En menos de una semana, Betty logró dejar todo organizado en el estudio. Con la precisión que siempre la caracterizó, se aseguró de que cada caso pendiente fuera minuciosamente transferido a sus colegas, dejando notas detalladas y recomendaciones sobre los pasos a seguir. Su jefe, aunque lamentaba profundamente perder a una persona tan comprometida y tenaz como ella, entendía que su deseo de regresar a su país, a sus raíces, era más fuerte que cualquier oferta que pudiera hacerle para retenerla. Sabía que ese anhelo de volver a casa, de reconectar con su propia historia, era algo que no podía interponerse con el trabajo.
Durante esos días, Armando no se apartó de su lado. Había prometido, en silencio, que cada uno de esos días serían inolvidables para ambos. Cada mañana, ella despertaba con el olor de los desayunos más elaborados que él preparaba con dedicación, café recién hecho, jugos naturales, frutas perfectamente cortadas, y platos que parecían sacados de un restaurante gourmet. La sonrisa de Betty al ver esos detalles llenaba de luz cada rincón de la casa, y Armando sabía que esos pequeños gestos no solo alimentaban su cuerpo, sino también su alma.
Después del trabajo, siempre la recogía para llevarla a almorzar. A veces elegían pequeños restaurantes escondidos, casi secretos, con encanto y una cocina espectacular. Otras veces, simplemente compraban algo rápido y paseaban por la ciudad, disfrutando de la compañía, sin más necesidad que estar juntos. Pero cada tarde, sin falta, Armando tenía preparado algún plan especial, como si Miami fuera el escenario perfecto para redescubrirse.
Cenas en restaurantes con vistas impresionantes al océano, donde el sonido de las olas se mezclaba con sus risas, o paseos bajo las estrellas por la orilla, donde ambos caminaban descalzos, sintiendo la arena fría entre los dedos. Ocasionalmente, los días terminaban con una salida al cine, donde se permitían la tranquilidad de sentarse en la penumbra y compartir silencios cómplices, tomados de la mano, como dos adolescentes redescubriendo el amor.
Sin embargo, más allá de los planes, los lugares o las actividades, lo que más llenaba a Betty era la devoción con la que Armando la amaba. Cada mirada, cada gesto, cada palabra que él le decía parecía estar cargada de una profunda entrega. No había prisa, no había urgencia. Armando se tomaba el tiempo para amarla como si cada momento fuera único e irrepetible, como si el tiempo mismo hubiera conspirado para darles la oportunidad de redimirse.
Se dedicó a hacerla sentir la mujer más amada y deseada del mundo, no solo a través de palabras dulces o gestos románticos, sino con una presencia constante que le recordaba que, después de todo lo que habían vivido, ella era su mayor prioridad. Betty ahora se encontraba envuelta en una burbuja de amor genuino, donde cada caricia, cada susurro y cada beso de Armando la hacía sentir renacer.
Luego de un vuelo largo y agotador, finalmente llegaron a Londres. Armando le había adelantado a su madre, que llegaría acompañado de Betty. Aunque en un principio, Margarita no había comprendido la obsesión que parecía consumir a su hijo por esta mujer, con el paso de los años todo se aclaró en su mente. Lo que antes le parecía una fijación irracional, se transformó en la certeza de que lo que Armando sentía era un amor genuino. Un amor que él jamás había experimentado de esa manera, y Margarita, al verlo, había entendido que su hijo por fin se había enamorado de verdad.
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Al final de este viaje.
Fiksi PenggemarFuimos el amor perfecto en el tiempo equivocado. Historia basada en la novela "Yo soy Betty la fea" de Fernando Gaitán.