CAPÍTULO 17

15 5 10
                                    


Ainhoa 

Se impuso ante mi, con su cuerpo escultural y su ceño fruncido que me estremecía por completo. De un momento a otro me encontraba de horcajadas sobre él, con solo mis bragas para cubrir mi piel desnuda. 

Su placer fue mi riesgo.
Sus deseos, mis órdenes.
Sus peticiones, mis objetivos.
Él, mi debilidad.

Intenté mantenerme en control, ser yo quien dirigía este juego cargado de pecado y perversión. Quería aparentar firmeza, no dejar que se notara ni una pizca de debilidad. Pero en el momento en que se impuso frente a mí, acorralándome en aquella terraza con una mirada intensa que penetraba hasta lo más profundo de mi ser, todo se desmoronó. Mi respiración se aceleró al sentir el calor de su cuerpo tan cerca del mío, la energía que emanaba me envolvía por completo, como si el aire mismo se electrificara con cada segundo que pasaba y mi cólera por la conversación previa se mezclaba con la excitación. 

Mis piernas, que un instante antes habían sido seguras y firmes, se volvieron traicioneras, transformándose en gelatina al enfrentar su imponente presencia varonil. Mi mente intentaba aferrarse a la razón, a la dignidad que aún me quedaba, pero cada vez que inhalaba el aroma de su piel, el deseo se mezclaba con el miedo y mis pensamientos se desvanecían. Podía sentir el latido acelerado de mi corazón en mis oídos, el calor subiendo por mi cuello y coloreando mis mejillas. Estaba atrapada entre el impulso de resistir y la inevitable rendición ante el poder que ejercía sobre mí, un poder que me hacía querer rendirme por completo.

Sus emboscadas eran firmes, absorbía sus gemidos como una melodía perfecta ante mis oídos. Miraba su ceño fruncido y como intentaba traspasar mi entrada de placer. Tomaba los pliegues de mi piel con fuerza y azotaba mi trasero con su mano abierta. Le excitaba escuchar mi dolor mezclado con placer, ser su sumisa y el mi poseedor. 

Olvidé por completo el condón. Mi cuerpo actuó por instinto, impulsado por el deseo urgente que me consumía, y me arremetí contra él sin pensarlo dos veces. Mi intimidad clamaba por unirme a él de una manera que iba más allá de la razón. Agradecí en silencio estar usando anticonceptivos, mientras en lo más profundo de mi mente le pedía a Dios perdón por haber caído en el dulce pecado.

Llegué al clímax por segunda vez, y sentí cómo él me acompañaba en esa cúspide de placer compartido. Por un instante, solo nuestras respiraciones entrecortadas y los cuerpos sudorosos rompían el silencio en la terraza. El mundo se redujo a ese pequeño espacio, y agradecí que estuviéramos lo suficientemente alto, lejos de las miradas curiosas. Aunque, en el fondo, sabía que de seguro los vecinos, e incluso la gente en la calle, habrían escuchado mi rendición total ante él. Mi entrega había sido absoluta, y el eco de ese momento quedaría flotando en el aire mucho después de que nuestros cuerpos se separaran.

—No puede ser —jadea, su pecho subiendo y bajando con cada respiración entrecortada.

—Siento tanta vergüenza ahora mismo —susurro, aún sobre él, sintiendo el calor de su piel debajo de la mía.

—¿Vergüenza? —me observa, arqueando una ceja con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—Sí —dejo escapar una pequeña risa nerviosa, mis mejillas ardiendo—. No controlamos nuestros gemidos, Santiago. Se escuchó todo... —mis palabras se desvanecen en el aire, al tiempo que el rubor me invade por completo.

—¿Y qué? —responde, esbozando una sonrisa que parece desafiar mi vergüenza—. De seguro les importa menos de lo que piensas.

Sus ojos chispean con una picardía que solo consigue hacerme sonrojar más, mientras me aferro al eco de nuestros momentos compartidos, entre el temor y la emoción.

—¿Y si nos escucharon? —pregunto en un murmullo, aún dudosa.

—¿Y si lo hicieron? —se encoge de hombros, esta vez riendo suavemente—. Que se queden con la envidia, ¿no crees?

—Santiago... —empiezo a decir, pero él me interrumpe, ahora con un tono más serio.

—Mira, prefiero un millón de momentos como este, con todo y gemidos, a vivir siempre preocupándome por lo que piensen los demás. ¿No sientes lo mismo?

Sus palabras se clavan en mí, y aunque la vergüenza sigue presente, una parte de mí comienza a relajarse, asimilando lo que dice. Quizás, solo quizás, él tiene razón.


Santiago

La situación ha tomado un giro inesperadamente profundo. Lo que comenzó como una conexión única y casual, se transformó en una pasión avasallante en apenas unas semanas. La chica que conocí por casualidad en una cafetería en Londres, hace tan solo unos minutos estaba sobre mí, entrelazados en un momento de pura intensidad.

Sin embargo, algo en ella no encajaba del todo. Hay una confusión latente en mi interior cada vez que pienso en ella. Su historia con Aiden sigue siendo un misterio no revelado, un secreto que pesa entre nosotros. Y aunque intentaba mostrarse fuerte, su resistencia a exponerse como vulnerable frente a mí solo añadía más capas de complejidad a esta relación. Algo me dice que su muro esconde más de lo que está dispuesta a revelar, y esa sensación me inquieta profundamente. 

¿Qué le habrá hecho Aiden? ¿Por qué su cuerpo se tensó tanto aquella noche? ¿Su "relación" terminó mal? 

Tengo muchas preguntas y ella no está dispuesta a responder, puedo darlo por seguro.  

—Nadie puede saber esto —dice mientras busca apresuradamente sus zapatillas por la terraza.

—¿Saber que hemos follado? —pregunto, frunciendo el ceño, aún sorprendido por su actitud.

—Sí —responde seca, evitando mirarme a los ojos.

—¿Estás en alguna relación? —la pregunta escapa de mis labios sin pensar.

—No —me mira fijamente, pero su respuesta parece esconder algo más.

—Entiendo —digo, aunque en realidad no entendía nada.

Se supone que solo hemos coqueteado, besado y, ahora, follado. No hay promesas ni acuerdos. No puedo reclamar nada, pero una extraña frustración me invade.

—Santiago... —se acerca a mí, sus manos cálidas en mi rostro, tratando de suavizar lo inevitable—. No quiero sonar como una hijadeputa, pero esto no puede volver a pasar. —Su voz, ronca y cargada de miedo, me sorprende. Hay una fisura en su máscara de seguridad.

La cólera me recorre de inmediato, tensando mis músculos. Mi ceño se frunce al escuchar sus palabras, pero rápidamente me obligo a cambiar de expresión, componiendo un semblante tranquilo.

Entonces, lo entendí. Ella había jugado con fuego, pero no tenía idea de que pronto se quemaría por completo. Esto no había terminado, apenas estaba comenzando.

—No hay problema, colega —respondo con una media sonrisa, dejando caer las palabras como si no me importara. Pero en el fondo, sabía que el juego estaba por comenzar, y yo no iba a perder.


Nota de la autora: ¿Así que nuestro querido Santiago quiere jugar a lo mismo que Ainhoa? 

Recordemos que ella solo busca placer. 


Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora