CAPÍTULO 13

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Ainhoa 

Y entonces lo vi. Aiden.

Mi estómago se hundió al instante, como si todo el whisky del mundo se hubiese vertido en una grieta que se abrió de golpe en mi interior. No había visto su rostro en años, y verlo allí, entre risas y luces de neón, me hizo sentir como si alguien hubiese sacado a relucir una vieja herida que creía ya curada.

Él estaba hablando con Amelia y Santiago , despreocupado, su porte igual de encantador, como siempre. Los recuerdos me golpearon. Ese Aiden que una vez me hizo creer que podía amar, que podía abrirme por completo, sólo para aplastarme después. El mismo Aiden que, sin decir mucho, me enseñó a no confiar, a no dejar que nadie más se acercara a lo que quedaba de mi corazón y solo a desatar lujuria, perversión hacia el sexo opuesto. 

Después de él, algo cambió en mí. El amor se convirtió en una idea absurda, un sueño infantil al que nunca más quise aferrarme. Lo que quedó fue el deseo, crudo, sin complicaciones. La lujuria fue mi refugio, un lugar donde no había vulnerabilidad, solo control. Me prometí que ningún hombre me haría sentir pequeña otra vez. Y mucho menos Aiden.

Él no me había visto todavía, así que me permití unos segundos para observarlo. Su sonrisa seguía siendo devastadora, sus movimientos elegantes, el tipo de hombre que siempre conseguía lo que quería sin siquiera pedirlo. Una vez me tuvo, y cuando se fue, dejó tras de sí un vacío tan grande que lo llené con encuentros fugaces, nada más que cuerpos sin emociones.

Intenté no pensar en cómo se sentía estar con él, cómo mi piel parecía encenderse con su toque. Me odiaba por recordarlo. Pero el deseo también me recordaba que, aunque no era amor, seguía siendo una forma de sentir. Y esa era la única que permitía.

Después de la interacción cuando su boca pronunció mi nombre. Me encontraba en la barra, con el hombre que encendió en mi pasiones ocultas unos minutos atrás, Santiago. 

Su semblante era intranquilo, con una mezcla de preocupación y rabia irracional contenida, como si el supiera solo por mi presencia que él había sido alguien que me dañó muchísimo. Podía notar por el rabillo del ojo, que no sabía que decir. Hasta que sentí como mi corazón se apretaba y los miles de recuerdos negativos con Aiden pasaron como película por mi cabeza. 

—Santiago —logré decir en un sollozo, pero sin atrever a mirarle. 

—Dime —responde con su voz ronca y siento nuevamente esa electricidad en mi cuerpo, por un segundo olvidé a Aiden. Ahora lo miro fijamente intentando que mis ojos transmitieran clemencia. 

 —Llévame lejos de aquí —logro decir con mis ojos llenos de lágrimas —Por favor—imploro a lo que el asiente. 

Me levanto quedando casi pegada a Santiago, mi cuerpo rozando el suyo apenas un segundo. Puedo sentir su calor, su aroma varonil mezclado con ese perfume costoso que siempre lleva. Ese aroma familiar, embriagador, que solía hacerme sentir segura y protegida, pero que ahora solo me recuerda lo lejos que estoy de ser la misma. Le lanzo una mirada rápida, evitando que note la turbulencia detrás de mis ojos. Sin decir una palabra, doy un paso adelante, y él me sigue en silencio.

El bullicio del salón se queda atrás a medida que atravesamos la multitud, y el eco de nuestras pisadas se mezcla con la música lejana. Siento la tensión en el aire, ese tipo de silencio incómodo que precede a algo importante, algo que está por estallar. Mi mente está atrapada en un torbellino de pensamientos, pero mi cuerpo se mueve con automatismo, como si supiera exactamente a dónde quería ir, lejos de todo, de todos.

Abro la puerta que da al exterior, y el frío de la noche golpea mi rostro de inmediato. Es un frío que corta, que me sacude de mi ensimismamiento. El viento corre fuerte, acariciando mi piel como un recordatorio de lo real que es este momento, de que no puedo escapar de lo que siento. Detrás de mí, Santiago cierra la puerta con un suave clic, y por un momento, todo lo que se escucha es el susurro del viento.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora