CAPÍTULO 11

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Ainhoa

Sentí un toque leve en la puerta, casi imperceptible. "Ya salgo", resoplé con un suspiro intenso, mientras el calor se arremolinaba dentro de mí. Acomodé mi cabello, asegurándome de que el rímel estuviera impecable en mis pestañas y que mi labial quedara perfecto sobre mis labios, esos labios que ardían por ser devorados.

Y ahí estaba, con su mirada fija en mí, como si quisiera despojarme de cada pensamiento. Sus ojos, de un verde esmeralda penetrante, brillaban con una intensidad que me atravesaba como una llama, como si hubieran estado aguardando con ansias el momento de encontrarme. Sentía el calor de su mirada recorrer cada centímetro de mi piel, incluso la que no estaba expuesta, pero especialmente aquella que sí lo estaba. Era como si sus ojos me desnudaran lentamente, devorando mi carne con un hambre secreta, inexpresable.

El aire a su alrededor olía a whisky, ese aroma embriagador que me invadía las fosas nasales, haciéndome sentir mareada de deseo, arrancándome un jadeo silencioso que nacía desde mis entrañas. Podía ver el rubor que comenzaba a teñir sus mejillas, y en ese instante, lo supe. Tenía poder sobre él. Quería rendirme a la tentación, lanzarme sobre él y hundirme en su cuello, morder suavemente el lóbulo de su oreja mientras le confesaba, entre susurros, todas las veces que me había dado cuenta de cómo me observaba desde su terraza. Quería que supiera que mis bailes no eran casuales, que sentía su mirada clavada en mí, encendiendo fuegos bajo mi piel, consumiéndome y dejándome vulnerable, como solo él lograba en mi o Aiden en su momento.

Mis ojos comenzaron a apagarse y él lo notó, lo sentí en el cambio sutil de su expresión.

—¿Se te ha perdido el baño de hombres? —le pregunté, con una media sonrisa y la vista fija en el cartel que decía "damas" sobre la puerta. Pero él no dijo nada. Ni una palabra. Su mirada seguía recorriéndome, desnudándome.—Santiago, ¿estás bien? —le pregunté, frunciendo el ceño. Fue entonces cuando sus ojos, esos ojos que momentos antes parecían capaces de devorarme, volvieron a la normalidad.

—Perdón —tragó saliva, nervioso—. Estaba buscándote.

Su respuesta seca me descolocó. No era lo que esperaba, ni lo que quería. Lo que realmente deseaba era sentir sus manos grandes y fuertes sobre mi piel, empujándome contra él, besándome con la misma intensidad con la que su mirada me había devorado. Quería que esa tensión entre nosotros explotara, que la chispa prendiera fuego a ambos hasta consumirse en un solo aliento.

—¿Qué podrías necesitar de mi? —digo en un tono seductor, regresando a mi papel, porque me molestaba que sus ojos no me desearan a cada segundo, me acerco un poco más a él y podía sentir como su piel se erizaba y su cuerpo se tensaba. Lo miro hacia arriba, porque su altitud perfecta combatía con mi escaso metro sesenta. Podía sentir como mis largas pestañas se instalaban en lo alto de mi parpado. Pongo mi mano sobre su pecho y el al instante toma mi mano con brusquedad, excitante. 

—Nada importante —ladea una media sonrisa y muerdo mi labio inferior encaminando mi mirada a sus labios, esos labios carnosos con un tinte natural rosáceo que me incitaban a besarlo desenfrenadamente. 

—Si no fuera importante no vendrías hasta aquí—digo apegando mi cuerpo al suyo—¿O sí colega?  —río por lo bajo y siento su brusquedad apegándome a la pared, sentí un ligero dolor en mi espalda, pero ese dolor que despertó mi intimidad, porque sentí algo abultado en mi abdomen. 

—¿Qué estás haciendo Ainhoa? ¿Qué carajos estás haciendo? —pregunta con su voz ronca muy cerca de mi, podía sentir su aliento envolvente. Me acero quedando a escasos centímetros y le dejo un casto beso en la comisura de sus labios. 

—¿Qué quieres que haga contigo? —pregunto decidida y casi en un susurro—Porque noto como deseas quitarme este maravilloso vestido y follarme aquí mismo —expreso casi con el último aliento. 

Sus ojos se tornan opacos y toma mi rostro con su mano pero algo dentro de él lo frena. 

mierda 

—Iré por un trago—dice y con la misma brusquedad que me acorraló, se separa de mi. Mi respiración se torna agitada y puedo soltar ese suspiro atorado. 


Santiago 

Camino a paso firme hacia la enorme barra, mis ojos recorren el estante repleto de botellas con líquidos de todos los colores y promesas de embriaguez. Pido otro whisky, más fuerte que el anterior. Cuando el vaso me llega, no dudo ni un segundo en tomarlo de un solo sorbo, dejando que el alcohol queme mi garganta, como si ese ardor pudiera apagar el fuego que ella había encendido dentro de mí.

Volteo y ahí está, a lo lejos, su figura perfecta recortada bajo las luces. Su mirada, fija en la mía, me atraviesa como una corriente eléctrica que me sacude desde lo más profundo. Siento un impulso salvaje de correr hacia ella, de arrancarle la ropa en medio de todos y perderme en el calor de su piel. Cada fibra de mi cuerpo me grita que la tome, que la posea sin remordimientos, sin tregua.

¿Cómo esta mujer ha logrado desatar algo tan oscuro en mí? Antes de ella, el deseo era solo una chispa, algo controlado, fácil de reprimir. Pero ahora, se ha convertido en una tormenta que me consume. No se trata solo de querer estar cerca de ella; es más crudo, más visceral. Quiero sentir su cuerpo vibrar bajo mis manos, quiero besar cada pliegue, cada rincón oculto de su piel, saborearla como si fuera la última vez que mis labios tocarán algo tan prohibido. Deseo escuchar su respiración acelerarse, sus jadeos entrecortados mientras mi nombre se escapa de sus labios, roto y desesperado.

La observo, y la tensión que se apodera de mí es insoportable. Ella es consciente del poder que tiene sobre mí, lo sé. Lo veo en la manera en que se mueve, en la forma en que inclina la cabeza justo en el ángulo perfecto, sabiendo que con solo esa mirada me tiene atrapado. Y, aunque intento resistirme, una parte de mí quiere rendirse, dejar que esa oscuridad que ella ha desatado en mí me consuma por completo.

No puedo más. Mi voluntad se debilita con cada segundo que paso mirando esos labios, esa curva de su cintura, ese fuego que arde en sus ojos. Me imagino arrancándole las prendas con una brusquedad que me sorprende, llevándola contra la pared, marcando su piel con cada beso, con cada mordida. La quiero ahora, sin excusas ni limitaciones. Quiero escuchar su voz, rota por el placer, rogando por más, susurrando mi nombre como si fuera una súplica.

Y sé que, cuando llegue ese momento, cuando por fin la tenga en mis brazos, nada será suficiente.

Decidido, comienzo a caminar hacia ella. Cada paso parece cargar una promesa silenciosa, y noto cómo su cuerpo se tensa al ver mi determinación. Sus ojos, que antes brillaban con fuego, ahora se llenan de expectativa. Pero antes de que pueda alcanzarla, alguien se interpone en mi camino.



Nota de la autora: ¿Qué tal les ha parecido este encuentro frenético entre nuestros protagonistas? Estoy pensando modificar la sinopsis, ya que he decidido cambiar un poco la trama de esta novela. 

Un abrazo! 

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