Salió de su casa antes del amanecer, cuando el cielo aún se teñía de un tenue azul oscuro y el aire fresco de la madrugada lo envolvía. Había decidido salir temprano, no solo para evitar el tráfico, sino también para esquivar la tensión latente que solía acompañar los desayunos compartidos. La quería, y no había duda de que agradecía la presencia de ella en su vida, pero algunos días, la convivencia en esa enorme casa lo asfixiaba. En esos momentos, deseaba estar solo, rodeado únicamente por las paredes que él mismo había diseñado, donde cada rincón le recordaba la paz que alguna vez buscó.
Al montarse al carro, lanzó una última mirada hacia la imponente fachada de la casa. Recordó la ilusión que lo había embargado el día que finalmente se mudó allí, el sueño de haber construido su propio refugio lejos del bullicio de la ciudad. Sin embargo, con el correr de los días, había comenzado a darse cuenta de que aquella felicidad era más frágil de lo que había imaginado. La casa, aunque era hermosa y estaba llena de detalles que reflejaban su esencia, no podía mantener intacto ese sentimiento de plenitud que él había asociado con ella.
El tráfico a esa hora era tranquilo, y el camino al trabajo transcurrió sin incidentes. Fue uno de los primeros en llegar a la compañía, como tantas veces antes. Ese hábito de llegar temprano no era solo un acto de responsabilidad, era una necesidad. Necesitaba ese tiempo en soledad para organizar sus pensamientos, para preparar la mente antes de que el ritmo frenético del día lo arrastrara. Alba, no se sorprendió al ver las luces de su oficina encendidas cuando ocupó su puesto. Conocía bien la rutina de su jefe, y aquella imagen se había vuelto parte de la normalidad.
Después de dejar sus cosas en su escritorio, Alba fue por el café, un tinto fuerte que sabía él necesitaría para empezar el día. Caminó por los pasillos casi vacíos, el sonido de sus pasos resonaba en el silencio matutino. Al llegar a la puerta de la oficina de Armando, dio un par de suaves golpes antes de entrar, como solía hacer para no interrumpir abruptamente sus pensamientos. Cuando entró, llevaba consigo no solo la taza de tinto, sino también la correspondencia que había dejado el mensajero. La escena era familiar, rutinaria, pero ambos sabían que esas pequeñas atenciones, esos gestos casi mecánicos, eran la base sobre la cual se sostenía el frágil equilibrio de sus días.
-Buenos días ingeniero- lo saludó al entrar.
-Buenos días Alba, solo café por favor, no quiero tostadas- no tenía apetito, y no quería que nadie le insistiera. Su humor no era el mejor, pero todavía guardaba la esperanza de que el día no se complicara demasiado.
-El técnico informático pregunta si puede venir a su oficina a instalar la plataforma de comunicación con la empresa de Miami- consultó haciendo caso omiso a la petición de las tostadas, dejaría pasar un par de horas y luego le acercaría algo para comer, siempre terminaba cediendo, no entendía por qué Julián muchas veces decía que era un dictador, cuando en la empresa jamás lo había escuchado gritar.
-Dígale al técnico que suba cuanto antes, ¿Julián llegó?- olió el café, dejándose invadir por el aroma de la que ahora era su bebida favorita, y dio un sorbo para terminar de despertar.
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Al final de este viaje.
Fiksi PenggemarFuimos el amor perfecto en el tiempo equivocado. Historia basada en la novela "Yo soy Betty la fea" de Fernando Gaitán.