CAPÍTULO 31

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—¿Qué acaba de pasar? —pregunto, mi voz apenas un susurro, confundida y atrapada en la inercia del momento.

David cierra los ojos por un segundo, y cuando los abre, veo en ellos el brillo de la culpa, el peso de algo roto que no puede reparar. Pasa su mano por el rostro, en un gesto de agotamiento que me parte el alma.

—Perdón, Ainhoa... —su voz se quiebra como si las palabras le arañaran la garganta—. Estoy... con algo de alcohol en el cuerpo, y un poco roto, no fue mi intención —admite, pero sus ojos me dicen que no es solo el alcohol, que hay algo más profundo en esa ruptura.

Me acerco un paso, el aire entre nosotros se vuelve denso, casi irrespirable. Coloco mi mano en su pecho, sintiendo los latidos desbocados de un corazón que intenta no venirse abajo.

—David... —mi voz tiembla al pronunciar su nombre—. ¿Tan mal te dejó todo esto? —pregunto, sabiendo que la respuesta me dolerá tanto como a él.

—No te imaginas —susurra con un suspiro largo, como si el aire le pesara demasiado—. Ha sido un infierno, Ainhoa. Un dolor de cabeza constante... y siento que cada vez me hundo más. Cada día es peor. Cada día me despierto preguntándome cuándo será el último en que pueda aguantar todo esto.

Las palabras flotan en el espacio que nos separa, cargadas de tristeza y resentimiento. No sé qué decir, pero sé que necesita algo más que palabras. Lo abrazo, sin pensarlo dos veces, como si pudiera envolver todo su dolor entre mis brazos y apretarlo hasta que desaparezca. Siento cómo su cuerpo tiembla ligeramente, como si estuviera al borde de romperse.

Mientras lo sostengo, las imágenes se atropellan en mi mente: David, enamorado de Olivia, la mujer de su mejor amigo. La esperanza que tuvo al creer que ese amor era posible, el anhelo de un futuro que nunca llegó. El bebé... ese bebé que no era suyo, sino de Santiago. La traición que lo consume, no solo por haber confiado en ella, sino por haber querido algo que nunca le perteneció.

No puedo justificar lo que hizo. No puedo olvidar la gravedad de su traición. Pero al mismo tiempo, no puedo evitar verlo como lo que es: un ser humano roto, atrapado en los errores que cometemos por amar a quienes no nos corresponden. Porque, al final del día, ¿Quién no ha sufrido por amar a la persona equivocada?

Nos quedamos así, en un abrazo que parece interminable, cargado de todo lo que no podemos decir en voz alta.

Lo llevé a una gasolinera, para comprar un café cargado y así poder pasar su estado de embriaguez. Nos sentamos en la orilla de la misma y tomamos en silencio aquel café de máquina un poco artificial, pero que a esas alturas era lo que estaba disponible. 

—¿Crees que soy un idiota? —interrumpe el silencio no incomodo que nos envolvía. 

—Contextualízame —respondo confundida por la amplitud de su pregunta. 

—¿Crees que soy un idiota por haberme enamorado de Olivia? —reformula y suelto un resoplido. Era un tema que tenía conocimiento pero no mucha experiencia. Sí, rompieron mi corazón en su momento, pero era una situación diferente. 

—Uno no elige a quien amar —lo miro de reojo y su vista está perdida en la carretera. 

—Yo... debí controlarme, Ainhoa —dice David, su voz rota, como si las palabras pesaran toneladas—. Debí frenar todo desde el primer momento, debí apartarme de Olivia. Pero no pude. Me envolvió... —carraspea, ahogado en sus propios recuerdos—. Me envolví en todo el amor que ella me ofrecía, en lo fácil que fue quererla y lo imposible que era tenerla conmigo, porque mi amigo... mi hermano, era su pareja.

Sus palabras caen como piedras sobre mis oídos, y me duele verlo tan destrozado. David se lleva una mano al rostro, intentando retener las lágrimas, pero es inútil. Está quebrado frente a mí, confesando cada trozo de su corazón que Olivia rompió sin piedad.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora