CAPÍTULO 15

17 5 10
                                    

Santiago

Pude haber mentido o inventado alguna excusa para justificar por qué estaba frente al portal de su edificio. Pero no lo hice. Las ganas de verla me consumían desde hacía días, y la ausencia de su aroma frutal, ese que se colaba por mis fosas nasales y danzaba en mi interior, me volvía loco.

No había dejado de pensar en ella desde aquel beso. Un beso que fue a la vez desquiciado y tierno, que nos envolvió en la oscuridad de esa noche, despertando en mí algo más que simple deseo. No fue solo fuego lo que sentí en mi pecho, sino una chispa... una chispa que encendió algo más profundo, algo que no podía apagar ni con la distancia ni con el tiempo. 

Sus ojos se clavaron en los míos, como si atravesaran cada capa de mi ser, encendiéndome por dentro. Sentí un calor que subía desde el pecho hasta la garganta. El brillo en su mirada, y esa dilatación en sus pupilas, me decían más de lo que cualquier palabra podría. Ella también había estado esperando este momento. No necesitaba preguntarlo; lo sentía en el aire que compartíamos, en la manera en que el tiempo parecía detenerse alrededor nuestro.

Pero había algo más en sus ojos: una mezcla de expectación y temor, como si el encuentro que ambos anhelábamos también fuera un salto al vacío. ¿Tenía miedo de lo que vendría? Yo lo tenía. Miedo de que este impulso que nos empujaba no fuera suficiente para sostenernos. Pero también sabía que no había vuelta atrás, no después de todo lo que habíamos compartido. Cada paso hacia ella era un riesgo, pero uno que estaba dispuesto a correr. Porque en esa mirada, en esa chispa que ahora compartíamos, había algo mucho más grande que el miedo: el innegable deseo de estar juntos, de quemarnos en este fuego que habíamos encendido sin darnos cuenta.

El silencio se alargó entre nosotros, pero en su mirada leí una pregunta muda, una que yo también me hacía: ¿Qué sería de nosotros después de esto? No lo sabía, pero cuando finalmente di el paso que me acercaba aún más a ella, su respiración temblorosa me lo confirmó: ambos estábamos dispuestos a descubrirlo, aunque fuera a ciegas.

—No creí que fueras a pensar en mi—afirmo con una sonrisa ladeada, aún me encontraba muy cerca de ella. 

—¿Por qué?—indaga sin romper el contacto visual. 

—Porque no he recibido ningún texto de tu parte —la confronto. 

—¿Acaso tu no puedes enviar uno? —arquea una ceja. 

touché. 

—No quería molestarte en tu semana de exámenes —mentí. 

—Entonces no tienes derecho a reclamarme —sonríe acercándose aún más a mi. Puedo sentir su respiración mentolada y me derrito ante ella. 

—Necesito hablar contigo —digo ronco sin desviar mi mirada de sus labios carnosos provocadores. 

—Te escucho —responde repitiendo la misma acción. 

—No aquí —me alejo un poco para observar mi alrededor y su ceño se frunce por el quiebre de contacto —¿Vamos a mi departamento? —propongo y sus ojos se abren de par en par. 

—¿Qué diferencia tiene del mío? —cuestiona. 

—Que mi terraza es más amplia —río por lo bajo —¿Vamos? —ella me mira un poco desconfiada pero termina asintiendo. 

Subimos a mi departamento. Quería aprovechar el tiempo a solas con Ainhoa, sabiendo que Amelia estaría fuera. Sentía sus pasos detrás de mí y notaba su mirada fija en mi espalda. Al llegar, abrí la puerta e invité a Ainhoa a entrar. Su rostro se iluminó de sorpresa al contemplar la decoración de estilo retro. Caminó lentamente hacia el librero, donde los libros y los adornos resaltaban, complementando el ambiente del lugar. Una sonrisa ladeada apareció en su rostro cuando se acercó a la licorería.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora