CAPÍTULO 28

12 3 2
                                    

El día finalmente llegó, ese momento que nunca pensé que viviría, y mucho menos ahora, en esta etapa tan distinta de mi vida. Un giro inesperado del destino que me sacude hasta el alma.

Cuando soñaba con este día, lo veía tan distinto... Me imaginaba junto al amor de mi vida, apretando su mano, sintiendo juntos la magia de traer al mundo el fruto de nuestro amor. Un momento perfecto, rodeado de esperanza y dicha.

Pero la realidad que ahora enfrento es una cruel ironía. Estoy en una fría sala de emergencias, la atmósfera cargada de tensión. No hay esperanza, ni magia, solo incertidumbre. A mi lado, una enfermera impasible de la clínica de ADN, esperando que nazca el bebé de quien alguna vez fue mi gran amor. Estoy aquí, en este punto crítico de mi vida, no para celebrar el inicio de una nueva vida, sino para descubrir si este hijo, que en unos momentos verá la luz, es realmente mío.

Pero quien toma mi mano es ella. Ainhoa

Quién me mira con sus ojos negros brillosos, transmitiéndome aquella paz que necesito. Porque la ansiedad me consume. 

—Ya nació —escuché la voz de David, vestido con ese traje esterilizado que lo hacía ver tan fuera de lugar.

Me levanté lentamente, como en cámara lenta, y me acerqué. Sus ojos estaban vidriosos; Había estado con Olivia durante el parto.

—¿Todo bien? —no sabía qué más decir. Felicitarlo no era una opción.

—Sí, todo salió bien —ladeó una sonrisa que apenas se sostenía—. Tres kilos, cuarenta y siete centímetros —me miró y, detrás de su intento de optimismo, vi la pena reflejada en sus ojos. Ambos sabíamos lo que deseaba en el fondo: que ese bebé fuera suyo.

—¿Niño o niña? —pregunté casi por inercia, intentando llenar el silencio que parecía aplastarnos.

—Un niño —respondió con un suspiro—. Un niño.

Nos quedamos en silencio, las palabras se nos quedaban atoradas en la garganta. Sentía cómo la tensión crecía, como si el aire entre nosotros se volviera más denso.

—Santiago, yo... 

—¿Usted es David? —la voz seria de la enfermera que nos acompaña interrumpe. 

—Sí —responde seco y mirándola fijamente. 

—Un gusto —le extiende la mano —Soy Sofía Stein, enfermera del laboratorio donde realizaremos el examen de ADN —el le corresponde el saludo y puedo notar como su ceño se frunce. 

—Entiendo —suspira —Puede pasar, las enfermeras de post parto la están esperando. —responde en un susurro. 

—¿Seguro estás bien? —pregunto en cuanto la enfermera ingresa a la sala de post parto. 

—No —su respuesta fue en seco, dura. 

—David... —suspiro, pasando una mano por mi cabello, dejándolo aún más desordenado—. Esta situación no es fácil ni para ti ni para mí.

David abre la boca, queriendo interrumpir, pero la cierra al instante. Continúo, sin darle espacio para intervenir.

—Créeme que no quiero estar aquí. Esto no es lo que imaginaba cuando pensaba en ser padre. Pero tú... —rio con amargura—. Sabías exactamente lo que hacías, David. Y cuando se enteraron del embarazo, tuviste todo el tiempo del mundo para procesarlo.

Su semblante cambia, el impacto de mis palabras cae sobre él.

— ¿Ves a esa mujer? —le señalo a Ainhoa, que está al otro lado de la sala, ignorando por completo nuestra conversación. David asiente en silencio—. Ella llegó para reconstruir lo que ustedes dos destruyeron. Me ha dado una amistad sincera y un amor incondicional. Con ella quiero formar mi familia. No con Olivia. —Mis palabras son claras, casi definitivas—. Así que, créeme, todos aquí queremos que ese bebé sea tuyo.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora