CAPÍTULO 18

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Ainhoa 

Me encontraba en la clase de Historia, una decisión de último minuto, obligada por el sobrecupo en inglés. Mis amigas estaban ocupadas con otros extracurriculares, mientras yo me sentía atrapada en un aula llena de desconocidos. Nunca había sido particularmente sociable, y el simple hecho de estar ahí ya me provocaba una inquietud sutil pero persistente.

Al entrar, noté cómo algunas miradas se fijaban en mí, lo que solo acentuó el calor que se instalaba en mis mejillas, haciéndolas arder en un rojo visible. Avergonzada, me deslicé hasta uno de los últimos asientos. Mientras me acomodaba, solté un suspiro, intentando calmar los nervios. Algo dentro de mí me decía que ese día no sería como los demás. Como si esa clase de Historia estuviera a punto de entrelazarse con la mía, de una forma que aún no podía imaginar.

Intenté concentrarme en mi libreta, dibujando garabatos sin sentido, cuando sentí una presencia. Algo o alguien había cambiado el ambiente a mi alrededor. Levanté la vista lentamente, y allí estaba él. Aiden Ruiz, un nombre que conocía vagamente, hijo de una familia gallega emigrante. Era alto, su cabello lacio castaño caía con despreocupación sobre su frente, y su piel morena contrastaba de manera intrigante con esos ojos verdes, penetrantes, casi hipnóticos.

Me quedé observándolo un segundo más de lo debido. Había algo en su manera de caminar, en cómo ocupaba el espacio, que lo hacía parecer diferente. No solo era su aspecto físico. Había algo más. Algo oculto bajo su mirada que me hacía sentir vulnerable, como si pudiera ver más allá de la superficie.

La clase comenzó, pero mi mente estaba en otro lugar. No podía dejar de pensar en Aiden. ¿Por qué había captado mi atención de esa manera? Durante la lección, lo vi intercambiar unas pocas palabras con algunos compañeros. Su voz era firme, pero tranquila, y aunque no hablaba mucho, había algo en su presencia que imponía. Me pregunté cuál sería su historia.

De repente, el profesor hizo un comentario que rompió el hilo de mis pensamientos. Nos anunció que tendríamos que formar equipos para un proyecto de investigación en parejas. Sentí un ligero escalofrío. Nunca me había gustado trabajar en equipo, y mucho menos con desconocidos. Mientras todos comenzaban a organizarse, miré alrededor, buscando con quién me tocaría. Para mi sorpresa, Aiden ya me estaba mirando.

Nuestro intercambio de miradas duró un segundo, pero fue suficiente. Me señaló con un ligero gesto de cabeza, y antes de darme cuenta, estaba caminando hacia mí. Cuando se sentó a mi lado, mi corazón dio un vuelco. No tenía idea de qué decir.

—Parece que somos compañeros —dijo con una sonrisa ligera, pero sus ojos mantenían ese misterio impenetrable.

Intenté responder con calma, pero mi voz salió más tímida de lo que esperaba.

—Sí, parece que sí.

Así comenzó lo que sería algo más que un simple proyecto de Historia. No sabía aún cómo, pero presentía que este encuentro con Aiden cambiaría más de lo que podía prever. Había una historia que comenzaba a escribirse, una que, de alguna forma, conectaba nuestras vidas de manera inevitable. Había firmado mi sentencia de muerte, mi condena por la transgresión más grave y no pude predecir, que solo una mirada de más sería la causante de todos mis temores. 

Estaba sentada en mi terraza a las 4:00 am, no logré conciliar el sueño, sus últimas palabras "no hay problema colega" con esa media sonrisa queriendo decir: te atrapé pequeña idiota. No me dejaba descansar en paz 

¿Sabrá cuales son mis intenciones? 

¿Habrá descubierto por qué me cuesta tanto abrirme a los demás? Bueno Ainhoa, puede que sea cierto con el corazón, pero tus piernas cuentan otra historia—pensé. 

Desde mi terraza, miraba hacia la habitación de Santiago, unos pisos más arriba. Estaba a oscuras, y una parte de mí deseaba que él tampoco estuviera dormido. Quería que saliera, tal vez a fumarse un cigarrillo, a tomar aire fresco, o incluso por simple inercia, y que nuestras miradas se encontraran en la penumbra.

Estúpido Santiago, no voy a caer por ti. 


Santiago 

Son las 4:00 am y no puedo dormir. No se cuantos círculos he hecho en mi cama y mirando constantemente mi reloj. En mi mente pasaba como película lo que ocurrió hace unas horas atrás. Una pequeña erección nace de mi al recordar sus jadeos y gemidos. 

Pequeña idiota—mofé levantándome de la cama. 

Pero recordé que ella había jugado con fuego. ¿Cree que podrá tentarme y no quemarse? La cólera recorrió mi cuerpo, no se en qué momento me transformé en esto. Pero si Ainhoa quería jugar conmigo, yo jugaré con ella. No seré el idiota que soportó tanta incertidumbre, melancolía y dolor en un pasado por Olivia. No más. 

Me acerqué a la ventana de mi habitación y la vi. Fumándose un cigarrillo y mirando hacia su costado. Abrí el ventanal y apoyé mis manos en la baranda. 

—¿No puedes dejar de pensar en mí? —le pregunté con una sonrisa traviesa, sabiendo que la distancia entre nuestros edificios, a pesar de los dos pisos que nos separaban, no impedía que mi voz llegara clara en el silencio de la noche.

—¿Pensar en ti? —se giró hacia mí, con una media sonrisa y esa mirada coqueta que siempre me desarmaba, encendiendo un fuego en mí que no podía disimular.

Pequeña idiota, pensé.

—Soy más de madrugar —sentenció, cruzando las piernas con una calma seductora.

—Ah, ya veo —dije, esbozando una sonrisa—. Aunque, si te da pereza madrugar, puedes venir a dormir aquí. Estoy seguro de que estarías más cómoda —ella me miró frunciendo el ceño, con un aire de desafío—. Aunque, claro, el sueño podría terminar pasando a segundo plano —me encogí de hombros, inocente.

—¿Y por qué pasaría a segundo plano? —preguntó, inclinándose contra el barandal, como si jugara con el peligro.

—Porque te follaría toda la puta noche —dije en un susurro lo suficientemente alto para que me escuchara. Sus ojos brillaron con un destello de pasión contenido, pero me tomé un segundo para fingir sorpresa, llevando la mano a la frente dramáticamente—. Oh, es cierto, esto no puede volver a pasar —suspiré, como si me lamentara—. Parece que tendré que guardar esta erección para alguien más.

Vi cómo sus mejillas se encendían de rabia, su rostro tensándose mientras me observaba, claramente contenida.

—Bueno, espero que consigas descansar, colega —le guiñé un ojo antes de que pudiera replicar, y con una sonrisa burlona, me giré y entré a mi habitación.

Me recosté en la cama, notando que Amelia aún no había llegado. Pasaron unos minutos y, de repente, el timbre sonó.

¿Acaso Amelia perdió sus llaves? pensé mientras me dirigía a la puerta.

—¿Qué haces aquí? —dije, frunciendo el ceño y con un tono firme—. ¿Por qué viniste?






Nota de la autora: 

De a poco sale a la luz la historia entre Ainhoa y Aiden. 

¿Creen que Santiago resista a jugar con Ainhoa? 

¿Quién llegó a la puerta? 


Un abrazo <3 


Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora