Armando salió de la ducha con una toalla envuelta en la cintura, el vapor todavía se aferraba al aire, envolviendo el baño en una neblina cálida. El sonido insistente del teléfono lo sacó bruscamente de ese momento de efímera tranquilidad. El agua todavía goteaba de su cabello, trazando pequeños caminos sobre su piel, pero su mente ya estaba en otro lugar, acelerada, imaginando lo peor.
Su corazón comenzó a latir con fuerza, cada tono del celular era una punzada más en el pecho. Pensó en su padre, en la frágil línea que lo mantenía aún con vida, y sintió un frío helado recorrerle la espalda, mezclándose con las gotas cálidas que aún caían de su cuerpo.
Con un movimiento rápido, cruzó el cuarto para alcanzar el celular que vibraba sobre la mesita de noche. Sus manos húmedas dejaron un rastro en la pantalla mientras la desbloqueaba con torpeza, temiendo que al otro lado de la llamada estuviera la noticia que tanto temía recibir. Pero al ver el identificador de llamadas, el alivio se trasformó en frustración, no era su madre, sino de la oficina.
Exhaló el aire que sin darse cuenta había estado conteniendo, pero no pudo evitar que una mueca de cansancio cruzara su rostro. El trabajo, implacable e indiferente a sus angustias personales, seguía reclamando su atención. Sintió irritación y culpa, irritación porque deseaba, por una vez, que el mundo se detuviera para darle un respiro, y culpa porque, a pesar de todo, sabía que tenía que cumplir con sus responsabilidades.
Dejó escapar un suspiro, cerrando los ojos por un instante para reunir fuerzas, y contestó la llamada, sintiendo cómo su voz, aunque firme, arrastraba el peso de las preocupaciones que lo acosaban.
-Bueno- respondió mientras buscaba una camisa para el traje que se pondría.
-Ingeniero, Julián necesita que se venga para acá- Alba hablaba con prisas.
-¿Pasó algo?- se preocupó al comprender la urgencia de su voz.
-Hay problemas con el área de diseño- intentó dar una explicación más completa, pero un murmullo de voces interrumpió la comunicación.
-En cuarenta minutos estoy ahí- aseguró, pero debía darse prisa.
Sin detenerse a evaluar si la camisa que había elegido combinaba con el traje, terminó de vestirse rápidamente, sus manos se movían casi por inercia mientras su mente no dejaba de pensar de que podría tratarse aquello.
Regresó al baño para colocarse un toque de perfume, el aroma intenso llenó el pequeño espacio, mezclándose con la humedad que aún quedaba en el espejo empañado.
Corrió escaleras abajo con pasos apresurados que hacían eco en la casa silenciosa. El aroma del café recién hecho invadía el piso inferior, tentador y cálido, pero su mente estaba demasiado agitada para detenerse siquiera un instante. Necesitaba un café para despejarse, pero evitó pasar por la cocina, sabiendo que cualquier distracción le haría perder más tiempo.
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Al final de este viaje.
FanfictionFuimos el amor perfecto en el tiempo equivocado. Historia basada en la novela "Yo soy Betty la fea" de Fernando Gaitán.