Betty hojeaba la última revista que Margarita le había dado, llena de opciones para los arreglos florales de la ceremonia y la fiesta. A pesar de que la boda sería pequeña, con pocos invitados y en un ambiente íntimo, Margarita se había propuesto que todo, absolutamente todo, fuera perfecto. Desde que había regresado a Bogotá un mes atrás, la madre de Armando había tomado las riendas de los preparativos con una dedicación casi obsesiva. Para ella, cada flor, cada detalle del vestido y cada elección del menú debía estar cuidadosamente pensado y ejecutado. Y aunque Betty apreciaba ese esfuerzo, a veces sentía que la intensidad de Margarita podía resultar un poco abrumadora.
Los días de Betty se llenaban con visitas a la diseñadora del vestido, donde se hacían pequeños ajustes que solo los ojos atentos de Margarita podían detectar. A veces, Betty sentía que su suegra estaba intentando crear la boda de sus propios sueños, y aunque la boda seguía siendo sencilla y sin excesos, no faltaba ni una sugerencia ni una observación que buscara acercarse a una perfección que solo Margarita podía visualizar. La suegra de Betty era una mujer que no dejaba nada al azar, y Betty entendía que esto no era solo una muestra de su cariño, sino también una manera de ocupar su mente después de la pérdida de Roberto. Margarita necesitaba ese enfoque en los preparativos, era su forma de canalizar el dolor y de encontrar algo en lo que volcar su energía.
Armando, cuando lograba liberarse de sus responsabilidades en el trabajo, las acompañaba. Su presencia traía un aire ligero a las interminables discusiones sobre el color de las flores o el tipo de mantel. Siempre lograba encontrar el humor en cada situación, y hacía sugerencias alocadas, como un pastel de tres capas con sabores extravagantes, solo para ver las expresiones sorprendidas de Betty y su madre. Aunque se divertía en las decisiones pequeñas, siempre recordaba a Betty, en voz baja, que lo importante no era lo que estuvieran eligiendo, sino que finalmente se casarían, algo que había soñado durante mucho tiempo. Sus palabras tenían el poder de calmar cualquier angustia, y Betty se aferraba a ellas.
Doña Julia, por su parte, también estaba presente en muchas de estas salidas. Era una figura tranquilizadora, siempre dispuesta a apoyar las decisiones de su hija y a asegurarse de que Betty no se sintiera abrumada por el entusiasmo de Margarita. Aunque la boda sería sencilla, Julia sabía que para Betty lo más importante era mantener la esencia de lo que había soñado, un evento íntimo, rodeado de las personas que más amaba. Julia intervenía solo cuando sentía que las cosas se alejaban un poco de esa visión, suavizando alguna de las ideas más grandiosas de Margarita o proponiendo alternativas que conciliaran ambos puntos de vista.
A pesar de todo, Betty sabía que, en el fondo, Margarita solo quería lo mejor para ella y Armando. Era su forma de asegurarse de que ese día fuera tan especial como el amor que compartían. Así, mientras pasaba una página más de la revista, Betty sonrió. La boda seguía siendo pequeña, con pocos invitados y sin demasiados lujos, pero había algo bonito en ver a Margarita tan involucrada. Para ella, cada elección era una forma de cuidar a su hijo, de darle un cierre simbólico a todo lo que habían vivido, y de alguna manera, eso hacía que cada pequeño detalle importara más.
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Al final de este viaje.
FanfictionFANFIC: Historia basada en la novela "Yo soy Betty la fea" de Fernando Gaitán. Fuimos el amor perfecto en el tiempo equivocado.