va a llevar más tiempo, pero te va a encantar el recorrido —dijo Marta alzando sus ojos hacia Fina dejándola completamente desarmada con su sonrisa.

—Estoy segura de ello.

—Cuando estemos en la tienda de Gran Vía quiero que prestes mucha atención —le advirtió guardando el plano de nuevo en la agenda—. El día del lanzamiento estarás trabajando allí.

—¿En Gran Vía?

—Sí. Ha sido decisión de mi padre. Cree que allí sacarás una buena comisión con las ventas.

¿En Gran Vía? Le agradecía a Don Damián que hubiera pensado en ella así, pero se sintió decepcionada al saber que el día del lanzamiento no vería a Marta. Era su día. La primera vez que un perfume diseñado por ella salía al mercado.

«Esta fragancia la he creado pensando en ti. Tú eres mi inspiración».

Las palabras la golpearon con fuerza y aunque trató de sacárselas de la cabeza, le fue imposible. Y, mientras peleaba para convencerse de que esas palabras jamás las había pronunciado Marta, que tan solo eran fruto de su imaginación, sintió cómo su jefa estiraba la mano hacia la suya y se la estrechaba en un gesto cómplice que le cortó la respiración de golpe.

—Es su modo de compensarte por el trabajo de precampaña que has hecho. Te lo mereces.

«Ya me gustaría a mí pasar tres días enteros con ella».

«Con sus noches, con sus noches».

«A ver, claro que también me gustaría pasar la noche con ella. Pero de verdad que yo, con estar a su lado, me conformaría».

¿Se conformaría?


MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora