Capítulo 17

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 -Doctor... Armando -murmuró Betty con voz temblorosa, colocando las manos sobre su pecho, sintiendo el rápido latir de su corazón. Se apartó suavemente de sus labios, aún con el calor de su beso ardiendo en los suyos.

Armando apenas retrocedió, lo justo para que sus ojos, cargados de deseo, se clavaran en los de ella, buscando respuestas.

-¿Sucede algo? -preguntó en un susurro preocupado, con la frente ligeramente fruncida.

-Necesito respirar- respondió Betty, con el rostro enrojecido por la vergüenza y la intensidad del momento. Sus manos seguían sobre su pecho, y, sin saber muy bien por qué, se acunó en él, buscando refugio en el latido firme de su corazón. Sentía que todo a su alrededor giraba más rápido de lo que podía manejar.

Armando la rodeó con sus brazos, apretándola suavemente contra él, como si temiera que al soltarla desapareciera. Bajó su rostro hasta su cabello, respirando profundamente el perfume que tanto recordaba, ese que lo había acompañado en sueños y en sus momentos más solitarios.

-Perdóneme por ser tan brusco, Betty- murmuró con dulzura. Le temblaban las palabras- No tiene idea de cuántas veces soñé con este momento, cuántas noches deseé volver a besarla.

Betty levantó la cabeza lentamente, sus ojos brillaban con una especie de emoción contenida. Las palabras de Armando resonaban en su pecho, pero todavía sentía algo de inquietud, como si la realidad que los rodeaba fuera demasiado frágil, demasiado fugaz.

-Yo también, doctor -respondió en voz baja, casi como si confesara un secreto largamente guardado.

-Betty -la interrumpió él, con ternura- Soy Armando, solo Armando para usted, para siempre.

El sonido de su nombre, pronunciado con tanto cariño, hizo que algo en el interior de Betty se desmoronara. El peso de los años, de las palabras no dichas, de los silencios que los habían separado, parecía haberse disipado en ese instante. Y, sin embargo, el miedo seguía ahí, como una sombra persistente.

-Armando...-dudó un momento, aferrándose a la realidad que los rodeaba, algunas personas caminaban por la acera, y el tránsito de los carros parecía no detenerse- deberíamos entrar.

Había algo profundo detrás de sus palabras, un deseo intenso de que él ocupara su espacio, que su presencia llenara su hogar, el que durante tanto tiempo fue colmado de dolor y tristeza.

Betty sacó la llave de su bolso, sus dedos temblaban mientras intentaba abrir la puerta con rapidez. En cuanto la puerta cedió, se apresuró a entrar. La casa, aunque pequeña, tenía ese aire acogedor que caracteriza las viviendas con estilo norteamericano, comunes en aquella zona de Miami.

La decisión de mudarse a una casa y no a un apartamento había sido clara desde el principio. Catalina había insistido en tener un jardín, algo que le devolviera la sensación de libertad que tanto anhelaba. Después de los tratamientos a los que tuvo que enfrentarse durante cinco largos años, yendo casi a diario al hospital, sometida a diferentes tipos de intervenciones y confinada entre paredes blancas, necesitaba un espacio abierto, un lugar donde pudiera respirar profundamente sin sentir la presión de los edificios altos a su alrededor. La cercanía a la playa también fue determinante, sabían que, aunque los días de Catalina estuvieran limitados por la enfermedad, aquellos paseos junto al mar serían un alivio, un recordatorio de que aún había vida y belleza más allá de los muros del hospital.

Al final de este viaje.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora