CAPÍTULO 36

3 1 1
                                    

Santiago

La notificación en mi móvil me avisaba que la carta había sido entregada. Me imaginé el sobre, tal vez descansando en su buzón, esperando a ser descubierto. Revisado la diferencia horaria: eran pasadas las 00:00 en Madrid.

Feliz cumpleaños, mi niña —pensé, casi con un susurro en mi mente.

¿Ya la habrá leído? Aunque estos servicios a veces tardan en notificar la entrega. Mi corazón daba tumbos entre la ansiedad y el deseo. La nicotina, que solía ser mi refugio, hoy apenas calmaba la tormenta que crecía dentro de mí.

El sonido arrepentido de mi móvil rompió el silencio. Mi pulso se aceleró y, al ver la pantalla iluminada por un número desconocido, me quedó paralizado. ¿Podría ser ella?

—¿Si? —mi voz salió quebrada, llena de incertidumbre.

—¿Santiago? —una voz masculina, familiar y lejana, resonó en mis oídos, arrastrándome de vuelta al pasado.

—¿David? —pregunté, incrédulo.

—Sí, perdona por llamar a esta hora, pero allá aún es de día, ¿no? —su tono, ligero y bromista, me arrancó una sonrisa inesperada, aunque tímida.

Los recuerdos de mi amistad con David se agolparon en mi mente, como olas golpeando una costa. Por un instante, me permití aferrarme a ese pasado, a la camaradería que una vez compartimos.

—Ventajas de vivir en Estados Unidos —respondí, tratando de seguir su juego. Su risa ligera me reconfortó, pero solo por un segundo.

—Santiago... —su voz cambió, y con ello, el peso de la conversación. Mi cuerpo se tensó instintivamente—. Te llamo por algo serio.

—¿Qué ocurre? —pregunté, con el miedo creciendo junto a mi curiosidad.

—Ainhoa ​​me habló de tu carta —dijo de golpe, y el mundo a mi alrededor pareció detenerse—. No esperaba que te tomaras tanto tiempo para escribirle —rió un poco—, pero debo admitir que no sabía que tenías talento para narrar. ¿Desde cuándo? —pude oír su sonrisa entre las palabras.

—¿De qué te ríes? —mi tono salió más grave de lo que pretendía.

—Tranquilo, tranquilo —respiró hondo—. En serio, ¿por qué tardaste tanto en contactarla?

—¿A qué te refieres? —pregunté, aunque en el fondo sabía a qué se refería.

—A ella, Santiago. ¿Por qué te tomó tanto tiempo?

—Porque, en parte, se fue por mi culpa —murmuré, dejando que el peso de esa verdad cayera entre nosotros—. No quería seguir haciéndole daño.

—Entiendo... —hubo una pausa que lo dijo todo, y nada al mismo tiempo—. Pero cuando supiste que Mateo no era tu hijo, ¿por qué no la buscaste?

—Porque... no creí que valiera la pena. —Sentí cómo me encogía de hombros, aunque él no podía verme.

—No valía la pena... —repitió David, pero había incredulidad en su voz—. ¿Eso cree? Santiago, Ainhoa ​​no dejó de pensar en ti ni un solo día desde que se fue. Te lo digo porque la he visto lidiar con eso, su silencio, su tristeza. No te lo dirá jamás, pero tú la marcaste más de lo que crees.

—No puede ser... —dije, con la voz rota.

—No es algo que admitirá fácilmente, y lo sabes. La conozco bien. Ella es de las que lleva sus heridas por dentro. Pero cuando me habló de tu carta hoy, había algo diferente. No era la misma mujer que lleva años tratando de olvidarte.

Destinos EntretejidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora