REVELACIÓN

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MAFIN

~REVELACIÓN~

Marta llegó con paso ligero a la tienda de la fábrica. Esperaba encontrar a Carmen aún en la colonia. Antes de cruzar el umbral, se reacomodó el pelo y comprobó la hora.

Al entrar se topó con una estampa que no esperaba: Fina abrazando a Claudia, que lloraba, y Carmen frotándole la espalda tratando de consolarla.

—¿Ha pasado algo que yo deba saber?

Fina pareció sobresaltarse al escuchar su voz.

—¿Va todo bien, Claudia? —insistió Marta.

—Sí, no se preocupe —respondió separándose de Fina, intentando limpiarse el rastro de lágrimas de los ojos. El resultado: todo el maquillaje corrido.

—Anda, ve al baño a refrescarte un poco.

Cuando Claudia salió por la puerta del almacén, Marta miró a Carmen esperando alguna explicación. Era evidente que había ocurrido algo. Ante su silencio, preguntó:

—¿Qué ha pasado?

—No sabemos. Ha llegado así de la cantina.

Antes de mirar a Fina, contuvo por un momento la respiración. Hoy estaba especialmente guapa: su pelo, liso y negro, parecía diferente a otros días. Tenía movimiento. Fina se metió un mechón detrás de la oreja y Marta siguió con la mirada el recorrido de su mano, delineando la línea de su mandíbula hasta llegar a los labios que hoy no los llevaba pintados. De allí, regresó a los ojos, que resaltaban felinos con la raya negra que se había puesto y que tanto le gustaba a Marta.

—Sé lo mismo que Carmen.

Apenas escuchó su respuesta.

Fina. ¡Ay, Fina! ¿Y con esta mujer iba a pasar tres días y dos noches?

Apretó los dientes y tomó aire, tratando de contener el tsunami que se estaba desatando dentro de ella. ¿Cómo iba a poder estar a su lado sin cometer ninguna estupidez?

Fina había roto sus esquemas desde que entró a trabajar en la fábrica hacía unos seis meses. Al principio, Marta no fue consciente de lo que estaba pasando. Poco a poco sus visitas a la tienda aumentaron de frecuencia; a veces, se descubría pensando en ella durante el desayuno, rememorando conversaciones que habían tenido. Pero, a pesar de las señales, no fue hasta que la soñó por primera vez cuando se preguntó si sus sentimientos por Fina serían algo más. Después, comenzaron las fantasías que, con el transcurso de los días, subieron de nivel pasando de ser simples ensoñaciones sobre cómo sería besarla a recorrer  su cuerpo entero con los labios, surcando con sus dedos el lugar de su deseo; había imaginado cómo serían sus gemidos y cuál sería la expresión de su rostro al estallar de placer.

No le sorprendió descubrir que Fina le atraía de esta manera. Marta tenía clara su bisexualidad desde hacía mucho tiempo. Había amado a Jaime, claro que lo había hecho, y lo había deseado también, pero su trabajo como médico en buques mercantes los había alejado durante tanto tiempo que, cada encuentro al regresar a tierra firme, lo único que hacían era constatar que sus caminos se estaban alejando y que su relación era un barco que poco a poco se estaba yendo a pique. Sus prioridades, sus deseos, sus planes de futuro divergían cada vez más y, aunque el cariño que se tenían no había desaparecido, sí se había apagado la pasión que una vez compartieron transformándose en amistad. Y estaba bien, pero Marta se preguntaba si eso sería suficiente para ella el resto de su vida.

No. Descubrir que Fina le gustaba, que la deseaba, no le sorprendió. Lo que lo hizo fue otra cosa que no esperaba.

Fue el día que la vio besarse con Esther en el almacén. Ese maldito día. El día en el que Marta, alentada por las miradas de Fina cada vez que se encontraban, decidió dar el paso y resolver la duda: ¿a Fina le gustaban las mujeres? ¿Eran imaginaciones suyas lo que estaba pasando entre ellas dos? Y, aunque sabía que preguntar algo así la exponía, destapando de algún modo sus propios sentimientos hacia ella, necesitaba saberlo.

Por primera vez, no sopesó las consecuencias. No pensó ni en su familia y en sus estúpidos prejuicios de clase que ella no compartía, ni en el qué dirán, ni en Jaime. Ni siquiera en su propia vulnerabilidad. Se armó de todo el coraje que había reunido durante semanas y fue directa al almacén a buscarla.

Había recreado un millón de veces esa escena en su cabeza: la invitaría a tomar chocolate con unos suizos, que sabía que a Fina le encantaban. Después, darían un paseo por la alameda que lindaba con la fábrica y frente al río, en el puente de piedra, se lo preguntaría. Sí. Iba a hacerlo porque vivir con esta incertidumbre la estaba consumiendo por dentro y porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía una ilusión que había creído olvidar.

El corazón le latía desbocado mientras entraba en la tienda y la atravesaba con pasos rápidos, casi saltando. Abrió la puerta que daba al almacén y, entonces... las vio. Y su duda quedó resuelta de un bofetón: Sí, a Fina le gustaban las mujeres. Pero no cualquiera. Esa mujer. Y esa mujer no era ella.

Esto no se lo esperaba. De todas las variables que había contemplado mientras imaginaba cómo sería este momento, jamás se le pasó por la cabeza que esta pudiera ser una posibilidad. Nunca las había oído comentar nada en la tienda. Sabía que Carmen andaba con Tasio, pero de Fina... De Fina no sabía nada, había asumido que... ¿Cómo había sido tan estúpida? Era una chica increíble. Y Esther... Esther era amiga de Fina, eso sí lo sabía. Y había venido desde Londres expresamente a verla. ¿Cómo no lo había visto venir?

Marta retrocedió en silencio para no ser descubierta, pero chocó contra una de las estanterías y los frascos tintinearon delatándola. Esther y Fina se volvieron sobresaltadas.

—¡Doña Marta!

—Disculpad, yo...

Y salió huyendo de allí.

Saber que Fina y Esther estaban juntas debería haber sido motivo suficiente para aplacar todas las ilusiones que día tras día habían inundado cada poro de su piel, donde escucharla, verla, olerla, tocarla y saborearla eran su mayor deseo y su obsesión. Pero no. En lugar de sofocar el fuego, lo avivó.

No podía arrancársela de la cabeza, pero su historia era imposible. El único camino que encontró para extirparla, y con ella al dolor, fue convertirla en una especie de enemiga. Necesitaba enfadarse con Fina para facilitar el viraje de sus sentimientos. Sabía que era el camino corto para una gestión que hubiera requerido de tiempo. Pero no se veía con fuerzas ni paciencia para concedérselo. Quería que esa presión en el pecho cediera de una vez y que cada vez que se encontraban en la tienda no le supusiera horas de llanto en su casa por las noches. 

Porque si algo descubrió Marta el día que vio a Fina besarse con Esther, fue que se había enamorado perdidamente de ella.


MAFIN - TRES DÍAS, DOS NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora