Capítulo 10

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[Abg/A]- Buenos días ingeniero, le adjunto archivos con recomendaciones de mis superiores para la automatización de maquinaria del área de la piscina de los edificios

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[Abg/A]- Buenos días ingeniero, le adjunto archivos con recomendaciones de mis superiores para la automatización de maquinaria del área de la piscina de los edificios.

[Abg/A] - ¿Ingeniero? Necesito la confirmación de que ha recibido la información.

[Abg/A]- Al no obtener respuesta de su parte, he enviado todo al correo corporativo, me han respondido que se ha tomado unos días. Espero que todo esté bien.

Al entrar a la plataforma, Armando se encontró con los mensajes de la abogada, notificaciones que se fueron acumulando con el correr de los días, ni siquiera había pensado en pedirle a Julián que estuviera atento a su bandeja de entrada. Decidió responder de inmediato, estaban a mitad del proyecto, no quería arruinar las buenas relaciones logradas hasta el momento.

[ING.M] - Buenos días, lamento no haber podido responder a tiempo, el día de hoy me reincorporo al trabajo.

Escribió, mientras revisaba la correspondencia que Alba le había dejado sobre el escritorio.

[Abg/A]- Me alegra recuperar el contacto ¿disfrutando días de vacaciones?

[ING.M] - No, lamentablemente mi padre acaba de fallecer, he pasado tiempo con mi familia.

Esa mañana, Armando cruzó las puertas de la empresa, sintiendo de inmediato las miradas de sus empleados sobre él. Cada paso que daba estaba acompañado de un susurro de condolencias, palabras que se repetían una y otra vez "Lo siento mucho, ingeniero", "Mis condolencias". Intentaba forzar una sonrisa, una que no revelara el sufrimiento que llevaba dentro, luchando para no detenerse en cada frase de pésame que recibía. No podía permitirse mostrarse vulnerable, no frente a ellos. Subió a su oficina, sabiendo que había mucho por hacer. Julián se había encargado de todo durante su ausencia, pero Armando sentía la necesidad de retomar el control, de sumergirse en el trabajo para escapar, aunque fuera solo un poco, de la sombra de la ausencia de su padre.

Había pasado dos semanas en Londres después de la muerte de Roberto, sumido en un dolor que parecía sofocarlo en cada respiración. Durante ese tiempo, no estuvo solo. Su madre, a pesar de tener que enfrentar su propio duelo, estuvo a su lado, apoyándolo de una manera que jamás había imaginado. El vínculo entre ellos, marcado por años de distancia emocional y física, comenzó a reconstruirse lentamente, como si el sufrimiento común hubiera deshecho los nudos del pasado.

Ambos compartían un vacío profundo, pero Margarita, con una fortaleza que Armando admiraba en silencio, dirigió su atención hacia él. Sabía que su hijo llevaba una carga que lo consumía, la culpa de no haber podido pedirle perdón a su padre antes de su muerte. Pero ella, aun con su propio dolor tan profundo, se enfocó en aliviar ese peso de los hombros de Armando. No podía permitir que el arrepentimiento lo atormentara.

Con una serenidad que contrastaba con su pena, Margarita le enseñó a Armando que el perdón, aunque no pronunciado, puede ser encontrado en el amor que se comparte. A través de esos días en Londres, entre silencios y abrazos, dejaron atrás las discusiones, las palabras no dichas y los resentimientos. Fue en ese proceso de mutua sanación donde Armando comenzó a entender que, a veces, el perdón más necesario es el que uno se da a sí mismo, aunque creía estar lejos de ese momento.

Al final de este viaje.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora