El papel de la bolsa susurraba a medida que ella rebuscaba en su interior, como una súplica escondida, un ruego desesperado del destino, un clamor angustiante por evitarle la tragedia. Su futuro estaba condenado al desamor y al dolor. Pensó que no debía hacer eso al sentir un escalofrío agobiante recorrer su cuerpo. Estaba a punto de condenarse, como un reo aceptando su sentencia mortal.
La curiosidad ganó la batalla, sus manos fueron más veloces que la razón. Suavemente desató el cordel que la separaba de las palabras más terribles que alguna vez leería. Antes de tomar aquel sobre entre sus manos, descubrió los detalles en el interior de la bolsa, tarjetas y golosinas. Eran para ella, estaba segura. Pensó en él y en lo difícil que era mantenerse lejos de la tibieza de su cuerpo, de su sonrisa, pero sobre todo, de sus besos. Amaba sus labios, desde mucho antes de haberlos probado; soñaba con ellos, con la textura de la piel que los cubría, con el calor de su lengua al tocarla.
Tiempo atrás, en ese bar oscuro y repleto de desconocidos, él había decidido acercarse. El aliento tibio de su boca chocó contra su piel al tenerlo frente a ella, el olor del whisky se mezclaba salvajemente con su perfume, formando una nueva fragancia, su olor, el aroma que desprendía cuando se pasaba de tragos en la oficina, cuando el estrés del trabajo lo obligaba a aliviar la tensión llevando, una y otra vez, el vaso hacia su boca. Ella intentó retroceder, mantuvo los ojos abiertos para comprobar que no era una fantasía, deseando que el momento llegara, aquel que soñó por tantas noches, de tantas maneras. Sus labios hicieron contacto, apenas un roce, una suave caricia que desvaneció sus sentidos. Los golpes en su corazón la hicieron reaccionar; había besado al hombre que amaba profundamente, pero algo no estaba bien. Se incorporó y salió corriendo del lugar.
Llegó a su casa con el corazón palpitando como un pájaro enjaulado dentro del pecho, incapaz de recordar el trayecto que había elegido el taxista para llevarla al barrio de Palermo. Cada latido resonaba en sus oídos mientras subía las escaleras en puntitas de pie, temerosa de alertar a sus padres. El recuerdo de lo vivido la inundaba, y el rubor se apoderaba de su rostro sin permiso. El calor subía por su cuerpo de forma automática al evocar la imagen de Armando acercándose lentamente, sus labios encontraron los de ella en un beso que la había dejado sin aliento. Con los ojos cerrados, acarició su boca con la yema de los dedos, tratando de revivir la sensación que la había dejado temblando, como si con ese simple gesto pudiera retener la magia del momento para siempre.
Sacudió su cabeza, tratando de apartar los recuerdos. Tomó aire profundamente mientras abría el sobre con las manos temblorosas y extrajo la carta. La primera línea la dejó paralizada: "Estimado presidente, aquí están las instrucciones...". Sus ojos recorrieron las palabras, cada una de ellas se calvaban en su corazón como un puñal. Mario Calderón había escrito con frialdad y cinismo, describiendo cómo Armando debía engañarla, utilizarla y después desecharla. Betty podía sentir cómo la realidad se desvanecía a su alrededor. Todo lo que había construido, todas las ilusiones y sueños que había depositado en ese amor, pendían de un hilo tan fino como el papel que sostenía.
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Al final de este viaje.
FanfictionFANFIC: Historia basada en la novela "Yo soy Betty la fea" de Fernando Gaitán. Fuimos el amor perfecto en el tiempo equivocado.