CAPÍTULO 32

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Tres días han pasado desde el episodio con Olivia y Ainhoa.

Tres días que no he logrado cruzar más de dos palabras con Ainhoa.

Dos días desde su: No quiero hablar ahora, cuando la esperé en su portal. 

Un día desde que me enteré que mi madre estaba viajando desde Londres. 

Treinta minutos faltan para que su avión aterrice. 

—Estás inquieto —le doy una mirada reprobatoria a Amelia que está con sus brazos cruzados mirando la pantalla de la señal de información de vuelo. 

—Un poco —confieso dándole la espalda. 

—Es tu madre Santiago, no es para tanto —bufea con cansancio y chasqueo la lengua. 

—Mi madre se despidió de un hijo soltero, sin hijos —respondo volteando y quedando de frente a ella, achina los ojos al verme —Y ahora estoy con un bebé de casi siete meses con mi ex pareja y con novia —respondo con un sabor amargo, no sabía si seguía siendo novio de Ainhoa. 

—Las cosas cambian, si mis padres supieran que salí casi virgen de Londres y ahora tengo una lista de dos planas de distintas pollas estadounidense y turistas australianos que me he follado. Estarían de infarto —confiesa y me saca una risita nerviosa. 

El vuelo de mamá aterrizó.

Veinte minutos después, distingo su inconfundible cabellera castaño claro y su impecable estilo. Lleva un vestido vibrante que refleja su energía, combinado con tacones elegantes y una bufanda de seda que ondea ligeramente mientras avanza. Su mirada, llena de ilusión, busca entre la multitud. Cuando finalmente me encuentra, sus ojos brillan de emoción. De inmediato, lleva sus manos a la boca y acelera el paso.

—¡Santiago! —su voz tiembla con la emoción contenida. Al llegar, deja caer los bolsos y me envuelve en un fuerte abrazo. Su fragancia, una mezcla de vainilla y cítricos, me resulta tan familiar que me transporta a mi infancia.

—Dios, Santiago —solloza, apretando su rostro contra mi pecho. Siento un nudo en la garganta. —Estás... diferente —dice con voz entrecortada al soltarme, tomando distancia para mirarme con detenimiento—. Más adulto, ya no eres mi niño.

Una nueva oleada de lágrimas se desliza por sus mejillas, y antes de que pueda responder, me envuelve en otro abrazo, más firme aún. Siento el calor de su amor y su preocupación.

—Ya no soy un niño, mamá —digo con un tono algo distante, intentando controlar la incomodidad que me provocan sus elogios. Nunca he sabido cómo reaccionar a su afecto tan efusivo.

—Siempre serás mi niño —replica con una mezcla de ternura y firmeza, frunciendo el ceño de manera juguetona. Luego, su mirada se posa en Amelia—. ¡Querida! Estás divina —le dice, extendiendo una sonrisa cálida y genuina.

—Gracias, Sra. Williams —responde Amelia, algo tímida. Eso me hace sonreír levemente. Es raro verla nerviosa, pero la presencia de mi madre parece tener ese efecto en muchos.

—Llámame Sofía, linda —le guiña un ojo, desbordando la confianza que siempre la ha caracterizado.

Sofía Williams, mi madre. Una de las chefs más destacadas de Londres. Su amor por la repostería la llevó a estar entre las mejores diez de su campo. Junto con Irene Thompson, la madre de David, crearon un imperio culinario que incluye exportaciones, restaurantes, reposterías y utensilios de cocina. Ambas formaron una sociedad imparable, y aunque la tragedia con Olivia y David las distanció un tiempo, lograron separar lo personal de lo profesional, volviendo a ser amigas cercanas.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora